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2014-June-20 16:07

Sacrificio y firmeza: las lecciones de Cuba

Por PEDRO LAGO

Yan Meihua (segunda de der. a izq.) en los preparativos para una fiesta organizada por los estudiantes chinos en 1965.

VOLVER a vivir. Siempre he oído decir que eso es recordar. Por los caminos de la memoria, vuelve a sus ojos la llama de su discreta inquietud de adolescencia. Vuelve a tener 16 años. En un suspiro repasa, de un tirón, cinco décadas.

Cuando Yan Meihua terminó sus estudios en la Secundaria n.° 2 de Nanjing, su ciudad natal, no sabía cuál sería el rumbo exacto de su vida. La Universidad de Ingeniería de Harbin y el Instituto Militar de Medicina de Shanghai eran dos posibilidades.

Una tercera opción le atrajo más porque siempre tuvo espíritu de aventurera. Le ilusionó mucho la idea de ir a aprender otro idioma a otro país. “En aquella época, China quería iniciar los intercambios con el exterior, porque, en ese tiempo, China estaba muy cerrada”, recuerda.

En 1964, la nación asiática contaba con muy pocos traductores, lo que contrastaba con los ingentes esfuerzos que hacía para ingresar a la ONU. Fue en ese contexto que Yan Meihua quedó elegida junto a casi noventa jóvenes de Nanjing. La primera vez que salió de su ciudad, fue en esa ocasión. Vino a Beijing, donde los dividieron en grupos para viajar a varios países.

“A mí me tocó ir a Cuba y me alegró mucho. El nombre de Cuba era conocido. Sabíamos que era un país heroico que se atrevía a luchar contra los EE. UU.”. Yan fue parte del mayor grupo de jóvenes chinos que salió esa vez del país para estudiar en otra nación. Fueron 108 jóvenes chinos que viajaron para aprender español.

Yan Meihua (primera de la izq.), junto con algunos de sus compañeros de estudios, en la embajada de China en Cuba, en 1966.

“Durante los seis años en la escuela secundaria estudié inglés y tendría la oportunidad de contactar con otro idioma. No sabía ni una letra en español. Yo sabía que el español se usaba en muchos países porque a mí me gusta la geografía”.

En tiempos en que no había otra opción que asumir la tarea asignada por el Gobierno, la familia de Yan experimentó una combinación de sentimientos. “Tenían tristeza porque no podrían estar conmigo. También sentían un gran honor porque esa selección fue muy exigente. Ninguna persona podía ir por su propia cuenta al extranjero ni tampoco podía estudiar en el extranjero sin el apoyo del gobierno, por eso, además de tristeza por la separación, sentían honor”.

Un tren la llevó de Beijing a Praga, luego voló a Canadá y, de ahí, a La Habana. “Como no había salido de la ciudad de Nanjing, no había visto ningún aeropuerto”, apunta.

Yan Meihua y sus compañeros llegaron a Cuba en septiembre, uno de los meses más cálidos en una isla donde siempre es verano. De la escuela de idiomas Máximo Gorki, recuerda muy bien a sus profesoras Luisa, que le enseñó a recitar poemas de José Martí, Gema y Miriam, “la primera profesora que me abrió la mente para entrar en el español”.

Aquella adolescente china, que se enfrentaba a la primera aventura de su vida, se acostumbró rápidamente a Cuba. El clima era muy parecido al de la sureña ciudad china en la que vivía y la comida le pareció muy buena desde el principio.

Seis meses después, un examen de ingreso y a la Universidad de la Habana. Muy bien recuerda Yan Meihua el edificio de 21 pisos, justo en el emblemático malecón de la capital cubana, al que se trasladaron a vivir. “Desde nuestra sala de estudios se veía el mar”.

Yan Meihua (tercera de la izq.) en una foto de grupo con cubanos vinculados a la cooperación educativa entre China y Cuba, tomada en 2007. Fotos cortesía de Yan Meihua.

“Una cosa que me gustó mucho fue la primera vez que vi la alma mater. Yo no sabía, históricamente, con qué motivo se construyó esa imagen, pero en mi imaginación simbolizaba el conocimiento, el amor al conocimiento”.

De los siguientes tres años, en los que no viajó a China porque así estaba concebido en el programa, Yan Meihua recuerda muchas cosas, especialmente la amistad. Su sonrisa hace más tierno su tono al recordar cómo los cubanos los saludaban y los niños les tiraban besos. “No queríamos ir a la Facultad de Humanidades en ómnibus, sino a pie”.

Durante tres cursos, en el periodo de vacaciones, compartió muchas urgencias de entonces para los cubanos y visitó muchos sitios de la isla. “Aprendí a cortar caña de azúcar. Lo único que no aprendí fue a jugar pelota. También fui a Varadero”.

Las nuevas experiencias de Cuba compartían espacio con la añoranza por su familia, especialmente, por su abuela. Cada mes, podía enviar y recibir dos cartas. Les contaba todo lo nuevo que aprendía y sabía de sus padres y sus tres hermanos.

“El pueblo cubano me dio cosas muy importantes: el espíritu de sacrificio y el espíritu de firmeza. En mi trabajo, todo el mundo sabe que Yan es muy firme en lograr sus metas porque Cuba es muy firme ante todos los chantajes”. Muy dedicada a sus estudios estaba cuando el Gobierno de China les hizo regresar al país.

Fue en 1967, como parte de la Gran Revolución Cultural, un periodo en el que todo lo foráneo era mal visto. Luego, vinieron años difíciles, pero Yan Meihua había aprendido muy bien el “espíritu” cubano y perseveró.

En 1969, comenzó a trabajar en el Ministerio de Educación de China, en el departamento de Relaciones Exteriores. “Ahí, usé el español muy pocas veces porque solo teníamos relaciones diplomáticas con Cuba”.

Junto a otros compañeros, fundó el Consejo de Becas de China, en 1994. Después de trabajar cinco años en EE. UU., Yan Meihua regresó a Beijing para laborar en la Oficina Nacional de Enseñanza de Chino para Extranjeros (Hanban). Siendo directora general de esa oficina, trazó las bases y llevó adelante el proyecto “Puente chino” que incluye nueve programas. Dos de ellos son el Instituto Confucio y el Concurso Mundial para Universitarios Extranjeros.

“Siempre quiero corresponder el favor que me hizo Cuba. Cuando trabajaba en Hanban, me dijeron que la Universidad de la Habana quería establecer un laboratorio audiovisual. Enseguida dije: sí, lo voy firmar. Tenemos que apoyarlo porque ese es un país que desde el comienzo nos apoya”.

Con orgullo, Yan Meihua asegura que, en la División Iberoamericana de la Asociación de Exalumnos Retornados del Extranjero, “los regresados de Cuba son los más unidos. Nuestra firme amistad significa que fuimos formados en Cuba”.

Cincuenta años después de aquel 1964 en que llegó a Cuba, Yan Meihua, jubilada desde 2005, ha hecho del español que aprendió en la isla del Caribe un modo de vida. Ha viajado a Cuba en múltiples ocasiones, uno de los más de 60 países que ha visitado, durante su fructífera vida.

Su esposo estudió español en la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing y fue a Cuba a perfeccionarlo, su hija siguió los pasos del padre y, además, se casó con un chico que también aprendió español.

Su nieto, que ahora tiene cuatro años, fue bautizado por una de los tantos amigos cubanos que tiene con el nombre del líder de la revolución cubana, máximo impulsor de la consolidada relación entre Cuba y China. “Ella le puso Fidel y yo le dije: mejor Fidelito, que todavía no es un héroe, como Fidel”.

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