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2012-May-30 10:26

Hacia lo salvaje: una excursión por el Valle de Qizang

 

Ascenso por la montaña nevada.

Por HU JUN

No muy lejos de Jiuzhaigou (Sichuan), un reconocido parque nacional y Patrimonio de la Humanidad en los límites de la Meseta Qinghai-Tíbet, hay un lugar carente de viviendas. Muy por encima del nivel del mar y sin servicios de telecomunicaciones o de transportes, este aislado paraíso nos presenta una impresionante belleza que no ha sido afectada por el ser humano. Los pobladores lo llaman el Valle de Qizang.

La única forma de llegar es a pie o a caballo, y los visitantes deben alojarse en sus propias tiendas de campaña. En otoño pasado fui uno de esos visitantes y junto a otros ocho compañeros desafiamos el mal de altura y el frío para ascender al valle.

Los preparativos

Como íbamos a estar tan lejos de la civilización, lo esencial era estar preparados ante cualquier eventualidad. Esto no era como ir de excursión a las colinas de los alrededores de Beijing, donde si alguien se extravía o se lastima el tobillo difícilmente pasarán más de treinta minutos para encontrar a alguien que lo ayude. Esta vez llevamos todo el equipo necesario e, incluso, habíamos indagado meticulosamente los viajes de otros excursionistas, las posibles rutas, sus condiciones y los mejores lugares para acampar. Nuestro equipo de primeros auxilios contenía todo lo necesario para afrontar resfriados, alergias, males de altura y lesiones graves; además llevamos walkie-talkies en caso de que nos separáramos. La falta de algún detalle podría originar un gran problema.

Salimos de Beijing, vía Chengdu, y nos colocamos nuestras chaquetas apenas sentimos el gélido aire de Songpan, una antigua ciudad a 320 km de Chengdu. Era apenas una señal de lo que vendría después. Por la noche disfrutamos cada bocado de la cena, ya que sabíamos que iba a ser nuestro último platillo decentemente cocinado en varios días. Después de volver a revisar nuestro equipo de primeros auxilios, tomamos una ducha y dormimos a pierna suelta en confortables camas.

El Valle de Kaka.

Día 1: El Valle de Kaka

El Valle de Kaka se encontraba entre nosotros y el Valle de Qizang, así que tuvimos que cruzarlo a pie. La caminata del primer día fue muy relajada, a través de 16 km de terreno llano. Los arbustos crecían a ambos lados de la ruta, sus hojas rojas se iban oscureciendo a medida que el otoño llegaba a su fin, y un poco más allá éramos flanqueados por elevadas montañas. Al observar el cielo tan azul y las nubes tan nítidas, nos era imposible no estar de muy buen humor. Todos amábamos la fotografía y el sonido de los obturadores nos acompañaba a lo largo del camino. Nuestro guía, Zhao, fue sumamente paciente cada vez que nos deteníamos a tomar las espectaculares vistas que se lucían ante nosotros. Nunca mostró ansiedad o molestia.

Después de dos horas de caminata llegamos a un prado en medio de una tranquila y abierta meseta. Zhao nos dijo que podíamos parar unos minutos a comer y beber algo. Frente a nosotros había una sencilla casa de madera, ubicada al pie de la montaña. La hierba que crecía frente a la vivienda era tan verde y exuberante que nuestra primera sensación fue la de acostarnos y ‘nadar’ bajo el espléndido sol.

En la casa tomamos té con mantequilla de yak, preparada por nuestra anfitriona, pues aseguró que nos ayudaría a prevenir el mal de altura. El té, hecho de harina de cebada, mantequilla de yak y azúcar, era espeso y cremoso. Parecía más una sopa que una bebida caliente. Una vez terminado el té, nos dirigimos al balcón a apreciar el vasto paisaje, lo cual nos revitalizó. Nos sentíamos como si hubiésemos hallado el verdadero Shangri-la.

Al hablar con nuestra anfitriona descubrimos que algunos de los excursionistas que pasaban por su pequeña casa también se detenían a apreciar la vista, en lugar de apresurar el paso para llegar a su destino. En vista de que nuestro objetivo principal era tomar fotografías, nuestro horario era mucho más flexible y tomar un desvío nos permitía más oportunidades de capturar la belleza de este valle sin par.

