Por DENG YUQING*
Don Quijote no baila flamenco
En el campus de la Universidad de Barcelona, con compañeros de clase.
DESDE muy pequeña, he oído hablar del Occidente, un lugar que me parecía curioso, maravilloso, como de una leyenda, y de su notable contraste con China. Por fortuna, al empezar el tercer curso de la universidad, tuve la oportunidad de ir a estudiar a Barcelona, durante un año, y poder experimentar la vida y la cultura del Occidente, ver de cerca el mundo.
La comida: particularidades y similitudes
Según un refrán chino, el hombre come por naturaleza, de modo que no es raro referirse a la comida cada vez que se hable de las costumbres.
Antes de llegar a Barcelona, leí artículos sobre las particularidades de la gastronomía española, que me llenaron de curiosidad. El primer plato típico que probé fue la paella, conocido por los chinos como Haixian fan (海鲜饭, que significa, literalmente, arroz con mariscos).
Sin embargo, al viajar a Valencia, de donde es oriundo ese plato, encontré que la paella tradicional va sin mariscos. Me pareció similar al Chaofan (炒饭), conocido en España como arroz frito. Poco después, al escuchar a la madre de una amiga mía decir que la paella fue la comida de los pobres, ya que se hacía poniendo todos los ingredientes que quedaban en la sartén, comprobé lo que pensaba. Se parece mucho a la receta china del arroz frito, que consiste en cocinar el arroz con verduras o carne y es una buena manera de evitar el despilfarro de comida.
Luego, me enteré de que la palabra valenciana paella significa sartén. Así que sería más precisa otra traducción, menos conocida por los chinos: Daguo fan (大锅饭, que significa arroz cocinado en una gran sartén).
En otras comidas típicas, también aparecen particularidades y similitudes. Por ejemplo, el pan se parece mucho al Mantou (馒头) porque casi no tiene grasa, aunque es mucho más seco y duro; los churros se comen con azúcar y chocolate, mientras que en China comemos Youtiao (油条) con leche de soja; el flan de huevo me recuerda los huevos chinos al vapor y el arroz con leche sabe al congee chino, pero dulce.
Entre el trabajo y el ocio
Recuerdo que hace pocos años, cuando no se avistaba señal alguna de vínculo entre la cultura española y yo, mis padres me contaron que un oficial español dijo, en una entrevista televisiva, que, en su país, el tiempo estaba claramente dividido entre el trabajo y el ocio. Generalmente, de lunes a viernes trabajan mucho y, los sábados y los domingos son totalmente libres para descansar y disfrutar de la vida. Nos pareció un tipo de vida ideal.
Luego, en la clase de cultura española, antes de irme a Barcelona, aprendí que los horarios de los españoles son diferentes a los de nosotros, los chinos. Pensaba que para acostumbrarme a la vida en España solamente debía adaptarme a su horario. Pero con el paso del tiempo, entendí que no se trata de algo simple y que su horario no es tan perfecto como yo suponía.
Durante mi vida en la universidad, la inconveniencia del horario me molestaba, a veces, de manera un poco chistosa. Aunque son los estudiantes quienes eligen sus clases y cada una tiene su propio horario, los días en que debía estar en el aula toda la mañana, no tenía otra opción que comer a la misma hora que los estudiantes españoles, entre las 14:30 y las 15:00 horas.
Esos días sentía gruñir mi estómago y me daba vergüenza. Después supe que no me sucedía solamente a mí, ni a mis compañeros chinos, sino también a muchos estudiantes locales. Una vez, una amiga española me dijo que moría de hambre durante la clase. Le pregunté: ¿por qué no cambian el horario? Sin idea alguna, levantó los hombros y me contestó: “no lo sé. Es la costumbre”.
Mi vida en Barcelona no se limitaba a la universidad. Para hacer trámites, me encontraba con que las oficinas empezaban a las nueve de la mañana y terminaban temprano en la tarde, de lunes a viernes, por lo que tenía que usar el tiempo de receso docente, a riesgo de llegar tarde a la próxima clase.
Los mercados tienen un horario más extenso, pero no es sensato arriesgarse a dejar la nevera vacía cuando se acerca el fin de semana, porque muchos cierran los domingos. En esos casos queda una opción: las tiendas y mercados asiáticos.
En España, muchos tienen una opinión negativa de los mercados que abren todos los días. En primer lugar porque piensan que son violados los derechos humanos de los trabajadores de esos establecimientos y en segundo lugar, especialmente durante la crisis, estas tiendas son sospechosas de competencia desleal.
