La globalización entra en una nueva era
5 de septiembre de 2016. El presidente chino Xi Jinping en la conferencia de prensa después de la clausura de la XI Cumbre de Líderes del G20.
Por HE YAFEI*
Los últimos años han sido de grandes cambios y nuevos desarrollos en el proceso de globalización. No obstante, la gobernanza global se ha visto enfrentada con una serie de nuevos desafíos, y tanto los bajos niveles de la economía mundial como los diversos procesos populistas alrededor del mundo se han presentado como piedras en el camino para este proceso. Entonces, la gente se pregunta: ¿Qué está ocurriendo en el mundo? ¿La globalización está en regresión o está entrando en una nueva etapa de progreso? ¿Cómo va la gobernanza global?
Para responder estas inquietudes, es preciso echar una mirada a las transformaciones del proceso de globalización durante las últimas dos o tres décadas.
En primer lugar, al ser un país emergente con un acelerado desarrollo, la fuerza integral de China cada año demuestra ser más fuerte. El despegue del país se ha dado paralelamente con el de otras naciones en vías de desarrollo, fuerza conjunta que al final ha promovido la “gran convergencia” entre naciones desarrolladas y en vías de desarrollo. Al ser la transformación histórica de mayor impacto desde el siglo XVIII, cuando se dio la revolución industrial occidental, ha transformado de raíz el mapa político y económico mundial. Es precisamente gracias a esta tendencia de globalización que la gobernanza global ha pasado de un sistema dominado por los países desarrollados hacia un nuevo sistema cogobernado tanto por los desarrollados como por los en desarrollo.
En segundo lugar, la gobernanza global no ha podido seguirle el paso al acelerado desarrollo de la globalización. A medida que se fractura el neoliberalismo económico occidental, aparecen los espacios vacíos y el trastorno. Es decir, los denominados “desorden” y “fragmentación” se han vuelto cada día más notorios tras la crisis financiera de 2008. Esto agrava las competencias ideológicas y la capacidad para imponer reglamentos. Debido a estas dificultades, muchos tienen dudas acerca del futuro de la gobernanza global.
Desde que explotó la crisis financiera, la economía mundial no ha logrado levantarse del todo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) redujo su pronóstico de crecimiento económico mundial para 2016 a apenas 3 %, el comercio mundial se ha desacelerado en los últimos años y las inversiones internacionales han presentado una gran reducción. Además, la crisis de deuda en Europa sigue fermentándose y los riesgos financieros se acumulan sin cesar.
Como indicó el presidente chino, Xi Jinping, en la Cumbre del G20 en Antalya, Turquía, en noviembre de 2015, tras la crisis financiera de 2008, tanto el modelo original de crecimiento como la forma de administración de la economía mundial se han agotado y su fuerza vital ha quedado perdida. Es decir, el crecimiento de la economía mundial necesita de un impulso, un pensamiento y un modelo renovado. En este contexto, la gente se pregunta cómo resolver el desequilibrio del desarrollo económico mundial y los problemas de “desorden” y “fragmentación”. El sistema de gobernanza global necesita de reformas y mejoras, que serán incluidas en la agenda mundial.
En tercer lugar, la influencia negativa de la globalización misma se ha ido revelando, sobre todo a medida que se ajustan las cadenas productivas mundiales, lo que muchas veces significa pérdidas de empleo o reducción de ingresos para la clase de “cuello azul” en los países desarrollados occidentales. Al mismo tiempo, la brecha económica entre las zonas empobrecidas y las más desarrolladas del mundo se amplía, lo que genera una tendencia de “desglobalización” en muchos países. Como consecuencia, los movimientos populistas que representan dicha tendencia se desbordan, afectando la ecología política en algunos de los países más desarrollados del mundo. Este fenómeno se ha visto reflejado, por ejemplo, en el insólito proceso de elecciones en Estados Unidos, el abandono de Gran Bretaña de la Unión Europea y el surgimiento de partidos políticos radicales en algunas naciones europeas. Estas anomalías políticas han debilitado el apoyo internacional hacia la globalización en un marco político y de voluntad del pueblo, y han afectado la gobernanza global, incluido el normal funcionamiento del libre comercio y del sistema de inversión mundial.
