CHINAHOY

HOME

2014-February-13 14:29

Los pintores tibetanos de Tang-ga (II)

Los pintores tibetanos de Tang-ga (II)

Por XUE MING*

UNA colorida pagoda budista domina la aldea desde lo alto. El maestro Tsering, del monasterio Senggeshong Yago, sabe que los foráneos, como yo, se pierden entre los muros laberínticos que rodean la aldea y, por ello, me señaló este llamativo y simbólico edificio como el lugar en el que me iba a recibir. Frente a la casa de Tsering, hay un suelo espacioso en el que, ahora, los monjes del monasterio estacionan sus coches privados. Entre ellos está el buick blanco de Tsering.

Su casa, ubicada al fondo de un angosto callejón, aparentemente, no se diferencia en nada de las demás. Sin embargo, detrás de la puerta de madera de minuciosos diseños decorativos, hay un patio con varios árboles y un horno en el centro en donde se queman ramas de pino y ciprés –una ofrenda tibetana a los budas que se realiza en el lugar más limpio fuera de las habitaciones, donde se coloca precisamente el horno–. El portal es amplio y alfombrado y, por eso, sirve también como recibidor. No obstante, debido al frío del invierno, Tsering me pide que nos sentemos en el salón.

El interior de la casa es bastante lujoso: el piso de madera, el elegante papel pintado, el enorme sofá y el armario de vidrio en el que se exhiben varias pequeñas estatuas de bronce de Buda, iluminadas por focos. Debido a la celebración del Año Nuevo, en la pequeña mesa del salón se han colocado frutas, meriendas y un juego de té. En una tetera eléctrica se está hirviendo el agua. En un rincón, el acondicionador de aire de pie ha tomado el lugar del tradicional horno, proporcionando calor a la habitación. Nos sentamos frente a una hilera de ventanas, pero las cortinas gruesas nos protegen del sol.

Juventud y experiencia a la vez

A pesar de tener solo 30 años, Tsering es ya un pintor experimentado. Al igual que otros artistas de su condición, se hizo monje apenas se graduó de la escuela primaria. Pasó los días en el monasterio rezando sutras y pintando obras de estilo Tang-ga. Tsering aprendió la técnica de ShaWu Tsering, un gran maestro de bellas artes y de artesanías de nivel estatal. Como el último de sus discípulos y también el de menor edad, Tsering participó, a los 19 años, en la creación de la pintura tibetana más larga del mundo, que, en 1999, fue incluida en la lista de los récords Guinness.

Gracias al estricto adiestramiento de su maestro, el joven artista logró desarrollar notables habilidades y, hoy en día, es también maestro de varios estudiantes que le ayudan a pintar los borradores. En la aldea, se le admira por su sobresaliente técnica. En 2004, obtuvo gran fama al vender una pintura en 13.000 yuanes. Mientras me sirve el té, le pide a su discípulo que traiga la obra que está creando. Se trata de un retrato de Avalokitesvara de cuatro brazos, en el que apenas había trazado líneas doradas. Sin embargo, me obsesiono de inmediato con su espléndido color y el complejo motivo decorativo en la vestimenta. Me acerco a la tela para observarla detalladamente.

“La mayoría de las personas no saben apreciar la pintura Tang-ga. Siempre se acercan mucho y se concentran en los detalles”, menciona Tsering. Es una ironía respecto a mi actitud y los dos nos echamos a reír a carcajadas. “Cuando contemplamos una pintura Tang-ga debemos tener en cuenta que los artistas no comenzamos su elaboración en los detalles. Ante todo, vemos el contorno de la imagen de los budas, observamos si la proporción de la figura es apropiada y si la posición es estable y correcta. Los profanos se distraen, fácilmente, con una flor o una abeja vivamente pintadas y dejan de lado el Buda mal dibujado. Luego ven si están bien pintados los ojos del Buda y si estos reflejan plenamente la divinidad, lo cual es una clave que se asemeja a nuestros tratos sociales. Una persona con bellos ojos nos da, generalmente, una buena impresión. Lo contrario nos causa una gran lástima”, añade.

Otra vez nos echamos a reír. “Fijarse en esos detalles es el último paso a la hora de apreciar una pintura Tang-ga. En realidad, en un Tang-ga es muy estricto el uso del color dorado, ya sea en las líneas o en los trazos. Sin embargo, muchos compradores, por escaso conocimiento de la escuela Tang-ga, prefieren gastar decenas o incluso centenares de miles de yuanes al adquirir una pintura que presenta un efecto resplandeciente debido al excesivo empleo del color dorado”, dice Tsering. Según él, muchas personas no contemplan la pintura Tang-ga con los ojos, sino con las orejas. “Cuando escuchan que alguien es famoso se precipitan a comprar la obra de aquel ‘gran maestro’. Por ello, las pinturas Tang-ga de bajo nivel se venden bien si corresponden con el gusto vulgar del cliente”, señala.

La situación del mercado

Al hablar del mercado de pinturas Tang-ga, este monje artista muestra su lado realista y reconoce su profunda preocupación por el arte. Sus primeros años los pasó aprendiendo con afán las técnicas de pintura y se fue muchas veces de su pueblo natal para dibujar en diversos lugares. En los últimos años, ha tenido muchos contactos con los comerciantes de pinturas y los coleccionistas. “Antes, la pintura Tang-ga era solo para los monasterios o para las casas de los creyentes. Sin embargo, actualmente, la pintura se ha convertido en un objeto de colección o, incluso, de mercancía. He escuchado que algunos empresarios la emplean como un regalo lujoso en sus contactos sociales”, comenta.

El motivo para adquirir pinturas Tang-ga ha experimentado un cambio con el paso del tiempo. Según Tsering, es difícil valorizar una pintura Tang-ga solo con dinero. Tradicionalmente, la figura de Buda en una pintura es sagrada y hay que transmitirla en la familia, de generación en generación. Una pintura Tang-ga bien elaborada puede hacer que quienes la vean sientan la misericordia budista, lo que es considerado un gran mérito y una acción bondadosa por parte del artista. “Generalmente, pedimos un costo básico a quien quiera llevar una pintura Tang-ga a casa, y el interesado, a su vez, determina cuánto nos pagará adicionalmente como sueldo. Por supuesto, me alegraría mucho recibir un elevado salario, pero no me quejaría si este fuera poco”, asegura Tsering.

En la época en la que Tsering era todavía un aprendiz, los artistas se dedicaban a crear obras sin tener en cuenta la cantidad de dinero que iban a recibir. No era nada raro que la elaboración de una pintura tomara un año entero. Actualmente, se terminan pinturas Tang-ga en días o meses. “Según la manera convencional, un artista muy productivo será capaz de crear solo diez pinturas Tang-ga al año. Pero ahora no son pocos los que pueden terminar decenas o más de cien pinturas en un año. ¿Cómo garantizan la calidad? Si un pintor joven, en vez de perfeccionar su técnica y elevar su nivel en un tiempo apropiado, se dedica, totalmente, a dibujar obras de mala calidad, no solo está vendiendo las pinturas, sino que se vende a sí mismo”, manifiesta.

Mientras me lleva en su coche hacia mi destino, Tsering suspira y dice: “Al fijarse solo en el dinero, la gente olvida la razón de ser de una pintura Tang-ga”. Sin embargo, ¿qué se puede hacer para que los artistas, quienes viven de sus obras, se concentren en mejorar su técnica acompañados, solo, por la soledad y el apuro económico, y dejen de aspirar a una buena casa y un buen coche? Tsering, en su propio buick blanco, no me da una respuesta.

*Xue Ming es candidata a un doctorado en Antropología, en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA).