Por RAFAEL VALDEZ MERA
Por RAFAEL VALDEZ MERA
Un bien que se padece y un mal que se disfruta. Así definió el escritor portugués Francisco Manuel de Melo a un estado de ánimo conocido como “saudade”, algo que en español significaría “nostalgia” o “añoranza”, pero para quienes hablan portugués representa más que eso. Daniel Hinds, de 26 años, utilizó esa palabra para describir lo que siente por su país, Barbados, una isla caribeña que consta en las agencias de viajes como un destino recomendado.
Dejó ese paraíso donde no hay edificios de más de dos pisos y viajó a China hace cuatro años. Buscaba algo exótico. Se había cansado de vivir en un lugar que incluso para los chinos sería un edén.
En 2011, la Administración Estatal de Turismo de China realizó una encuesta para conocer los diez destinos extranjeros favoritos de los turistas chinos. La isla de Bali, en Indonesia; la Gran Barrera de Coral, en Australia; y Tahití figuraron en los primeros lugares. Justamente esos tres destinos tienen bellezas naturales parecidas a las de Barbados. Daniel dejó atrás las aguas turquesas, la arena blanca y el intenso sol, también las palmeras, los cócteles y las cabañas de bambú... Todo eso por ir tras el sueño de recorrer el mundo.
“Las playas de Barbados y sus mujeres ya no son exóticas para mí. En cambio, China sí lo es”, dice este joven afroamericano que practica la gimnasia olímpica y fue uno de los tres latinoamericanos que clasificó a la segunda fase del concurso del chino.
El día de la competencia, Daniel hizo gala de su agilidad. Lució un sombrero que ocultaba la mitad de su frente y una camisa blanca que hacía juego con el color de sus dientes. Cuando mencionaron su nombre, se deslizó por el estrado haciendo el ‘moonwalk’, aquel paso que inmortalizó el cantante estadounidense Michael Jackson y que consiste en que el bailarín mueve sus piernas de tal manera que se dirige hacia atrás, pero parece que caminara hacia adelante.
Durante su participación le contó al jurado que aprender el idioma ha cambiado la idea que tenía sobre este país. “Pensaba que China estaba llena de agricultores y que no tenía grandes ciudades ni rascacielos, tampoco había probado su comida”, comenta. Por eso, el choque de los primeros días fue duro. “Aquí se comen un montón de cosas que yo no sabía que los seres humanos podían consumir”, dice entre risas.
No solo llegó a Beijing, una ciudad que tiene 72 veces más habitantes que su país, sino que encontró también a extranjeros de múltiples nacionalidades y costumbres. Esa diversidad desterró de a poco la melancolía, fue como encontrarse en medio de un mar de personas, todas desarraigadas, todas ajenas, pero al mismo tiempo unidas porque comparten la característica de ser peculiares en un país de 1.300 millones de habitantes.
“Acá los extranjeros se sorprenden cuando ven a alguien conocido porque creen que están solos entre un billón de chinos, entonces saber que no eres el único te emociona”. Daniel cuenta que por esa razón, las relaciones entre extranjeros son más cordiales de lo que podrían ser en otros países. “He estado en Francia, Estados Unidos, Suiza, España… y cuando me he encontrado con extranjeros, ellos pasan de largo, ni te saludan, no les importas porque eres uno más, pero acá no, aquí es probable que consigas fácilmente una sonrisa o un gesto de cortesía, es la forma de decirle al otro que no está solo”.
Dice que hacerse amigo de extranjeros es más fácil que con chinos porque estos últimos son tímidos y reservados. Sin embargo, afirma que vale la pena el esfuerzo de ganarse la confianza de un chino porque son personas muy leales. Además de que es una excelente estrategia para mejorar el nivel de chino. “Esta lengua es muy oral, se basa mucho en sonidos, el chino es muy diferente a las lenguas latinas. Si uno quiere aprender bien el idioma, no basta estar en China, hay que interrelacionarse con chinos para conocer su cultura, así el aprendizaje es más fácil”.
Ahora, Daniel se lleva bien con la “saudade”. No le pesa ni lo detiene. Está estudiando una Licenciatura en Ciencias del Deporte, ya cursa el tercer año, pronto terminará la carrera y de su boca no sale la palabra “volver”. Si bien, reconoce que en el Caribe está su verdadero hogar, su familia y su identidad, es tajante al decir que no quiere volver a vivir allá. “En Barbados no hay nada para mí, yo quiero seguir conociendo nuevos lugares, otras culturas y más personas, quiero recorrer el mundo”.
El reencuentro con la música
Daniel Hinds ha ganado mucha agilidad gracias a la práctica de la gimnasia olímpica. Fotos cortesía del entrevistado
A los siete años de edad, Daniel aprendió a tocar piano y poco después la flauta traversa. Por más de 15 años se dedicó a su afición por la música, pero el viaje a China significó también un distanciamiento de los instrumentos musicales que otrora fueron sus amigos y cómplices.
Tocando el piano conquistó a varias de sus ex enamoradas y también esquivó el llanto en momentos de tristeza. A esos buenos amigos los descuidó desde que llegó a Asia para buscar oportunidades. Sabe que China está cobrando cada vez mayor relevancia económica y política, dice que pronto llegará el día en que las escuelas latinoamericanas incorporarán la enseñanza del chino en sus planes de estudio, así como lo hicieron antes con el inglés. Daniel tiene la certeza de que está en el momento y el lugar oportuno para crecer profesionalmente. Vino para embarcarse en el tren del desarrollo y no piensa bajarse aunque se haya acostumbrado a vivir con nostalgia. Cuando recuerda a Barbados, su mirada se pierde, las palabras se aquietan, ‘saudade’ es aquella sensación inefable que lo invade.
La música ha vuelto entonces a su vida como una vía de escape para todo eso que no puede describir con palabras. Su piano y la flauta traversa lo acompañan en esta aventura. Tiene una banda musical que se presenta en bares de Beijing. Dice que vivir solo ha hecho que mejore su técnica musical. “Cuando te vas a otro país, tú experimentarás mucho más de lo que esperas. Aprender un idioma es solo el principio de lo que en realidad es conocer un universo”, concluye.