Para poder comprender qué pasa con el mundo es preciso tener estas transformaciones, problemas y desarrollos en el radar. La historia del mundo no ocurre de forma lineal, sino que presenta altibajos. Si se analiza la globalización durante las últimas dos o tres décadas, no solo es posible comprender que dicho proceso ha entrado en una nueva era, sino también se puede ver una evolución de la gobernanza global; una fase histórica de “administración conjunta entre Oriente y Occidente”, en la cual la sabiduría oriental ha demostrado su encanto. En este sentido, la sociedad internacional ha desplegado su mirada hacia el oriente, con especial enfoque en la sociedad china.
Si echamos un vistazo a la historia de la gobernanza global, podremos entender el porqué de esta afirmación.
Lo esencial de la gobernanza global es la elaboración y puesta en práctica de un sistema y unos reglamentos internacionales. El modelo actual, que incluye el mecanismo de gobernanza global y tiene como núcleo la Organización de Naciones Unidas (ONU), ha sido establecido bajo la orientación de Estados Unidos y ha mejorado gradualmente en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
La gobernanza global fue propuesta por los europeos en la década de 1990, con miras a la profundización y el amplio desarrollo de la globalización. Sin embargo, ha dado pie para el surgimiento de nuevos desafíos globales, como extensión de la crisis financiera, fricciones comerciales, conflictos regionales, problemas de recursos acuáticos transnacionales, cambio climático, entre otros. Cada vez más gente es consciente de que la globalización enmarca una dependencia mutua entre estados, en la cual se insta a la sociedad internacional a enfrentar desafíos en conjunto bajo la afirmación de que “el beneficio de uno, es el beneficio de todos y si uno pierde, pierden todos”. Es evidente que el concepto de “suma cero” no tiene cabida en un contexto de globalización.
A pesar de que el final de la Guerra Fría significó un rompimiento de alianzas militares y búsquedas ideológicas en la sociedad internacional, los países del mundo, incluidas grandes potencias como Estados Unidos, Rusia y China, lograron unificarse en un sistema común de lineamientos internacionales –la Organización de Naciones Unidas– y se fomentó el establecimiento de instituciones como el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio. Estos organismos garantizan que la gobernanza global se dé bajo los parámetros de institucionalidad, normalidad y legalidad, en donde todos respetan las “reglas”.
Al entrar en el siglo XXI, la globalización recibió los impactos del unilateralismo de Estados Unidos. Pero el Gobierno estadounidense se dio cuenta de que su papel de “policía mundial” no era un trabajo fácil y sintió una enorme presión. Por esto, después de asumir su cargo como presidente, Barack Obama le dio prioridad a la “agenda política interior”, y desplazó el enfoque internacional de Europa y Medio Oriente hacia Asia. Con esto, no solo optó por un “reequilibrio en Asia-Pacífico”, sino que también desvió la atención desde la lucha contra el terrorismo hacia el despegue de los países emergentes.
Al tiempo que ocurría este cambio desde el gobierno de Obama, las economías emergentes, sobre todo la china, adquirieron un papel más destacado en la gobernanza global, puesto que gracias al nuevo modelo de desarrollo lograron adaptarse a la sociedad internacional. En este nuevo punto de partida histórico, China, asestada en el centro del escenario mundial, tendrá que asumir la responsabilidad de promover una gobernanza global más justa y razonable.
China se ha convertido en un protagonista de la gobernanza global, con un papel dirigente en el manejo de dicho mecanismo; basta con mirar la exitosa Cumbre del G20, celebrada el pasado septiembre en Hangzhou, para darse cuenta de la importancia que ha cobrado China en el mundo entero. Si miramos la historia, el desarrollo chino se superpone con la reforma y el desarrollo de la gobernanza global en algunos nodos de tiempo, en los cuales sobresale la importancia de los pensamientos y la sabiduría china en la gobernanza global, sobre todo la propuesta del presidente Xi Jinping de los Productos Públicos Globales (Global Public Goods, en inglés).
