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2015-September-1 15:42

Las evidencias históricas son irrefutables

Por LI YUAN y LI WUZHOU

POR espacio de décadas, algunas personas en Japón se han plegado al lavado de cerebro, al punto de negar incluso la guerra de agresión contra China, que duró 14 años, y las atrocidades de los militares japoneses contra el pueblo chino. No faltan tampoco los que han tratado de justificar actos tan abominables. Sin embargo, la historia no miente. Los hechos y las evidencias históricas de la pérdida masiva de vidas, atribuible a actos inhumanos del ejército japonés, invalidan la posibilidad de que prosperen tales afirmaciones mendaces.

Restos del “sepulcro de las 10.000 personas” en el Museo en Memoria de las Víctimas de la Masacre de Nanjing. Yu Xiangjun

 
El carbón sustituye a la humanidad

Debajo de las apacibles y ondulantes colinas que se extienden por kilómetros en Nanshan, Sunjiawan, en la ciudad de Fuxin, provincia de Liaoning, hay cuatro tumbas comunes.

Después de ocupar el noreste de China a principios de la década de 1930, Japón comenzó una búsqueda desesperada de recursos naturales. El carbón que sus ejércitos saquearon en Fuxin costó cientos de miles de vidas de chinos forzados a trabajar. Sus cadáveres fueron enterrados en cuatro fosas alrededor de las minas, a razón de 10 mil en cada una.

Zhang Baoshi, curador de la Sala Memorial de las Tumbas Comunes, nos contó las historias de Ma Yuqi y Zhu Tao.

Ma Yuqi tiene ahora 92 años. Fue trabajador forzado en la mina de Sunjiawan. Con apenas 16 años, él y otros ocho jóvenes aldeanos fueron obligados a trabajar en las minas, con temperaturas de 20 a 30 grados centígrados bajo cero. Dormían en casetas que se estremecían con el soplido de los vientos árticos, y sobrevivían comiendo un tazón de sorgo cocido y una papa salada al día. Si no terminaban su comida en cinco minutos, los golpeaban. Muchos enfermaron del estómago y murieron poco después. Sus cadáveres fueron llevados a una morgue improvisada, y cuando esta se repletó, los arrojaron a una fosa común.

Zhu Tao fue maestro de la Universidad Militar y Política del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa en la provincia central de Hebei, donde lo capturó el ejército japonés en 1942.

Él y otros soldados y maestros capturados, a los cuales llamaban “trabajadores especiales”, fueron obligados a laborar al menos 12 horas al día en minas donde los techos podían ceder en cualquier momento. Cualquier trabajador que pareciera moroso recibía golpizas, a veces hasta la muerte. Los castigos incluían marcas con hierro caliente, electroshocks, y ser atacados por perros hambrientos. Para agosto de 1945, habían muerto más de 1.890 de los 4.000 trabajadores especiales.

Zhu Tao y varios de sus compañeros escaparon el 5 de marzo de 1943, tras lo cual regresaron a las bases antijaponesas en la provincia central de Hebei. Zhu Tao falleció en Guangzhou el año pasado, a los 101 años. En sus últimos años, al recordar lo que había soportado en Fuxin, dijo: “El infierno tiene 18 niveles; a aquellos trabajadores nos tocó trabajar por debajo del decimoctavo nivel”.

Soldados japoneses limpian sables manchados de sangre.

 
Los sobrevivientes ganan su pleito

La primera pieza que los visitantes ven al entrar al Museo en Memoria de las Víctimas de la Masacre de Nanjing, perpetrada por los invasores japoneses, es una gigantesca estatua negra, que representa a una angustiada madre sosteniendo el cuerpo inerte de su hijo muerto.

“Todo el museo se erige sobre las fosas comunes”, indica el curador Zhu Chengshan. Durante su construcción, de 1984 a 1985, se exhumaron numerosos esqueletos, y en 1998 se encontraron más restos. Los primeros fueron enterrados en los cimientos de una sala de exposiciones especiales y los últimos en el sitio de la fosa original llamado “sepulcro de las 10.000 personas”. “El nombre proviene de los registros de inhumaciones, según los cuales más de 20.000 víctimas fueron enterradas aquí”, añade Zhu.

A veces se escuchan ocasionales llantos o sollozos en el museo. Entre las fotografías históricas en la muestra está la de un oficial japonés blandiendo un sable ante una mujer arrodillada en actitud de oración; también hay instantáneas de civiles chinos semienterrados, rodeados de soldados japoneses en actitud de burla; y de cabezas de civiles cercenadas y colocadas sobre barricadas, algunas con las bocas rellenas de cigarrillos.

Nanjing, entonces capital de China, fue sitiada por las tropas japonesas en 1937. Durante las seis semanas que transcurrieron de diciembre de 1937 a enero de 1938, cuando los japoneses ocuparon la ciudad, estos mataron a más de 300.000 civiles.

Videos, imágenes y textos en el pabellón hablan de esta masacre cometida hace 78 años.

