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2015-December-24 15:26

El olor del “sacrificio” de China

Por KIM WODONG* (Corea del Sur)
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Kim Wodong.

 

EN febrero de 2011, llegué a Beijing como estudiante extranjero. Fue mi primer contacto con China y me decepcionó. Ya sea por los gases de los tubos de escape que contaminan el aire, por los edificios, los atascos de tráfico o la desagradable actitud de algunos chinos, lo cierto es que la vida en China me resultó difícil. Me pareció que China era un niño cuyo cuerpo crece muy rápido, pero solo eso, y que la “civilización” que promueve sigue siendo una meta que conseguir.

En agosto de 2013, tuve otra oportunidad de venir a China, becado por el Instituto Confucio. Esta vez vine a estudiar en Qufu, en la provincia de Shandong. Se trata de una ciudad tranquila, completamente diferente a Beijing. Una vez, durante la visita al templo, la mansión y el cementerio de Confucio, nuestro profesor nos dijo: “Afortunadamente, estos sitios históricos no fueron destruidos durante la Gran Revolución Cultural”. Creo que en ese momento olí la fragancia de China.

Otra vez, salí del campus para hacer la copia de una llave. Vi a un viejo cerrajero a la espera de clientes, encogido para protegerse del viento frío. Cobraba medio yuan por cada copia, y por ese precio me hizo dos. A pesar de que insistió en cobrar medio yuan, le dejé veinte y me fui. No lo hice por compasión, sino por gratitud y respeto. ¿La vida de que disfrutamos no es acaso el legado de numerosos mártires que sacrificaron su vida por la patria? Me sentiría feliz de saber que la cena de la que disfrutó el cerrajero aquella noche fue más abundante. En el viejo encontré ese “olor” del sacrificio.

En febrero de 2014, hice un viaje por China. Durante mi estancia en las ciudades de Nanjing, Shanghai, Suzhou y Hangzhou descubrí muchas cosas. Cuando visité el Museo de las Víctimas de la Masacre de Nanjing por los Invasores Japoneses, comprendí que China tiene dolorosas heridas históricas parecidas a las de Corea del Sur. Al contemplar las imágenes de los mártires, volví a encontrar ese “olor” del sacrificio. Cuando contemplaba el hermoso Gran Canal de Suzhou, tuve ganas de saber quiénes lo construyeron. Creo que es una obra que ha supuesto un enorme esfuerzo a nuestros antepasados, y al pensar que sacrificaron su juventud, y hasta su vida, para que podamos vivir mejor en esta tierra, siento un profundo respeto.

En mayo de 2014, viajé a Xi’an, por supuesto con el objetivo de buscar ese “olor” del sacrificio. En la que fue capital de la antigua china hace 3000 años, un lugar cuyo solo nombre ya me inspira ternura, volví a hallar ese “olor” de China. El Mausoleo del Gran Emperador Qin Shihuang, que soñó con la inmortalidad; los guerreros y caballos de terracota y las Termas Huaqing, balneario de la hermosa y famosa concubina Yang Guifei, todas estas imponentes construcciones fueron levantadas por agricultores. ¿El sacrificio de cuántos campesinos y esclavos supusieron estas obras? Ese sacrificio tiene un gran significado.

¿Acaso el olor de los gases de los tubos de escape que encontré en Beijing en 2011 no es también ese olor del “sacrificio”? Es el sacrificio de China, la fábrica mundial. Los coreanos, al igual que todo el mundo, somos los beneficiarios de ese sacrificio. En China se dice que “sin el Partido Comunista, no habría la Nueva China”. Lo que yo quiero decir es que “sin China, no habría el mundo de hoy”. Entre lo más bello está el “olor” de su sacrificio, que quedará en mi memoria.