Li Ji mató el demonio
Texto e ilustraciones: Yang Yongqing
Durante la dinastía Song ocurrió un fenómeno extraño en una aldea de Fujian: los niños que iban a cortar leña en la montaña desaparecían. Ello provocó tanto miedo en la gente que nadie se atrevía a entrar en la montaña.
Lo que pasaba es que había aparecido en la montaña una gran serpiente, quien salía frecuentemente de su cueva para herir a la gente.
Una bruja aprovechó la circunstancia para difundir el rumor de que la gran serpiente era, en realidad, un demonio que exigía cada año casarse con una virgen de 12 o 13 años de edad. De lo contrario, comería a todos los niños de la aldea.
Al escuchar las palabras de la bruja, la autoridad local ordenó a los aldeanos que enviasen cada mes de agosto a una niña a la cueva de la gran serpiente.
Los ricos no querían entregar a sus propias hijas, así que sobornaban al funcionario para que las sustituyera con niñas de las familias pobres. Como no tenían dinero, estas familias no podían hacer nada sino ver cómo las de su propia sangre se dirigían a morir.
La bruja y la autoridad local se confabularon. Cuando llegaba el día de “la boda de la serpiente”, la bruja presidía la ceremonia de “despedida de los parientes”, con la que estafaba y sacaba dinero a los aldeanos. Cuando terminaba el acto, dejaba a la “recién casada” en la cueva para que fuera devorada por la serpiente.
Transcurrieron así uno y otro año, y nueve niñas habían ya muerto. Tan tristes se sentían los aldeanos que no tenían ganas siquiera de trabajar. Muchos se vieron forzados a huir del lugar. Pero la bruja y la autoridad local seguían enriqueciéndose.
Volvió a llegar el mes de agosto y esta vez le tocó al campesino Li Dan entregar a su hija. Tenía seis. La menor se llamaba Li Ji y había cumplido apenas los 12 años.
Como Li Ji era muy inteligente y lista, sus padres la amaban mucho. Les daría mucha pena entregarla y dejarla morir. Como no tenían dinero para comprar la vida de Li Ji, toda la familia se puso a llorar.
Pero Li Ji les dijo: “Papá, mamá y queridas hermanas, dejen de estar tan tristes. Yo quiero ir a la cueva de la serpiente”.
Li Ji les pidió un favor a sus padres. Para aquel día de despedida debían preparar como su dote una cesta de tortillas untadas de miel, tres perros fuertes y una espada. Li Dan hizo todo lo que le pidió su hija.
Llegó el día señalado. Los familiares de Li Ji y sus vecinos llegaron muy tristes a despedirse de ella. Pero Li Ji no estaba preocupada ni sentía miedo. Al parecer, tenía ya una idea en la mente.
Después de la ceremonia de “despedida de los parientes”, Li Ji y los tres perros se quedaron solos en la cueva de la gran serpiente. El sol estaba a punto de ponerse. Li Ji volcó al suelo todas las tortillas de la cesta y llamó a los tres perros a su lado.
La gran serpiente no tardó mucho en salir. Descubrió las tortillas y las tragó todas. Mientras tanto, Li Ji desató a los tres perros.
Los perros empezaron a pelear con la serpiente. Li Ji también sacó la espada y se adelantó con valor. Dio una vuelta y se puso por detrás de la gran serpiente. Levantó la espada y cortó la cabeza del animal. Así arrancó la raíz de la desgracia.
Junto con los tres perros, Li Ji corrió a casa. El día ya estaba completamente a oscuras. Aún no había llegado a la puerta de su casa, pero oía los gritos y llantos lastimeros de sus familiares.
Apresuró el paso y tocó la puerta: “¡Abran, abran! ¡Ya volví! No tengan miedo. El espíritu maligno de la gran serpiente ya murió”.
Li Dan abrió la puerta. Vio que su hija realmente había vuelto y que los tres perros también estaban vivos. Toda la familia estaba tan contenta que no sabían qué hacer.
Al enterarse de la noticia, los vecinos se precipitaron a la casa de Li Ji para que ella les contara cómo había matado a la gran serpiente. De este modo, todos se dieron cuenta de que “la boda de la serpiente” había sido un truco de la bruja y la autoridad local para sacarles dinero.
A la madrugada siguiente, todos los aldeanos, los que vivían cerca y lejos, se reunieron en el lugar donde Li Ji acabó con la gran serpiente. Al verla muerta, todos se quedaron maravillados.