Por LI SHUANGXI
Aldeas al pie del monte Danxia
EL tren de alta velocidad que cubre el trayecto de Beijing a Guangzhou, -el más largo del mundo-, nos lleva de la vasta llanura septentrional de China hasta el sur, a través de los ríos Amarillo y Yangtsé. En apenas unas horas, por la ventana transitamos por un paisaje de incipiente verano a otro de temporada estival plena, pasando de un panorama sombrío a otro de espléndido verdor, como señal de que el tren ha llegado al sur de las Cinco Cordilleras. Contemplamos entonces un par de colinas de roca roja, escondidas entre la aglomeración de nubes viajeras que identifican al monte Danxia.
El monte Danxia, situado en Shaoguan, provincia de Guangdong, acoge un paisaje geográfico distintivo. Salpicada de rústicas aldeas de los hakkas, esta idílica tierra de maravillas permite a los citadinos recrear en la realidad el paraíso poético con que sueñan día y noche.
Escondite bajo el monte Guanyin
Al entrar en el monte Danxia, se encuentra la aldea de Niubi, un pequeño poblado adyacente a una montaña, en medio de ríos y arroyos por los otros tres lados. Todas las casas de este pueblo sureño típico están techadas con tejas y emparedadas de barro, acariciadas por una fresca brisa y reflejadas en agua cristalina, tal como hemos imaginado en el más dulce de nuestros sueños. Tan aislada está esta aldea, que por un buen tiempo los lugareños no tuvieron otro acceso a la misma que la vía fluvial. Así, hasta que algunos años atrás se construyó un puente de cemento a la entrada de la aldea, el cual devino en la única ruta hacia este mundo de fantasía.
Basta cruzar el diminuto y estrecho puente para llegar a la aldea de ensueños. A partir de entonces, desfilan a nuestro lado todos los elementos que hacen del sitio un modelo bucólico, a saber: un bosque de bambú, un estanque, un jardín de pomelos, un platanal, arrozales y una colina con significado budista: el monte Guanyin (Bodhisattva). La empinada elevación semeja una mujer cargando a un niño, de ahí que los lugareños la hayan bautizado como “Bodhisattva, obsequiador de hijos”.
En el flanco opuesto al monte Guanyin está ubicada la pequeña aldea de Niubi, donde se ha mudado la mayoría de los aldeanos. Ellos construyeron nuevos pueblos en el exterior, tras dejar su viejo poblado con una docena de casas de techos de tejas, sumidas en la quietud de un bosque de bambú. El momento más esplendoroso en la aldea es el amanecer lluvioso, cuando el sitio queda envuelto en la niebla, a través de la cual apenas se divisa el monte Guanyin. Dentro de las casas de tejas se acomodan los molinos de piedra, embadurnados de té y despidiendo destellos teñidos de una tenue luz grisácea.
Vida tranquila en la aldea de Niubi.
La apacible aldea atrae a numerosos turistas, entre los cuales no faltan quienes optan por alquilar casas, en cuyo interior se recluyen para vivir una vida alejada de lo mundano. Caso similar es el de Aimi, una residente temporal, que trabaja en la ciudad y viene a pasar los fines de semana, dedicándose a plantar flores y hortalizas en el patio. Esta joven ha bautizado su hogar temporal como “Cabañita de Niubi”. El lugar dispone asimismo de una biblioteca rural para los esforzados niños del pueblo, quienes de tal modo ya cuentan con alimento espiritual y materiales de adiestramiento artesanal.
La rústica hospitalidad de los aldeanos consigue que Aimi se sienta como en su propia casa. No hay familia que no le ofrezca solícita su vino glutinoso, alguna comida, frutales, o pedazos de tierra de verduras. A la joven le bastó un par de semanas para conocer a todas las familias del lugar y considerarse una aldeana más.