Llegamos a nuestro campamento a eso de las 6 y 30 de la tarde. Luego de un día agitado, me di con la sorpresa de que levantar una tienda de campaña resultaba más complicado que la propia excursión, pero nos esforzamos por cumplir la tarea. Mientras hacía algunos ajustes finales, mis compañeros cavaron un agujero a poca distancia de la tienda, el cual nos iba a servir como retrete.

El sol cayó y lo mismo pasó con la temperatura. A finales de diciembre, la temperatura en el Valle de Kaka puede superar los 10 °C durante el día, mientras que por la noche cae por debajo de cero. Al mediodía, con el sol sobre nuestras espaldas, pudimos caminar incluso con solo una camisa y disfrutar de una suave brisa sobre la piel; pero por la noche nos sentábamos y acurrucábamos con nuestros sacos debido al frío.

Después de cenar hervimos agua en una gran olla y preparamos un poco de té para disfrutarlo junto a la hoguera. A pesar de que solo nos rodeaban frías y desiertas montañas, no pudimos dejar de sentir esa calidez interior y esa satisfacción por el esfuerzo desplegado por días. Sabíamos que el ascenso iba a ser mucho más difícil al día siguiente, pues el paso de montaña hacia el Valle de Qizang se encontraba a 4.200 metros de altura, lo que ya nos hacía imaginar cómo sería el recorrido.

Campamento en Sandaopin.

Día 2: El lago Changhaizi

Ese día planeamos caminar más de 10 km para apreciar el lago Changhaizi, una serpenteante y larga tira de agua helada de la montaña que se extiende por unos 4 km, cuyo nombre es bastante literal (chang significa “largo” y haizi es una referencia local para pequeño lago alpino).

Nos levantamos a las 7 de la mañana, llenos de expectativas por lo que nos esperaba. La luz era tenue en el campo, pero el cielo sobre las montañas ya estaba impregnado de un azul delicado, una señal de buen tiempo. Ello nos alivió, pues nos hizo pensar no solo en lo cómodo que íbamos a estar, sino en las espectaculares fotografías que lograríamos sacar en las cristalinas aguas del lago.

Esta vez el viaje fue menos placentero. Para ganar tiempo partimos sin haber desayunado. Lo cierto es que desayunábamos y cenábamos sobre la marcha, y solo una manzana y una torta era nuestro ligero almuerzo al mediodía.

El lago Changhaizi estaba cerca de nuestro campamento y para llegar hasta él debíamos subir hasta la mitad de la montaña. Ascendimos y de pronto nos topamos con el lago y un conjunto de sombras a su alrededor. Era finales de otoño y debido al bajo nivel de las aguas podía apreciarse la caliza en el fondo del lago. Sus orillas lucían brillantes aguas turquesas. Nos asomamos, pero no pudimos observar ningún pez u otro ser viviente.

Dejamos el lago y comenzamos el ascenso por el Paso Changhaizi poco antes del mediodía. A 4.200 msnm, este sería el punto más alto de nuestro viaje. El poderoso sol de la montaña había comenzado a derretir el hielo y la nieve, por lo que nuestro camino era un lodazal. Sin embargo, a medida que avanzábamos y la temperatura descendía, la ruta se hizo de hielo y el aire era más escaso. Caminar se volvió un esfuerzo titánico, las botas se hacían más pesadas y cada respiración profunda parecía ser insuficiente. Nos movíamos lentamente a través del paso y nos manteníamos en fila india.

Casi sucumbimos por el cansancio, por lo que el mayor desafío era mantener nuestra fuerza de voluntad. A veces éramos reacios a seguir adelante. Nos queríamos dar por vencido y emprender el deshonroso regreso por la falda de la montaña. Incluso, sacar nuestras cámaras parecía un esfuerzo sobrehumano, pero el simple hecho de saber que esta sería la única oportunidad de nuestras vidas para capturar este prístino paisaje nos empujó a seguir el ascenso. Cuando llegamos a la cima no teníamos idea de cuánto tiempo había pasado, pero el alivio y la satisfacción se apoderaron de nosotros.