Uno de los videos muestra a Xia Shuqin, que hoy cuenta con 86 años, contando lo que le sucedió el 13 de diciembre de 1937. Ella vivía en la vivienda nº 5 de la calle Xinlukou, al este de Zhonghuamen, una de las puertas principales de la ciudad interior. Ese día, soldados japoneses irrumpieron en su casa y mataron a siete miembros de su familia: sus abuelos, padres y tres de sus hermanas. Los soldados violaron y mataron a su madre y a sus dos hermanas mayores. A ella la apuñalaron tres veces, tras lo cual perdió el sentido. De toda la familia, solo Xia y su hermana de cuatro años sobrevivieron.

La guía de la sala nos relata que en 1998, el historiador japonés Toshio Matsumura, y el profesor Shudo Higa-shinakano, de la Universidad de Asia, afirmaron en respectivas monografías, que Xia era una falsa testigo de la masacre. Xia los demandó en Japón por difamación. El Tribunal del Distrito de Tokio, el Tribunal Superior de Tokio y el Tribunal Supremo de Japón fallaron a favor de Xia.

Río de cadáveres

“El 14 de diciembre marchamos desde la ciudad a orillas del río Yangtsé... Todo lo que pudimos ver sobre los 2.000 o más metros de ancho de la superficie fluvial fueron cadáveres de hombres, mujeres y niños, flotando lentamente como balsas. Al encaminarnos corriente arriba, vimos más cadáveres, que como montañas avanzaban hacia nosotros en lo que parecía una corriente sin fin. Debe haber habido al menos 50.000 muertos. El río Yangtsé se había convertido en un río de cadáveres”. Este recuento lo hizo el veterano japonés Akahoshi Yoshio, y está incluido en El llanto del río Yangtsé, una colección de memorias de veteranos de guerra publicada en Japón.

“En la plaza había 100 personas sentadas, con las manos atadas detrás de la espalda. Frente a ellos había dos pozos recién cavados, de cinco metros cuadrados por tres de profundidad... Los soldados que llevaban a cabo las ejecuciones parecían agitados, con los rostros desfigurados por rictus”. Así lo recuerda el ex corresponsal militar Sato Shinju, en su libro En marcha como corresponsal militar.

El 14 de diciembre de 1937, el diario Tokio Nichi Nichi Shimbun (Tokyo Daily News) publicó un reportaje sobre los oficiales japoneses Toshiaki Mukai y Tsuyoshi Noda, que compitieron para ver quién era más rápido matando a 100 personas con una espada. Los lugares escogidos por los dos oficiales para su concurso, Changzhou, Danyang y Jurong, en la provincia de Jiangsu, se mencionan en los títulos de la foto.

Carné de trabajo de los mineros.
 

Testigos europeos y americanos

Hay un edificio de dos pisos de ladrillo con estilo occidental en la intersección de las calles Zhongshan y Guangzhou, en el bullicioso centro de la ciudad de Nanjing. Ahí funcionaba el campamento de refugiados de Siemens, uno de los 25 asilos establecidos por el Comité Internacional para la Zona de Seguridad de Nanjing.

Un grupo de extranjeros estableció la zona desmilitarizada para civiles chinos, con 25 asilos dentro de ella, poco antes de que Nanjing cayera en manos del ejército japonés, según Yang Shanyou, director de la antigua residencia del empresario alemán, John Rabe (1882-1950), quien fue presidente del comité. El campamento de refugiados de Siemens por sí solo alojaba a 135 familias, o más de 600 civiles. Durante la masacre, la zona de seguridad ofreció refugio a unos 250.000 chinos.

Un miembro del comité, el sacerdote estadounidense John G. Magee (1884-1956), arriesgó su vida, filmando lo que ocurrió durante la ocupación japonesa, con una cámara Kodak de 16 mm. Más adelante Kodak hizo copias de sus películas, que poco a poco fueron saliendo a la luz. Miner Searle Bates (1897-1978), entonces profesor de Historia en la Universidad de Nanjing, publicó varios artículos en periódicos extranjeros, revelando detalles de la masacre. En 1988 se encontró su diario en la Universidad de Yale, en el cual describe el salvajismo del ejército japonés.

El 15 de febrero de 1946, el tribunal militar que el Comando General del Ejército Chino estableció en Nanjing para juzgar a los criminales de guerra nipones, revisó un túmulo de pruebas, tras lo cual afirmó: “El ejército japonés planificó y efectuó 28 masacres, matando a unos 190.000 civiles, y 858 masacres esporádicas, que dejaron hasta 150.000 muertos, cifra recogida en los registros de inhumaciones de las organizaciones caritativas de la época”. El veredicto también está desplegado en el pabellón conmemorativo.

El Gobierno japonés reconoció explícitamente el número de víctimas de la Masacre de Nanjing, según lo determinó el tribunal militar, cuando firmó el Tratado de San Francisco en 1951 con los Gobiernos de Estados Unidos y otros países.

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