Sergio Cabrera en una rueda de prensa en Beijing, frente a un buen café colombiano. Michael Zárate
EL siglo XX trajo consigo tres pantallas que cambiaron el mundo: la computadora, la televisión y el cine. Hace tiempo que vivimos inmersos en una civilización de la imagen. Ante tales circunstancias, el cine puede ser todo lo que usted quiera: entretenimiento, distracción, frivolidad, abstracción o una industria de millones de dólares, pero es también compromiso, honestidad y un punto de vista sobre la realidad. Al menos, ello es lo que ha pretendido Sergio Cabrera, uno de los más destacados cineastas colombianos, para quien China ha sido un actor nada secundario en su vida.
Cabrera llegó en octubre pasado a China para inaugurar el 10° Ciclo de Cine Colombiano, en el que el público del país pudo apreciar –por primera vez con subtítulos en chino– tres de sus mejores películas: Todos se van, Perder es cuestión de método y La estrategia del caracol. Aunque más que caracol, la carrera cinematográfica de Sergio Cabrera se parece a la de un salmón decidido a luchar contra la corriente y contra lo corriente.
La proyección de sus películas en China comenzó con lágrimas. La primera ciudad en recibirlo fue Shanghai, donde los espectadores terminaron llorando luego de ver Todos se van (2013), un filme basado en la novela autobiográfica de la escritora cubana Wendy Guerra. “Fue emocionante. El público chino es un público muy sensible, es un público que se mete mucho en las películas”, manifiesta Cabrera.
Todos se van es la historia de Nieves, una niña de ocho años que sufre la separación de sus padres en la Cuba de la década de 1980. “Es la historia de un divorcio y de cómo las diferentes partes manipulan la justicia y la realidad, sin tener muy en cuenta el daño que le están haciendo a los hijos”, explica. De hecho, la película fue exhibida en el Festival de Cine de La Habana. Lo curioso es que China tuvo mucho que ver con su realización.
Sergio Cabrera durante las grabaciones de la película Todos se van. Archivo personal
Sergio Cabrera en la Plaza Tian’anmen. Archivo personal
Cuando Cabrera supo de la novela de Wendy Guerra la historia lo conmovió a tal punto que le hizo recordar su infancia en China. Si bien nació en Medellín en 1950, Cabrera llegó por primera vez a Beijing a los 12 años. Su padre, un hombre estricto, no quería que él y su hermana se quedaran en el Hotel de la Amistad –donde residían los profesionales extranjeros– y decidió enviarlos internos a la capital.
“En el fondo agradezco mucho toda la formación que me dio ese internado, pero los años de 1962 y 1963 fueron una época especialmente dura en China”, recuerda.
A inicios de los años 60, el padre de Cabrera se desempeñaba como director de doblajes en el Instituto de Cine de Beijing. En una ocasión, su padre necesitó la voz de un niño para una película llamada Campanita. Cabrera incursionó así en el cine, un mundo del que no saldría más. “Desde pequeño actué en televisión y en teatro, pero cuando participé en el doblaje de esa película vi que eso era lo mío. Al lado del cine, el teatro me parecía una cosa muy elemental”.
En la década de 1970, regresó a Beijing a estudiar filosofía y en sus ratos libres se las ingenio para filmar sus primeros cortos con una pequeña cámara de 8 mm. Hoy mira hacia atrás y está convencido de que China ha influido mucho en él a nivel personal y profesional. “Muchas veces he pensado que si no hubiera tenido esa disciplina que aprendí en China, probablemente nunca habría podido hacer una película”. Pero China también influyó en Cabrera a nivel narrativo. Por ejemplo, uno de sus filmes más reconocidos, La estrategia del caracol (1993), es una adaptación de la popular fábula china. “Uno no puede cambiar el mundo con el cine, pero sí puede utilizar el cine como una herramienta para mostrar la sociedad en la que uno vive y llamar la atención sobre ciertos problemas”, menciona Cabrera, quien admite que la peor película de su vida fue involucrarse en la política de su país. De hecho, Sergio Cabrera fue elegido en 1998 miembro de la Cámara de Representantes de Colombia. “Hice el intento y no resulté muy buen político. Resulté muy lastimado de esa experiencia, pero me parece que Colombia ha evolucionado positivamente”.
Sergio Cabrera durante las grabaciones de la película Todos se van. Archivo personal
Proyectos en China
Cabrera estuvo cerca de filmar en China en dos ocasiones, pero no se materializó. En este momento, el cineasta colombiano tiene dos propuestas para trabajar en el país. La primera es una producción italiana para realizar la versión china de La estrategia del caracol, ambientada en el año de 1939 en uno de los tradicionales hutong de Beijing. La segunda propuesta es una curiosa historia sobre un inventor, “una especie de realismo mágico chino”.
“Me gustaría mucho rodar en China. En Colombia tengo una visión particular de las cosas por el hecho de haber vivido en Beijing durante muchos años. Por ello, creo que en la situación inversa podría pasar algo parecido”. Mientras espera que ambas ofertas se concreten, Cabrera ha comenzado a rodar en Colombia una serie de televisión sobre la vida del escritor Gabriel García Márquez, quien es muy apreciado en China.
A propósito de “Gabo”, Cabrera espera que al cine latinoamericano le ocurra lo mismo que a la literatura, y tenga también su boom. “Cuando empecé a estudiar cine, era casi imposible encontrar novelas latinoamericanas en España y Francia. Y hoy estas compiten de tú a tú con la literatura del resto del mundo. Yo espero que eso suceda con el cine latinoamericano, que es un cine con mucha personalidad y que no ha cedido a los cantos de sirena de Hollywood”, destaca.
Lleno de recuerdos y vivencias, Sergio Cabrera pasó sus días en Beijing con el sabor de ese reencuentro tanto tiempo postergado. Esta vez, muchos de sus ex compañeros de estudio chinos le escribieron para saber dónde iban a proyectar sus películas. “Es muy emocionante volver a un país después de 40 años y que haya gente que quiera ver lo que uno ha hecho”. Valgan verdades, el buen cine opaca la celebridad de un actor o de un director y va tras un objetivo mucho más loable: reflejar el carácter social de los tiempos que vivimos. Que no lo engañen. Sergio Cabrera no es un cineasta, sino un notable retratista.