El cronista vuelve a sus raíces
Julio Villanueva Chang, director y fundador de la revista Etiqueta Negra, en un café-librería de Beijing.
“A China por fin, abuelo Chang Ton”, escribió en Facebook días antes de empacar su ropa, sus revistas y sus recuerdos (son estos últimos los que ocupan más espacio). El escritor y periodista Julio Villanueva Chang esperó casi toda su vida para hacer este viaje. Desde niño había oído hablar de Cantón, aquel remoto lugar de donde el abuelo materno Chang Ton había partido para probar suerte en Perú. De hecho, Cantón se volvió una palabra tan presente en su vida que cuando escuchó que acá en China se le dice “Guangdong”, dicho nombre le sonaba tan familiar como el esperanto.
La diferencia entre un turista y un viajero es la misma que hay entre un notario y un cronista. La libertad no es la misma, y más aún si eres el invitado a mesas redondas y conferencias en Beijing. “Estos días me he sentido como un hijo de descendientes chinos sobreprotegido”, dice Villanueva, quien –como buen amante de la salsa– quiso darle un ritmo menos pausado a su paso por la capital china: agarró una bicicleta para recorrer Beijing, se perdió una noche en un hutong, se quedó maravillado con la postura en cuclillas de muchas personas en la calle y se muere por descifrar cómo es un chino promedio. “Los chinos no son solo los problemas en la bolsa de Shanghai y que ello haga temblar al mundo. Hay que hacer una excavación de la personalidad de una comunidad”, mencionó en la mesa redonda en la que participó en el Instituto Cervantes.
Julio Villanueva Chang (segundo desde la der.) en la conferencia en el Instituto Cervantes.
Para quienes no lo conozcan, Julio Villanueva Chang es el fundador y director de Etiqueta Negra, una de las mejores revistas de América Latina, la cual revolucionó el mundo editorial desde su aparición –hace más de trece años– con un primer número cuyo dream team fueron las plumas de Mario Vargas Llosa, Jon Lee Anderson, Fernando Savater, Martín Caparrós y Carlos Monsiváis, entre otros. Después de 127 números, de pasar los días durmiendo menos de cinco horas y de una vida privada a la que califica de “desastrosa”, este cronista ha aprendido a organizar su asombro, a aferrarse a su intuición y a comprender que un editor es, antes que nada, “un ignorante experto en preguntar”.
Como en los viejos discos de vinilo, la vida de Julio Villanueva siempre tuvo un lado A y un lado B. Primero se escucha esa melodía frenética, desenfadada y memorable que tienen sus trabajos periodísticos, para después llegar al foxtrot, al vals y a la marinera peruana, que eran los ritmos que en Lima bailaba su abuelo chino, y cuya historia es, en realidad, un canto a sí mismo. Al fin y al cabo, un cronista sabe que también hay música en las palabras y que los grandes textos periodísticos se leen con el oído, no con la vista.
In memoriam de Chang Ton
“La curiosidad sigue siendo la última tecnología”, dice Villanueva cuando habla del futuro que todavía tienen los relatos periodísticos extraordinarios, en un mundo acostumbrado cada vez más a leer los 140 caracteres del Twitter. Curiosidad es también la que tuvo desde niño respecto a la historia de su abuelo Chang Ton: un hombre solidario, de ascendencia dentro de la colonia china en Lima, que dedicó su vida a resolver los problemas de otras personas, y cuya única maldad fue, probablemente, morirse dos años antes de que su nieto naciera.
“En distintos años de mi vida pregunté por mi abuelo chino, pero nunca se me contestó. No lo sé, pero creo que mis familiares vivían la reserva de mi abuelo”. De hecho, los pocos detalles que Villanueva sabe de Carlos Alberto Chang Li –el nombre que Chang Ton eligió al bautizarse– se deben a un artículo que escribió para el diario El Comercio en 1999, con motivo de la celebración por los 150 años del inicio de la inmigración china a Perú. 1999 fue también el año en el que su abuelo hubiera cumplido un siglo de vida.
Fotografías de Chang Ton, el abuelo chino del periodista Julio Villanueva. Fotos de Michael Zárate
Para escribir aquel artículo, Villanueva tuvo que hablar por teléfono con sus parientes, quienes por fin le fueron soltando retazos de la vida de su abuelo. Fue así como se enteró de que Chang Ton había nacido en Zhongshan (Guangdong), de que no sabía español, de que había sido un gran calígrafo y cocinero, de que había administrado una tienda de frutas y dulces, de que fue dueño del primer televisor del barrio, de que tuvo cien ahijados de matrimonio y bautizo, y de que era un chino extraño porque había asimilado tan bien la cultura peruana que hacía música con las cucharas (una costumbre muy tradicional de la Lima bohemia de los valses criollos). “Mi abuelo es el espíritu que me ha acompañado en este viaje”, dice Villanueva, quien sonrió cuando le dijeron que “nieto” en chino (sunzi) podría ser también un gran insulto.
Villanueva –quien ha brindado talleres y conferencias en universidades como Yale, Harvard, Stanford y Columbia– decidió quedarse un mes en China porque creía que jamás lograría volver. “Pero ya no estoy seguro. Me he ido acostumbrando a Beijing tan rápidamente que siento que voy a volver, y pronto. Eso me sorprende. Siento que hay muchas cosas por hacer acá y quiero ser uno de los que ayude a hacerlas”. Si bien este cronista peruano creció en los viejos callejones de Barrios Altos (Lima), se ha quedado asombrado con los viejos callejones de Beijing (los hutong). “Allí sí sentí que estaba en China. En los hutong vi austeridad, pero también mucha vida, alegría y cosas compartidas”.
Julio Villanueva es un admirador de la caligrafía china y a la cita con China Hoy –días antes de partir a Guangdong– apareció con un libro sobre la historia de los caracteres chinos. “Para mí cualquier cosa en chino es arte, porque yo veo un dibujo, una armonía, una belleza”. Entonces –le pregunto– ¿qué le ha faltado para empezar a estudiar chino? “Lo mismo que me ha faltado para empezar a salir a correr”.