Monte Qiyun El hogar de los taoístas
Por JIAO FENG
LA pasada primavera, mis amigos y yo visitamos la provincia de Anhui para escalar la montaña Huangshan. Aprovechamos la oportunidad para ir también al cercano monte Qiyun, considerado un lugar sagrado para el taoísmo.
A menudo, el monte Qiyun solo ocupa una nota al pie de la página cuando se habla de la montaña Huangshan, una de las “cinco grandes montañas” de China. Pero, en términos de paisaje y significado cultural, Qiyun tiene mucho que mostrar. Solo 50 kilómetros separan a las dos montañas, localizadas en la ciudad de Huangshan.
En castellano, qiyun significa “tan alto como las nubes”, nombre que no define con total exactitud su altura de 585 metros sobre el nivel del mar. Sin embargo, no es el del todo errado, porque, durante una gran parte del año, sus 36 picos escarpados son rodeados por un mar de nubes y una densa niebla mañanera. Tal parece que las nubes descienden para respaldar el significado de qiyun.
Probablemente, esa constante nubosidad y la sensación de aislamiento que provoca expliquen por qué el monte Qiyun ha sido el núcleo del taoísmo en el sur de China, durante más de un milenio. La historia de los últimos siglos ha sido agitada, pero ello no ha impedido que los taoístas realicen peregrinaciones a la cima de la montaña, concretamente al santuario de Zhenwu, gran emperador mitológico del taoísmo.
Mientras las dinastías caían y las guerras azotaban, artistas, eruditos y poetas preservaban la tradición taoísta, en medio del sereno consuelo del bosque, más allá de los acantilados del Qiyun. Algunos dejaron obras e inscripciones como testimonio de su estancia, que todavía permanecen en las rocas, cual especie de guardia señorial para los turistas que escalan el Qiyun.
Esculturas de roca.
La tierra de los inmortales
El monte Qinyu se asienta a orillas del río Shuaishi, que, visto desde la cima, serpentea pintorescamente entre los campos de cereales y las blancas cabañas. El río y la policromía de su entorno, cuando son vistos desde arriba, se asemejan mucho a Taijitu (símbolo del Yin y el Yang 0 “diagrama del poder supremo”, su nombre real).
El parecido con importantes imágenes taoístas explica por qué se dice que el maestro Zhang Sanfeng pasó, en esta montaña, sus últimos años como ser humano, antes de alcanzar la inmortalidad. Gracias al poder del Tao, Zhang había llegado a tener una larga vida de más de 200 años, según la leyenda entre 1247 y 1458. En el monte Qiyun, hay una tumba dedicada a Zhang Sanfeng que está vacía. De acuerdo con la mitología china, al ascender al cielo, sus restos desaparecieron sin dejar huella.
En la tarde, llegamos al Qiyun. Para ahorrar tiempo, renunciamos a escalar a pie, lo que nos hubiese tomado alrededor de tres horas, siguiendo la ruta más corta. Optamos por usar el teleférico.
A medida que nos elevábamos, nuestro campo visual se ampliaba. Debajo, se lucían campos de colza en pleno florecimiento, que daban un toque dorado a las orillas del río y al valle. Entre lo dorado, dispersas, cabañas construidas siguiendo el estilo típico de la zona: paredes blancas y techos de tejas oscuras. Era un cuadro idílico de la campiña que, desde nuestra cabina, parecía detenida en el tiempo.
Un pico más abajo, salimos del teleférico y llegamos al pabellón Wangxian (observando a los inmortales). Siguiendo a nuestro guía, el señor Wang, caminamos por el valle de la Flor de Durazno con dirección a Dongtianfudi, que, literalmente, significa “lugar sagrado escondido en el mundo exterior” y es la denominación taoísta para la residencia de los inmortales. En China, hay muchos sitios dedicados al taoísmo con ese mismo nombre, pero este sobresale por colindar con el valle de la Flor de Durazno, una metáfora china del concepto de “paraíso perdido”.
En Dongtianfudi, se encuentra la tumba de Zhang Sanfeng y, en las rocas del acantilado, hay tres finas esculturas con los rostros de Xishen, Zhonglie y Shouzi.
El señor Wang pertenece a una de las tradicionales familias taoístas de la montaña. Su abuelo y su padre fueron abades en el monasterio local y, él mismo, un creyente devoto. Wang considera que el monte Qiyun es diferente a otros lugares sagrados del taoísmo: está abierto, tanto para las comunidades religiosas y no religiosas, como para los que no son taoístas, que residen junto a los fieles, en los pueblos enclavados en la montaña. Esa mezcla puede verse mejor a lo largo de la calle Yuehua, donde hay una serie de edificios (entre claustros, residencias y antiguas tiendas) que atraen a personas con intereses espirituales y comerciales.
Casi todos los visitantes hacen una parada en el puente Mengzhen, en el valle de la Flor de Durazno. Muchos atan una cinta amarilla sobre su barandilla de piedra, después de pedir un deseo. Mengzhen, de hecho, significa “sueño hecho realidad”. El puente conduce a un camino de losas construido en el reinado del emperador Zhengde de la dinastía Ming (1506-1521). Sobre la piedra, por donde han transitado peregrinos durante siglos, crecen los musgos.
