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2016-November-29 10:08

Kubuqi, el camino hacia la abundancia

La hermana Hua y su rebaño de corderos.

 

Por WEI BO*

LAS condiciones naturales extremas producen generalmente una elevada pobreza. Sin embargo, en el desierto de Kubuqi, el séptimo más grande de China, un mar de arenas muertas han creado un milagro: con métodos científicos, un tercio del desierto está cubierto por un color verde y una red entrecruzada de carreteras lo atraviesa. Los pastores y campesinos se mudaron a aldeas recién construidas y abrieron restaurantes y moteles para los turistas. Los niños reciben educación en modernos internados.

El sueño de una carretera hacia el exterior

En la primavera se entretejen el verde de los bosques y el amarillo de las arenas en Kubuqi. Sin embargo, a lo largo de las curvas de las dunas ya no se divisa las siluetas de las filas de camellos; en su lugar, pasan de vez en vez vehículos todoterreno. A lo lejos, se percibe la prolongada música tradicional de la etnia mongola.

“Antes para ir a la bandera –una división administrativa de la región autónoma de Mongolia Interior (China), equivalente a distrito– había que atravesar el desierto y cruzar el río Amarillo. Se necesitaba más de un día para llegar. Ahora arranqué mi auto campero y en una hora llegué”, expresa Mengke Dalai, pastor de 38 años. Siente una especial conexión con este camino.

“Hace 22 años no existían rutas en el desierto. Mi papá sufrió una apendicitis aguda y mi hermano mayor lo llevó al distrito de Wuyuan, Bayan Nur, para que fuera operado. Había que atravesar el desierto y el río Amarillo, por lo que estuve más de diez días sin recibir información. Yo tenía unos diez años de edad y esperaba preocupado en casa. Cada día subía a las dunas y miraba hacia lo lejos. Imaginaba lo maravilloso que sería si existiera un camino hacia el mundo exterior”. Los recuerdos provocan que las lágrimas inunden los ojos de este fuerte pastor mongol.

Sin embargo, cuando Wang Wenbiao, empresario dedicado al control de la desertificación, propuso en 1997 construir carreteras en el centro del desierto para contar con vías de acceso libres, Mengke Dalai y algunos de sus paisanos lo consideraron todo un cuento chino. “Era entonces un estudiante de 17 años y no podía creer que la construcción de una carretera en el desierto fuera posible. Iba a ver el proceso diariamente después de la escuela. Aun muchos años después de terminada, la carretera siempre me pareció un sueño”, recuerda Mengke.

A partir de 1996, con el apoyo de las autoridades locales, el Grupo Elion dirigido por Wang Wenbiao recaudó 1280 millones de yuanes para construir 5 carreteras con una longitud total de 343 km. Dichas carreteras, además de facilitar el tráfico, dividió al desierto en varias áreas, facilitando así el control del avance de las arenas. Un espíritu de lucha emergió frente a las condiciones naturales extremas durante la construcción, formando una riqueza invaluable en el control de la desertificación.

En 2006, las autoridades locales establecieron aldeas en las que concentraron a los pastores que vivían en el desierto, para la recuperación ecológica con más de 10 millones de yuanes de financiación del grupo. De tal manera Mengke terminó su vida errante sin luz eléctrica y agua y se estableció en una casa nueva. Al principio abrió un restaurante. Más tarde juntó dinero con otras 5 familias de pastores para comprar 13 vehículos todoterreno para hacer recorridos turísticos por el desierto. Su negocio resultó tan vigoroso que sus ingresos aumentaron bruscamente de 10.000 a 300.000 yuanes por año. “Ahora el desierto se ha convertido en una tierra que otorga abundancia, a la que regresan los jóvenes que antes había salido en busca de trabajo. La vida en el desierto ha dejado de ser dura y pobre”, afirma.

El sueño por una vida en el oasis

A Aote Genhua la llaman generalmente hermana Hua y es la alcaldesa de la aldea de Daotu Gacha. Tiene una risa radiante y contagiosa. Cada vez que salía de casa, aun en los días de buen tiempo, solía ponerse sombrero y mascarilla por los frecuentes vientos cargados de arena. “Todas las mujeres queremos ser bellas. Mi mayor sueño consiste en que el desierto se convierta en un oasis en el que la gente no ande con la cara llena de arena y lleve una vida estable. Me pareció una broma cuando escuché que las autoridades y empresas iban a cultivar árboles en el desierto. Observé los trabajos durante un tiempo y, más allá de lo que podía imaginar, ¡se alcanzó el éxito!”. El carácter caluroso, emprendedor y pulcro de la hermana Hua se refleja en su modo de manejar. Cada vez que va a cultivar árboles, su carro todoterreno anda a toda velocidad, levantando una larga estela de polvo.

Cada primavera, en Kubuqi son necesarias muchas manos para plantar árboles. Así que la hermana Hua recluta a unos 70 u 80 trabajadores en provincias vecinas como Gansu. En todo el desierto laboran alrededor de 200 equipos de cultivadores como el de ella. No pocos van al sitio de trabajo conduciendo su propio coche todoterreno. En 2009 el equipo se incorporó al proyecto de reforestación del Grupo Elion, lo que ha permitido que los ingresos de la hermana Hua se incrementaran de miles de yuanes a más de cien mil por año.