Es aconsejable reconsiderar este tema. ¿Acaso no existe la posibilidad de que se necesiten, con urgencia, alimentos u otros servicios un domingo? En ese caso, no habrá posibilidad de solución. Para facilitar la vida de la mayoría, vale la pena considerar ciertos cambios en las costumbres.
En la Biblioteca Pública Arús, Barcelona.
Fotos cortesía de la autora
El ahorro y el despilfarro
Antes de llegar a España, había oído hablar también de la discrepancia con respecto al ahorro entre las dos culturas: a los chinos nos gusta ahorrar dinero para asegurar la vida del futuro, mientras los occidentales tienden a gastar lo que ganan y disfrutan del presente.
Al terminar una visita al parque Güell de Barcelona, bajé con mis amigas por la colina de atrás. En el camino, nos encontramos con unas ancianas que daban de comer a unas palomas. Una escena armoniosa. Las ancianas eran muy amables y comenzamos a conversar.
Después de las migas de pan, una señora sacó de su bolsa una pizza entera y nos la mostró, diciendo: “miren, es para las palomas”. Tengo que admitir que me asombró. Pensaba en la mucha gente en el mundo que no tiene nada para comer y sufre desnutrición. ¿Acaso la señora no está enterada de eso? Quizás, esa gente está demasiado lejos de la señora, mucho más lejos que las palomas.
Aprecio mucho el contacto de los humanos con la naturaleza. Pero, creo que animales como las palomas saben buscar comida en condiciones naturales, por lo que darles una pizza me parece despilfarro de comida. Para mostrar nuestro afecto por ellas, no es necesario darles lo que muchos hombres y mujeres necesitan más.
Don Quijote no baila flamenco
Si preguntas a un chino qué conoce de España, seguramente, entre las respuestas estarán estos elementos: toros, fútbol, Don Quijote y flamenco.
En mi caso particular, veía las corridas de toros por televisión cuando era pequeña. La valentía y la técnica de los toreros me fascinaron. Existen controversias en la sociedad española sobre el toreo. Yo no pude ver una corrida en vivo, solo visité la plaza de toros de Sevilla. Espero que los españoles puedan encontrar la mejor salida para esta importante tradición.
En cuanto al fútbol, tengo que admitir que me gusta pero sé muy poco. La primera vez que entré en contacto con este deporte fue en la Copa Mundial de 2010, el año en que comencé mis estudios de lengua española en la universidad. España fue el campeón. Consideraba a la selección nacional como representante del fútbol de España, hasta que llegué a Barcelona y empecé a conocer los clubes de fútbol y la pasión que despiertan.
El nombre de Don Quijote lo conocí más temprano. Recuerdo que, cuando era niña, la televisión transmitía dibujos animados con ese nombre. No había leído el libro ni sabía nada del autor, los dibujos me parecían aburridos y el personaje, un loco ocioso. Luego, por la curiosidad de saber por qué el Quijote ha ocupado un lugar tan importante en la literatura, elegí una asignatura sobre Cervantes y su obra.
Creía que a todos los españoles les gusta el Quijote, hasta que una profesora me dijo que se alegraba de que mostrara interés por la obra porque a muchos alumnos españoles no les gusta. Entonces, lo comprendí a partir de un ejemplo: aunque los Jiaozi (饺子) son una comida típica de China, no les gustan a todos.
Quizás, la ropa roja y la danza son la representación del flamenco para muchos chinos. No vi ni una sola función formal de flamenco durante mi estancia en Barcelona, pero esta expresión danzaria se presentó ante mí de una manera bastante especial. Vivía en la Ciutat Vella de Barcelona, con sus calles estrechas y callejones viejos, donde puedes encontrar algunos vagabundos. Cierta vez, paseando por el barrio, oí un cante muy triste, con claras características del flamenco. Me detuve y encontré, entre la multitud, a un gitano anciano, cantando sus tristezas, con los ojos cerrados. De repente, entendí por qué el flamenco da una sensación de amargura, de tristeza y desesperanza. Sin ningún instrumento musical, ni hermoso traje, el cante de un vagabundo puso ante mí la esencia del flamenco. Comprendí entonces que el arte se origina de la vida y que la vida es la esencia del arte.
Lo contado es, solamente, mi experiencia personal. Para conocer bien la vida de un país y su cultura, la mejor manera es vivirlo personalmente. Cada uno tiene su opinión y puede sacar miles de conclusiones. Como en el caso de Don Quijote, un español que no baila flamenco, algunas veces somos locos cuando estamos lúcidos, y decimos verdades cuando estamos locos.
*Deng Yuqing estudia español en la Universidad de Lengua y Cultura de Beijing. Ganó el gran premio del Primer Concurso de Español de la Televisión Central de China (CCTV), celebrado en octubre de 2013.