En la aldea hay un camino de losas que en los días de lluvia deviene húmedo y resbaladizo, cubierto de parches verdes y brillantes de musgo fresco. Cada vez que Aimi regresa a su cabañita, los aldeanos se colocan en el sendero de losas delante de su casa y se ponen a charlar. Los niños ya la llaman “tía Aimi”. Animada por este ambiente, Aimi pasó de ser alguien poco sociable a adquirir dotes de mujer elocuente. Puso a un lado las experiencias mundanas y se dedicó a disfrutar de una vida sencilla en este remanso de paz. Luego de años de múltiples empeños por sobresalir en las grandes ciudades, y a contrapelo de la adulación que depara la vida urbana, en nuestro fuero interno se rebela el deseo por mostrar del modo más natural nuestras horas felices y nuestras desventuras, gozando de la pureza y transparencia que nos envuelve en un paraíso de este tipo.
Bien entrada la noche, Aimi continúa ocupada, trabajando junto al sendero de losas, intentando concluir un estanque para los peces. Su plan es comprar algunos peces y lotos para decorar el estanque. En su mente ya avizora lo que ha decidido llamar “Jardincillo de Niubi”, al cual se llegará recorriendo un camino de losas, cuyo brillo iluminará con tenue luz las noches lluviosas, a la vera de la cabañita campestre, entre lotos florecidos, de cuyas hojas goteará el rocío mañanero.
Si se fuerza un tanto la imaginación y se cierran los ojos, uno podría jurar que, al sentarse a solas cerca del portón de madera y aguzar el oído al máximo, se puede escuchar cómo late el corazón, y cómo crecen los tallos del bambú. El poeta alemán Hölderlin escribió una vez: “Pleno de méritos, pero con la inspiración poética empañada, el hombre mora en esta tierra”. De esta forma, él propuso que se aprecie la naturaleza en su estado más puro, al igual que la bondad de la humanidad y las bellezas de la vida.
La antigua y misteriosa aldea de Shitang.
Un regusto antiguo en la aldea de Shitang
A más de 10 kilómetros de distancia de la aldea de Niubi se encuentra la aldea de Shitang, que destila aires milenarios e ignotos. Shitang ha sido renombrada como la “Aldea de las Mil Familias”. Sus castillos y antiguas residencias son hoy mudos testigos de épocas de gloria en siglos pasados.
La maravilla arquitectónica del poblado es “La Estacada de Doble Pico”, enclavada en su misma entrada. Esta vetusta fortaleza está rodeada por un foso y en sus cuatro esquinas amuralladas se levantan sólidas atalayas que son guardianes del bienestar de los aldeanos.
Desvanecido en el polvo que deja el paso ineludible de los años, el humo de la pólvora guerrera que una vez cubrió la Estacada es hoy sólo memoria. Son los recuerdos de antaño, y no los cañonazos de aquella época, los que dan la bienvenida a los visitantes, que llegan atraídos asimismo por reliquias locales intangibles como la “Canción de la Hermana Luna”. Esta pieza coral la interpretan, en exclusiva, las mujeres de la aldea de Shitang, del distrito de Renhua, ciudad de Shaoguan, en la provincia de Guangdong. Se trata de una composición de la etnia han que durante siglos pasó de modo oral de una generación a otra, convertida en expresión artística genuina de los hakkas. Esta canción resume la búsqueda estética del pueblo han en su añoranza por una vida más relajada.
Otra atracción local es la centenaria barbería, donde se pueden apreciar la antigua maquinilla para cortar el pelo, la navaja plegable, la silla de barbero de hierro colado y los grandes espejos viejos. Todo esto me hace evocar similares reliquias de mi pueblo natal.
Al vernos curiosear en su lugar, el viejo barbero inició un distendido diálogo con nosotros. “Ya tengo 80 años de edad”, dijo. “Empecé a aprender el oficio a los 17 años. ¡Son más de 60 años en esto!” Una vez que abrió la boca, el veterano peluquero continuó imparable, rememorando los días en que la pobreza extrema de su familia no le dejó más salida que rapar cabezas y afeitar perillas. Sin embargo, ser barbero no es coser y cantar. Los que comienzan en el oficio deben partir de hervir agua para la bacía, barrer los pelos del piso y entonces aprender las técnicas esenciales. Nuestro anfitrión debió dedicar años de duro trabajo hasta que finalmente se convirtió en dueño de la barbería de su maestro.