¿En qué aspectos de la gobernanza global podría China desempeñar un mayor papel dirigente?
Primero, como parte de la ONU, China debe dar un firme impulso al orden internacional y al mecanismo de gobernanza global, precisamente, el consenso alcanzado por la sociedad internacional tras la Segunda Guerra Mundial. China, como defensor, constructor y contribuyente, beneficia el actual orden internacional y gobernanza global y no tiene ninguna lógica tildar a China de “destructor y revisor”, como hacen muchas naciones occidentales. Si el actual “horno” funciona bien, ¿para qué se construye otra cocina?
Segundo, en este marco, China seguirá promoviendo el desarrollo de nuevos mecanismos, sistemas y reglas internacionales, como el G20, los BRICS, APEC, el BAII y el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS. También continuará orientando el nuevo concepto de gobernanza global de democracia de la relación internacional, cooperación y ganancia compartida y desarrollo común, con el fin de conceder a los países en vías de desarrollo mayores derechos a la hora de expresarse y tomar decisiones, así como mejorar el mecanismo de la gobernanza global.
En tercer lugar, para ajustar y cambiar el pensamiento de la gobernanza global, China debe proponer nuevas ideas y propuestas, con base en su civilización, hallando un nuevo pensamiento administrativo y una hoja de ruta desde los intercambios y fusiones de diversas civilizaciones. Por lo tanto, en vez de aplicar la “teoría de choque de civilizaciones”, los países deben promover intercambios y uniones en materia de civilización y cultura. La iniciativa de “Una Franja y Una Ruta”, propuesta por el presidente Xi Jinping en 2013, pone en manifiesto el deseo de China de compartir los frutos de su progreso e invita a las naciones a lo largo de la Ruta a montarse en el “tren rápido” del desarrollo chino. Precisamente, en el marco de este megaproyecto, el presidente Xi Jinping propuso durante el Foro de Boao 2015 una conferencia de diálogo entre las civilizaciones asiáticas que no solo incluyera comunicación política, sino también el acoplamiento de estrategias de desarrollo e intercambios de civilizaciones y culturas y la comunicación entre pueblos. Bajo la filosofía de una “gran armonía mundial”, esta iniciativa promueve las innovaciones de China en cuanto a la práctica de gobernanza global.
Por último, China insiste en mantener la paz y el desarrollo pacífico mundial y espera que los países superen las barreras geopolíticas, sostengan buenas relaciones con las grandes potencias y eviten caer en la denominada “trampa de Tucídides”, con el fin de preservar la política internacional pacífica y duradera que exige la gobernanza global.
La paz es prerrequisito de desarrollo, y el desarrollo es garantía de paz, es decir, sin la paz no hay desarrollo, y sin desarrollo no es posible garantizar una paz estable y duradera, conclusión que surge de las penalidades sufridas por China en la época contemporánea.
Hoy en día, países grandes como China y Estados Unidos mantienen una relación de “no confrontación, no conflicto, respeto mutuo y cooperación y ganancia compartida”. Esta ideología, propuesta por el presidente Xi, ha trazado una nueva ruta de convivencia armoniosa entre los grandes países, y se puede adaptar también a la relación entre China y otras naciones de peso.
La globalización ha entrado en una nueva era y el mundo, en un nuevo siglo. Si los países son capaces de tener un desarrollo pacífico, la humanidad podrá convivir en armonía y tejer un mañana prometedor con un continuo crecimiento económico.
* He Yafei es ex viceministro de Relaciones Exteriores y ex subdirector de la Oficina de Asuntos de Chinos de Ultramar del Consejo de Estado.
22 de septiembre de 2016. Obreros en el puerto nuevo de Shidao en la ciudad de Rongcheng, provincia de Shandong, embarcan un depósito de aceite petroquímico para exportar a Pakistán a través del puerto de Tianjin. Cnsphoto