Ermitaños y deidades
De acuerdo con Wang, en otros tiempos, el taoísmo era popular entre quienes deseaban escapar de la vida mundana, quienes, listos para la meditación, buscaban refugio en las cuevas de la montaña. Por ese motivo, la mayoría de los templos taoístas fueron construidos en las montañas. La reputación del monte Qiyun atrajo a numerosos creyentes y practicantes, que pasaron muchos años de su vida escondidos en sus cuevas.
Se cree que el taoísmo, una religión que comenzó a forjar un sistema filosófico hace 1.900 años, tiene su origen en el culto a dioses y espíritus en tiempos prehistóricos. Sus creyentes practican la alquimia, los ejercicios de respiración y la meditación, entre otras muchas actividades, con la esperanza de alcanzar la inmortalidad. Su principio central es la armonía entre el ser humano y la naturaleza, así como entre la mente y el cuerpo.
Calle Yuehua. Fotos de Yu Xiangjun
El taoísmo tiene una mezcla sincrética de dioses, que, en su mayoría, han sido tomados de culturas y tradiciones locales. Algunas figuras históricas del taoísmo han sido canonizadas y, por consiguiente, adoradas.
En la lista de dioses figuran aquellos que velan por otros planetas, como el sol y la luna; los que asumen formaciones naturales, como las montañas y los ríos, y los que controlan aspectos específicos de nuestra vida diaria, incluido el llamado Dios de la Cocina. Muchas divinidades son veneradas por todos los seguidores taoístas, mientas que otras son íconos de determinadas regiones.
Esta gran diversidad y el espíritu inclusivo están presentes en el monte Qiyun, donde se pueden encontrar santuarios de los Ocho Inmortales del Taoísmo, de la Diosa de la Fertilidad, de los Dieciocho Arhats del Budismo, del maestro Zhenwu, del guardián del monte Qiyun, así como del folclórico Rey Dragón y del Dios de la Sabiduría. Qiyun representa una verdadera y notable confluencia de las principales corrientes filosóficas de China.
Edificios al estilo Hui en la calle Yuehua.
Grabados en el acantilado
Muchos de los que han visitado el monte Qiyun a lo largo de su historia, entre ellos artistas y académicos, han dejado su huella en la montaña. Los más ambiciosos lo hicieron a través de escritos grabados en los acantilados del valle de la Flor de Durazno, entre otros puntos y lugares sagrados.
Según el señor Wang, estos grabados podían hallarse, en la antigüedad, en 1.000 lugares, pero solo 538 se conservan hasta la fecha. El más antiguo se remonta a la dinastía Song del Norte (960-1127). La pérdida puede atribuirse a varias razones, como, por ejemplo, a que algunos grababan sus escritos sobre viejas inscripciones y a la erosión que propician las condiciones climáticas en los picos más altos.
Los grabados son, generalmente, poemas, registros de eventos e inscripciones religiosas. Los autores, en su mayoría, eran funcionarios, artistas e intelectuales. Algunos gozaban de renombre en su ámbito. Al juzgar los méritos artísticos de la obra, la escritura es un elemento importante, pero el cincelado en roca es una habilidad igualmente exigida. La provincia de Anhui cuenta con algunas de las mejores canteras de China, las que desarrollaron, durante siglos, un singular estilo de grabado. De ahí, la gran cantidad de muestras halladas en el monte Qiyun: los escultores venían aquí para demostrar su valía y ganar dinero.
En uno de sus viajes de inspección por el sur de China, el emperador Qianglong (1711-1799) quedó fascinado con la vista que se apreciaba desde el monte Qiyun y le dedicó la siguiente inscripción: “Inseparable belleza sobre la tierra. La montaña número uno en el sur”.
Muy cerca de la luna
El ascenso al monte Qiyun es agradable porque la pendiente no es pronunciada. Ese día, no había una gran cantidad de turistas, lo que hizo la experiencia aún más especial. Las risas y los gritos de un grupo de estudiantes de secundaria fueron la única fuente de distracción mientras avanzamos por el sendero de la montaña.
Poco después de pasar la puerta de Santian (tres cielos), pudimos ver una aldea con forma de media luna. - ¡Es la calle Yuehua!, gritó emocionado un amigo.
La calle Yuehua (luz de luna) es, en realidad, una comunidad de taoístas y de sus familiares. Por lo general, los taoístas son célibes, pero la secta local, Tianyi, permite el matrimonio. No están obligados, siquiera, a ser vegetarianos. De hecho, sus vidas materiales no difieren mucho de las de la gente que vive más allá de sus claustros.
En el lugar, hay varios templos taoístas. El más venerado es el palacio Taisu, construido por orden del emperador Jiaqing (1760-1820). Los habitantes de la zona, los taoístas y sus familias han recurrido al comercio y al turismo como fuentes de ingreso (algunos han abierto negocios en sus casas, así como restaurantes para los peregrinos y todos los visitantes).
Es muy recomendable pasar una noche en el pueblo. La gente dice que se ve la luna muy cerca durante la noche y que la niebla cubre toda la zona, al punto que, al llegar la mañana, los visitantes pueden creer que están en un reino de hadas.
Teníamos una agenda apretada y nuestro recorrido tuvo que concluir.
“Cuando la copa se llena, se desborda; cuando la luna se llena, comienza a menguar”. Tal como asevera esta máxima taoísta, no hay perfección en este mundo y lo mejor que podemos hacer es seguir el curso natural de nuestras vidas y ser felices. Muchas lecciones aprendimos en el monte Qiyun aquel día. Todos dijimos que, en algún momento, volveremos.