Boliviano cuya patria es China
MI nombre es Wang Jing. Mis padres, ambos de origen chino, emprendieron su aventura hacia las lejanas tierras de Bolivia a principio de los 80, en donde me dieron vida un par de años más tarde. Gracias a ello, tuve el privilegio de crecer en un ambiente mixto. Por un lado, mis padres me enseñaron sobre sus raíces culturales y, por el otro, fui cobijado por la cultura local de Bolivia, o mejor dicho, paceña (cultura de la ciudad de La Paz). Nunca me fue difícil hacer amigos, toda la gente que conocí nunca me trató de manera diferente, para ellos, yo era un boliviano más, o como decimos en La Paz, un chucuta más. Claro está que no faltaban nunca preguntas con mucha gracia como: “¿Con esos ojos rasgados tú ves entero o solo la mitad?”, o “¿Qué significado tiene tu nombre?”, o “¿Cómo se diría mi nombre en Chino?”. Para mis padres, fue un poco más complicado por la barrera del idioma, pero siempre tuvieron buenos amigos locales que les extendieron una mano en el momento necesario.
En el 2002, tuve la oportunidad de emprender mis estudios universitarios en la East China University of Science and Technology (ECUST) en Shanghai, gracias a la beca de estudios otorgada por el Consejo de Becas Escolares de China (CSC). A pesar de ser de familia china, mis conocimientos sobre ese país, no pasaban de lo poco que mis padres me podían contar y alguna información que obtuve a través de videos que pedía prestados a la Embajada de China en Bolivia. Todo para mí era bastante nuevo. En mi llegada a la universidad veía a mucha gente adulta con equipaje yendo hacia los dormitorios, luego me sorprendí al enterarme de que se trataba de padres de familia que venían para dejar a sus hijos en la universidad, fue simplemente sorprendente para mí ver que a esos padres les costaba “dejar crecer” a sus hijos.

Wang Jing celebra con sus familiares la obtención del título de maestría.
Para mí, estar bajo el “camuflaje” de una cara asiática tuvo sus ventajas, podía pasar desapercibido y hacer amigos de manera más rápida, ya que por más amigables que resultaban ser mis compañeros siempre se sentían un poco más distantes de los “verdaderos extranjeros”. Pero también hubo casos en los que mi “camuflaje” no me fue tan conveniente, sobre todo a la hora de ir al doctor, ya que el trato hacia mí no era tan amigable como el trato que recibían mis otros amigos extranjeros.
Fue sorprendente el nivel de estudios de todos mis compañeros, era todo un reto a la hora de seguir su mismo paso. Fue un periodo bastante difícil, lo que para mis compañeros era pan comido, para mí era como arar en el desierto. Pero gracias al apoyo de varios de ellos, ahora muy amigos míos, y a la ayuda de la oficina de estudiantes extranjeros de mi universidad pude salir adelante y cosechar el fruto que en su día costó sembrar.
Por otro lado, pude ver que muchos compañeros, sobre todo los que obtenían muy buenas notas, no sabían hacer nada más que estudiar. A la mayoría de ellos les costaba socializar, era como si viviesen en su propia burbuja y, al momento de la graduación, se daban cuenta de que no estaban listos para afrontar a la sociedad, así que elegían seguir con estudios superiores como maestrías o incluso doctorados, no solamente para poder obtener un mejor título, sino también para tener más tiempo para aprender cómo desenvolverse en la sociedad.
El matrimonio acá en china es algo que vale la pena mencionar. Según lo que me cuentan, cada región tiene sus propias costumbres. En mi caso, los preparativos para pedir la mano de mi esposa consistieron en comprar varios adornos de oro, más un gran sobre rojo con dinero al que llaman en chino Li Jin que literalmente se traduciría como “dinero de regalo”. Lo normal es que este sobre rojo contenga cifras con los números 6 u 8 que simbolizan buena fortuna, suerte y prosperidad. El día que nos comprometimos llovió, según mis suegros eso era bueno, ya que simbolizaba un futuro de fortuna, por los preparativos (oro y dinero), y de poder, ya que 湿(mojado) y 势(poder) tienen la misma pronunciación de “shi”. Para mis padres, ese día fue bastante tenso, ya que se empezaron a hablar de temas económicos muy delicados, que dada la situación de mi familia era imposible realizar, sobre todo el tema de la compra de un departamento para el matrimonio. Mi suerte fue que mis suegros son personas muy razonables que respetaban mucho la decisión de su hija, y ellos nos ayudaron con la primera cuota para nuestro hogar que alivianó mucho nuestro peso.

La familia de Wang Jing.
El día de nuestro matrimonio fue algo fenomenal para mí. Sin duda, el más feliz de mi vida. Mi compañero de escuadra del servicio militar y mejor amigo fue mi paje de honor. Ambos nos sorprendimos al momento en que tuve que leer y firmar mi “condena”, unas dos hojas de deberes hacia mi esposa, lectura que no hubiese podido lograr de no ser por mi otro paje, un amigo chino de la universidad ya que todo el texto estaba escrito en un chino muy complicado. Pero el “sufrimiento” no acabó ahí porque tuve que pasar por una serie de retos, incluidas flexiones, preguntas que si no respondía correctamente iba a “pagar” luego, y la búsqueda de las “zapatillas mágicas” para poder “volver a casa”.
Ahora, volviendo la vista atrás, creo que las costumbres del matrimonio chino son muy bonitas, los suegros te la ponen “difícil” para que al final sepas apreciar a la hija que ellos criaron con todo su amor. Y en sí tiene su magia, ya que el ser humano muchas veces tiende a menospreciar lo que fácilmente obtiene.
Hoy en día, ya luego de 13 años de vivencia en esta metrópolis (Shanghai) he presenciado los sorprendentes cambios que ha tenido. He sido testigo de cómo se han multiplicado las líneas de metro hasta llegar hoy a las catorce líneas. He visto levantarse torres y rascacielos uno tras otro, construirse carreteras elevadas una tras otra. La verdad, la forma en que China está emergiendo es tan asombrosa que hasta a veces da miedo, pero los grandes riesgos siempre traen consigo grandes oportunidades, y China, sin duda alguna, es un país en el que las posibilidades solo están limitadas por la imaginación de uno mismo. Y así como esta ciudad, yo también he podido crecer mucho profesionalmente, aprendiendo cosas bajo un ritmo de “locos” para no quedarme obsoleto en el mercado laboral y poder darle al nuevo miembro de nuestra familia, mi hijo Nicolás, un futuro mejor. Y cuando la vida se vuelve muy estresante siempre me pongo a pensar que, con esfuerzo y buena fe, el mañana siempre es una versión mejorada del hoy, y que el hoy ya me trajo mejores cosas que el ayer.
*Estudiante boliviano radicado en Shanghai.