“Han pasado muchos años, pero mi negocio sigue casi igual que al principio. Aunque hoy día no es algo para enriquecerse, continúo insistiendo, porque tengo que encontrar algo que me alegre la vejez. Me valgo de este trabajo para sentirme cómodo y útil”, exclamó el viejo artesano.
Tras un rato de charla, entró un cliente y el viejo barbero puso manos a la obra de inmediato. Le indicó al parroquiano su sitio en el sillón de hierro colado, el cual procedió a reclinar. A la par que crujía el sillón, el viejo barbero colocó un paño de flores azules alrededor del cuello del cliente. Usó el peine para juntar cabellos, que luego dejaba entre sus dedos, mientras daba rápidos cortes de tijera, arrojando el pelo al suelo.
Tras concluir el corte, pasó al rutinario proceso de afeitado de patillas y bigote. Me sorprendió el empeño de aquel hombre de 80 años de edad y cómo libraba a su cliente de los pelos alrededor de la punta de la ceja.
“No temas, ¡el corte de cabello del bebé de un mes fue pan comido!”, dijo el parroquiano, sin poder ocultar su orgullo. “El peluquero sigue haciendo un excelente trabajo aún hoy en día, pues no tiene presbicia ni está sordo”, añadió. Se notaba que el viejo barbero estaba realmente familiarizado con todos los procesos, y que acometía cada parte del corte con un aplomo y pericia que serían la envidia de cualquier mozo. Concluida la faena, el cliente se mostró complacido.
El viejo peluquero volvió al asiento en la esquina del recinto sin inmutarse. Allí empezó a fumar como si el tiempo se hubiera detenido. A pesar de mis múltiples viajes, no puedo negar que mi paso por el monte Danxia me dejó una sensación única.
El antiguo Linaje del clan Meng. Fotos de Li Shuangxi
Encun, una aldea de mil años
La aldea de Encun, ubicada en el poblado de Chengkou, al norte del monte Danxia, cuenta con una historia de mil años.
Todas las edificaciones de la aldea guardan estrecha relación con el clan Meng. Los antepasados de este grupo llegaron desde el monte Dongmeng, en la actual provincia de Shandong, y se establecieron aquí. Hasta el día de hoy se ha preservado incólume el linaje del clan Meng, en condición de registro auténtico de la historia del clan. Los múltiples personajes que pueblan sus muchas sagas han quedado recogidos en 10 libros de texto de gran tamaño. A pedido nuestro, aunque con cierta cautela, el jefe del clan de la aldea nos abrió el registro, mostrándonos algo más que un árbol familiar, pues resultó ser una antigua obra clásica repleta de poemas, pinturas, caligrafías y sellos. Apuesto que la pieza más valiosa es el prefacio escrito por un político y literato de la dinastía Song del Sur (1127-1279) llamado Wen Tianxiang, en el décimo año del emperador Xianchun (1274).
Todos los detalles de la aldea de Encun se conservan cuidadosamente en el registro del clan: en 1084 Meng Niansi, antepasado del clan Meng, se trasladó desde Yudu, en la provincia de Jiangxi, a Shaozhou, y se instaló en Encun, en esta vasta tierra de Renhua. Meng Tianmin, de la tercera generación de Meng, consiguió las más altas calificaciones en el examen imperial y puso en marcha la gloriosa historia del clan Meng, que perduró por siglos. En su condición de pionero, Meng Tianmin recibió del emperador Song el título honorífico de magistrado del distrito de Renhua.
Hoy día, sus residentes mantienen la tradición de sus antepasados y perseveran en el legado del código de “familia dedicada a las labores del campo y a la lectura como nutriente del clan”.
Esta aseveración parece materializarse en el ambiente apacible y tranquilo y los atisbos históricos que dimanan de cada rincón de esta vieja aldea.