La cuerda mágica que ató al dragón
Texto e ilustraciones: Yang Yongqing
Si preguntaras cuándo ocurrió esta historia, ni el abuelo de barba y cejas blancas tendría una respuesta. Podríamos contar las estrellas en el cielo y las arenas en la playa, pero no los años transcurridos desde que esta historia sucedió.
En aquel tiempo había una montaña a la orilla del mar. Al pie de la montaña se acostaba una aldea de campesinos.
En el extremo oriental de la aldea vivía una familia: papá, mamá e hijo. El hijo nació sabiendo cantar y su voz, incluso cuando lloraba, sonaba muy bien. Como a los campesinos les gustaban mucho los cultivos verdes, le pusieron al pequeño el sobrenombre de “Qingwa” (Niño Verde).
Al amanecer de un día, el papá de Qingwa se fue a trabajar al campo. Como de costumbre, Qingwa esperaba que la comida estuviera lista para ir a llevársela a su padre.
En la maleza de hierbas, cerca del campo, crecían fresas silvestres tan frescas y rojas que parecían rubís y por las cuales se te haría agua la boca. Qingwa estaba muy contento y fue a recogerlas. Poco a poco se iba metiendo más en la densa hierba.
¡Zas! De la maleza salió de repente una serpiente negra, que súbitamente cogió con sus colmillos un pájaro que estaba cantando por allí. Al ver ello, Qingwa tomó una rama caída que estaba al alcance de su mano y la tiró hacia la serpiente negra. Al sentirse atacada, la serpiente dejó al pájaro y huyó metiéndose en la frondosa maleza.
El pájaro que había escapado de la boca de la serpiente era muy simpático: tenía un plumaje hermoso, el pico pequeño y la cara blanca como la nieve. Qingwa encontró una hierba medicinal, con la cual trató la herida del pájaro. Este progresivamente fue volviendo en sí, peinó sus plumas, sacudió sus alas, trinó varias veces dirigiéndose hacia Qingwa y se fue volando.
La serpiente negra no se contentó con haber perdido lo que quería. Se zambulló hasta el fondo de un estanque para encontrarse con un dragón malvado, a quien llorando le dijo: “Yo, tu hermanito, acabo de ser humillado por un muchacho llamado Qingwa, quien me ha herido. Ha dicho también que va a cubrir tu estanque”.
Al escuchar estas palabras, el dragón malvado saltó de cólera. Salió volando del profundo estanque y empezó a provocar desastres. Levantó tempestades para tumbar las casas, arrancar los árboles de raíz, destruir los diques e inundar los cultivos. La familia de Qingwa no tuvo tiempo de reunir sus cosas. Todos ellos salieron junto con los demás aldeanos. El más anciano era sostenido por el brazo y el más pequeño era cogido de la mano, y luego comenzaron a trepar con dificultad hasta el pico de la montaña alta.
La serpiente negra instó al dragón a iniciar la persecución. En ese momento, como un relámpago, se presentó una muchacha con alas, quien agarró a Qingwa y lo llevó volando por el cielo. Desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.
Llevándose a Qingwa, la muchacha con alas voló y voló hasta llegar a una montaña eterna. Aquí los árboles eran verdes, incluso en invierno. Las flores y hierbas eran frescas durante las cuatro estaciones, y los frutos y melones se veían por todas partes. El sonido de los ríos parecía la música de un piano. La muchacha llevó a Qingwa ante un hada. Qingwa hizo una reverencia y le dio las gracias por salvarlo. Pero el hada le dijo: “Fuiste tú quien salvó a mi hija menor. Yo debo agradecerte primero”. La muchacha se rió y se escondió detrás del hada. Qingwa comprendió entonces que la muchacha era el pájaro que había salvado de la boca de la serpiente.
El hada sacó muchísimas joyas para regalárselas a Qingwa, pero este se negó a recibirlas. No quería ninguna joya, sino un objeto que permitiese someter al dragón malvado y así evitar que los aldeanos fueran atacados. El hada apreció mucho el valor de Qingwa y aceptó su petición.
La muchacha con alas le dio un melocotón imperecedero. Al comerlo, Qingwa tuvo mucha energía y aumentó considerablemente su fuerza.
El hada le regaló a Qingwa una cuerda de seda multicolor y le dijo: “Esta es una cuerda mágica. No solo puede atar al dragón malvado, sino también convertirlo en cualquier cosa que tú quieras. Sin embargo, solo una vez podrás convertir a alguien con ella. La cuerda puede llegar a ser larga o corta, y también la puedes esconder en la boca. Pero cuando esté en tu boca no debes convertir a nadie, pues tú mismo te convertirás en lo que has pensado”.
Imaginando la difícil situación de su padre, su madre y los aldeanos, Qingwa dijo rápidamente que había comprendido todo. El hada recogió una hoja de loto y la sopló ligeramente. La hoja voló y comenzó a llevar a Qingwa a su aldea.
El pueblo de Qingwa seguía sufriendo las tempestades. El agua se agitaba y poco a poco iba subiendo de nivel. Pronto llegaría y cubriría el pico de la montaña. En ese momento, Qingwa llegó volando sentado en la hoja de loto. Aterrizó en una roca. Un gran ruido estremeció una gigantesca piedra, la cual llegó a caer justo sobre la cabeza de la serpiente negra, que se estaba divirtiendo con el sufrimiento ajeno. Luego de rodar un poco, la serpiente negra murió.
El dragón malvado se lanzó ferozmente hacia Qingwa, quien abrió la boca y sacó la cuerda. Bajo incontables rayos de sol, la cuerda mágica ató al dragón fuertemente.
El dragón malvado suplicó y le rogó a Qingwa que le perdonase la vida. A cambio, le prometió que ya no cometería más agresiones. Qingwa, quien tenía un corazón blando, le dijo al dragón: “Esta vez te perdono la vida. Pero si no te portas bien, no volveré a tener piedad la próxima vez que te capture”. Qingwa retiró la cuerda. El dragón se sacudió un poco y se transformó en un gusano. Se metió entre la hierba extendiendo y retrayendo su cuerpo.
La inundación terminó y el agua volvió a su nivel. Los aldeanos regresaron al pueblo. La cosecha era muy buena ese año. Sin embargo, no sabían por qué, en apenas una noche toda la cosecha adquirió un blanco grisáceo y comenzaron a morir todos los cultivos en una y otra parcela. Los aldeanos lloraban con mucho dolor en sus corazones.
Lo que había ocurrido era que, luego de transformarse en un gusano, el dragón malvado se había escondido en el arrozal. No solo devoraba los cultivos, sino que hizo aparecer incontables mariposas nocturnas y pulgones. ¡Qué arrepentido estaba Qingwa! No debió haber perdonado al dragón malvado.
Tan enfadado estaba Qingwa que su vientre se hinchó y sus ojos estaban sobresalidos. Metió la cuerda mágica en su boca y dijo: “¡Que me convierta en un animal que coma especialmente gusanos!”.
Apenas salieron aquellas palabras de su boca, el cuerpo de Qingwa se redujo rápidamente. Sus dos grandes ojos se abrieron mucho y su larga lengua la utilizaba para tragarse a los gusanos.
La muchacha con alas y el hada también se transformaron en pájaros. Volaban arriba y abajo, ocupadas en ayudar a Qingwa a capturar a los insectos. Sin embargo, Qingwa nunca pudo volver a su aspecto original. Por los siglos de los siglos se volvería un enemigo implacable de los insectos nocivos. Como reconocimiento, la gente bautizó a este pequeño animal como “Qingwa”, que es “rana” en chino.