El lago Changhaizi. Fotos del autor

Día 3: El lago Hongxinghai

Al día siguiente nos dirigimos a un pequeño lago, de forma ovalada, llamado Hongxinghai o “Lago de la Estrella Roja”, de menos de 1 km en su parte más ancha. El paisaje aquí estaba muy lejos de ser el de las orillas boscosas del lago Changhaizi, ya que el Hongxinghai estaba rodeado de montañas con muy poca vegetación. El agua es tan clara que observábamos el fondo del lago, a pesar de que también se veía el reflejo de las montañas y las nubes.

Cuando dejamos el lago y volvimos a emprender el camino, nos encontramos con un campo de azaleas a punto de florecer. Su color verde vibrante fue una especie de bienvenida en esta tierra salvaje y una muestra de cómo la vida puede resistir hasta las más duras condiciones. Fue, además, un buen recordatorio de cómo el planeta puede albergar aún lugares llenos de vitalidad y paz, en contraposición con el ruido de la ciudad que habíamos dejado atrás.

No pasó mucho tiempo hasta llegar al paso de la próxima montaña a 4.100 msnm, pero estábamos exhaustos luego de un día de caminata. Todos teníamos una sola imagen en la mente: las cálidas camas en las que dormiríamos esa noche. Todo ello me resultaba irónico, es decir, los montañistas anhelan toparse con la naturaleza, pero una vez que experimentan las dificultades del camino ansían el confort de la vida en la ciudad.

Probablemente nos quedamos atrapados en ese pensamiento, pues luego de que algunos de nosotros comenzamos a descender, nos dimos cuenta de que habíamos perdido de vista a los demás. Estaba cansado y sabía que la noche caería pronto, por lo que tuve que luchar conmigo mismo para mantener la calma dentro del grupo. No podría asegurar que mis otros compañeros estaban preocupados, pero traté de no exhibir mi propia inquietud.

Los ojos de todos estaban sobre mí, así que busqué el walkie-talkie que había esperado no utilizar y llamé rápidamente a Zhao. Su voz era crepitante, pero llegó a decirnos que nos esperaría junto a un arroyo. En ese momento comenzó a nevar y la luz, a caer. La temperatura descendió y sentimos comezón en nuestros rostros, pero yo me sentía a salvo.

Zhao nos indicó que debíamos caminar todavía un par de horas más, así que rápidamente saqué agua del arroyo para abastecernos. Todo se puso cada vez más oscuro, y nos percatamos de que tendríamos que caminar durante la noche. Apuramos el paso.

Mientras descendíamos por la nieve ingresamos a un bosque, pero nadie estaba de humor para fijarse en el bonito paisaje. Zhao pidió que nos diéramos prisa, pero algunos habían sido vencidos por el cansancio y no podían dar un paso más. Es más, por primera vez algunos empezaban a agitarse, pero no había tiempo para discrepancias. Conversamos y acordamos descansar un par de minutos cada media hora. Con nuestras lámparas alumbrando el camino, nos marchamos en silencio.

Entonces, escuché un grito frente a mí. Corrimos y nos percatamos de que una compañera se había resbalado y caído en un arbusto, lo que impidió que se precipitara hacia el arroyo. Todos respiramos con alivio al ver que solo había sufrido un susto y un pequeño rasguño.

A las nueve, después de once horas de caminata, llegamos a nuestro destino en Huanglong. Rápidamente, Zhao nos llevó a una pensión y todos llamamos por teléfono a nuestros seres queridos para avisarles de nuestro paso seguro por el Valle de Qizang, mientras el dueño de la pensión preparaba una gran olla de sopa de cordero. Acurrucados alrededor del fuego, saciamos nuestra hambre y nos reímos de los dos sustos que habíamos tenido ese día y que fácilmente pudieron haberse convertido en tragedia. Estábamos felices por haber podido salir de la montaña. Luego nos lavamos la cara y sumergimos nuestros pies en agua caliente, antes de que nos envolviéramos en mantas calientes y soñáramos con el paisaje hermoso que estaba por venir.

 

 

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