“Yo y los compañeros, todos amamos esta tierra y apoyamos la causa de reforestación en nuestro pueblo natal. En años recientes hemos cultivado no solo hierbas medicinales y árboles, sino también afecto y esperanzas. Mi mayor sueño se ha hecho realidad, trayendo el verdor a las arenas amarillas, creando riquezas para los pastores y haciendo más bello a mi pueblo natal”, concluye la alcaldesa.

La nueva imagen de un viejo paisaje

En la aldea de Daotu Gacha hay una casa de adobe baja y deteriorada. “La conservamos porque es la prueba del cambio en el desierto de Kubuqi”, explica Chen Ningbu, anciano de la etnia mongol de casi 70 años, quien se desempeñó como secretario de la cédula del Partido Comunista de China en la aldea. Cuando el pequeño pueblo quedó sitiado por las arenas, la duna más cercana casi sobrepasaba las casas. Mientras más de diez familias se trasladaban sucesivamente a otro pueblo, la idea de mudarse también se hizo cada día más evidente en Chen.

En ese momento las empresas dedicadas al control de la desertificación entraron en el desierto y empezaron a realizar los proyectos de forestación. Los árboles en aumento detenían efectivamente el paso de las arenas. Las dunas que amenazaron la aldea también descendieron gradualmente. Al comienzo, los pastores locales no comprendían y consideraban que la empresa se quería apoderar de sus tierras por lo que saldrían perdiendo. En calidad de jefe de la aldea, Chen Ningbu se dio cuenta de que hacía falta una transformación en el pensamiento de los ganaderos para que estos se libraran radicalmente de la pobreza.

En aquel entonces sembrar un árbol o plantar un poste delante de la casa de un pastor costaba mucho trabajo de persuasión. “En nuestras manos el suelo arenoso no tenía ningún valor. Sin embargo, con los métodos científicos de recuperación se convirtió en algo mucho más valioso. Además, los pastores somos los más favorecidos con los árboles plantados y los caminos construidos”, enfatiza. Las razones de las autoridades y el Grupo Elion para el control de la desertificación y la reducción de la pobreza convencieron a los pastores que experimentaron un cambio de actitud, hasta confiar plenamente en ellos. “Gracias a las empresas dedicadas al control de la desertificación, como el Grupo Elion, contamos con perspectivas halagüeñas y los niños pueden recibir educación. Deseamos que este grupo, que nos ha traído muchos beneficios, se desarrolle eternamente en este desierto”, destaca el anciano.

En 2013, Chen Ningbu alquiló al grupo las tierras en desuso de su familia. Las 7 personas que integran su parentela consiguieron de una vez la suma total de más de 600.000 yuanes, 95.000 por persona. Con este fondo la familia se trasladó a una casa amplia y nueva, y empezó a llevar una vida muy diferente a la anterior.

Prevenir el avance de la desertificación

Para eliminar la pobreza primero hay que fomentar la educación y eliminar la ignorancia. Los niños de hoy representan el futuro del desierto. Tal como ha expresado en muchas ocasiones el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de China, Xi Jinping, la ayuda a las zonas pobres debe priorizar la difusión de conocimientos, a fin de detener la transmisión de la pobreza de generación en generación. La educación es un medio efectivo en ese sentido.

Antes era usual que los niños de Kubuqi, aun los mayores de 10 años, no pudieran ir a la escuela. Hoy en día, con un financiamiento empresarial de 110 millones de yuanes, se ha construido un complejo educativo, que está compuesto por una guardería infantil, una escuela primaria, una secundaria de primer ciclo y otra vocacional. Más de 1300 maestros y alumnos matriculados están registrados actualmente. En total más de 3000 niños procedentes del desierto han recibido educación en este recinto y más de 100 han logrado ser admitidos por universidades. Sin duda, todos se convertirán en constructores y continuadores de las obras en su pueblo natal.

Los niños en Kubuqi crecen con un sentimiento complejo que combina el apego por el desierto y una comprensión muy profunda de la vida. “Cada vez que se aproxima la primavera siento una incomparable alegría porque podré ver vidas nuevas. La sensación de estar rodeada por el verdor se parece mucho a la de ser abrazada por mamá. Deseo que en cada rincón del desierto crezca un árbol o una flor, así podría recibir un abrazo cálido como el de mi mamá”. Tal descripción fue escrita por la niña Gao Yang, de una zona situada al borde del desierto, quien perdió a su madre a muy corta edad. Pese a su desgracia, mantiene una actitud firme y positiva ante la vida. Se siente contenta y orgullosa de poder estudiar en esta escuela en medio del desierto.

*Wei Bo es periodista de www.china.org.cn.

 

Mengke Dalai (der.) aprovechó la oportunidad generada por el control de la desertificación y se dedicó al proyecto de turismo con su vehículo todoterreno. Actualmente recibe cientos de miles de yuanes al año en ingresos.

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