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2015-March-19 15:21

Neruda en la inmensa pagoda del Oriente

Por ABEL ROSALES GINARTE*

CUANDO el poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973) visitó China, en 1951, impresionantes imágenes lo conmovieron: “La sonrisa de los niños chinos es la más bella cosecha de arroz que desgrana la gran muchedumbre”. Así lo escribe en sus memorias que bajo el título Confieso que he vivido, siguen conquistando a millones de lectores en el mundo. Ahora que Neruda ha regresado a la capital China, los vientos de la memoria nos convidan.

El busto con la imagen meditativa del autor de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, inaugurado por la presidenta Michelle Bachelet, en el parque Chaoyang de Beijing, tuvo un momento sublime. El poema Para ti las espigas, obra del autor chileno en las voces de niños chinos, devolvió las mismas sonrisas que impresionaron tanto a Neruda hace sesenta y tres años. “Yo creo que Neruda tenía esa capacidad de captar y de escribir situaciones, países, personas, pueblos, de una manera como lo hizo con Chile, como lo hizo con nuestra América. También lo hizo, en parte importante, con China”, dijo el embajador de Chile en China, Jorge Heine Lorenzen, en el homenaje que la institución que dirige ofreció a esos estudiantes. Precisamente, 2015 es el Año de la cultura China en Chile para conmemorar el aniversario 45 del establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambas naciones.

30 de diciembre de 2014. Niños chinos que recibieron un reconocimiento de la embajada de Chile en China, declaman el poema de Neruda ante el representante de la nación sudamericana. Foto Abel Rosales
 

Un regocijo que alcanza a Neruda, quien coincidió con grandes autores chinos como Mao Dun (1896-1981) y Ai Qing (1910-1996). Refiriéndose a este último, en sus memorias lo distingue como príncipe de los poetas chinos. Una entrañable amistad los unió, desafiando distancias y culturas. “En Kunming, la primera ciudad china tras la frontera, nos esperaba mi viejo amigo, el poeta Ai Qing. Su ancho rostro moreno, sus ojos llenos de picardía y bondad, su inteligencia despierta, eran otra vez un adelanto de alegría para tan largo viaje”, relata el premio Nobel de Literatura chileno recordando su estancia en China en 1957, la segunda y última visita después de la fundación de la Nueva China. Junto a su esposa Matilde Urrutia, el escritor brasilero Jorge Amado y su esposa Zelia inician un viaje en barco por el rio Yangtsé, el más largo de China.

Sus memorias son la crónica perfecta de aquella travesía:”Anchísimo y tranquilo, el Yangtsé se adelgaza a veces y a duras penas logra pasar el barco entre sus titánicas gargantas. A cada lado, las altísimas paredes de piedra parecen tocarse en las alturas, en donde se divisa de cuando en cuando una nubecilla en el cielo, dibujada con la maestría de un pincel oriental, o surge una pequeña habitación humana entre las cicatrices de la piedra. Pocos paisajes hay en la tierra de tan abrumadora belleza. Tal vez puedan comparársele los violentos desfiladeros del cáucaso o nuestros solitarios y solemnes canales magallánicos”. Para cerrar los párrafos dedicados al medio natural que lo envuelve, escribe: “Una profunda poesía se desprende de esta naturaleza prodigiosa; una poesía breve y desnuda como el vuelo de un ave o como el relámpago plateado del agua que fluye casi inmóvil entre los muros de piedra”.

Ai Qing lo había visitado en Chile tres años antes para celebrar su medio siglo de vida, el mismo año en que la editorial Nascimento le publicó el poemario Las uvas y el viento, donde aparecen los poemas dedicados a China. En el ensayo Pablo Neruda: El poeta y su monumento, la crítica literaria, novelista y poeta, Alicia Borinsky destaca: “El canto del poeta o, como dice en otros textos, su oficio de campanero, el tañido, hace falta para despertar al pueblo y cumplir la misión histórica. China es una estrella, horizonte para los ingenuos. Sin ella, mediada por la voz del poeta, los humildes no se darían cuenta de su explotación: El hombre de las Américas, inclinado en su surco,/rodeado del metal de su máquina ardiente, el pobre de los trópicos, el valiente/ minero de Bolivia, el ancho obrero/ del profundo Brasil, el pastor/ de la Patagonia infinita,/ te miran China Popular, te saludan/ y conmigo te envían este beso en tu frente. Saludo a China, es un poema donde el sentimiento popular enlaza al continente americano y la gran nación de Asia.

El reencuentro se revela cargado de acontecimientos novedosos y agradables para dos grandes voces de la literatura que se comunican en francés. Las confesiones de Neruda son la mejor imagen del gran poeta chino que tenemos en español: “Ai Qing como Ho Chi Min, eran poetas de la vieja cepa oriental, formados entre la dureza colonial del Oriente y una difícil existencia en París. Saliendo de las prisiones, estos poetas de voz dulce y natural se convirtieron fuera de su país en estudiantes pobres o mozos de restaurante. Mantuvieron su confianza en la revolución. Suavísimos en poesía y férreos en política, retornaron a tiempo para cumplir sus destinos”.

Los caminos se vuelven a cruzar, esta vez sobre el magnífico río de la historia desde donde Pablo advierte los avances de la Nueva China. Las pinturas antiguas toman vida a su alrededor y siglos de tradición palpitan en las aguas. El Yangtsé, el tercero más largo del mundo después del Nilo y el Amazonas, serpentea desde la meseta Qinghai-Tíbet hasta el mar de China Oriental. Celebran juntos el aniversario 53 del chileno que va dibujando con palabras un cuadro gigantesco: “El poeta Ai Qing era el jefe de la delegación que nos guiaba. Cada noche comíamos Jorge Amado, Zelia, Matilde, Ai Qing y yo en una cámara separada. La mesa se cubría de legumbres doradas y verdes, pescados agridulces, patos y pollos guisados de rara manera, siempre deliciosa”.

La riqueza culinaria de China es un verdadero regalo al paladar. Ai no pierde la oportunidad de trasmitirle detalles de su cultura que Neruda guarda para siempre: “Ai Qing nos da algunas nociones. Las tres reglas supremas que deben regir una buena comida son: primero, el sabor; segundo, el olor; tercero, el color. Estos tres elementos deben de ser exigentemente respetados. El sabor debe de ser exquisito. El olor debe de ser delicioso. Y el color debe de ser estimulante y armonioso”.

 

Pero ¿dónde han quedado las consideraciones del poeta chino sobre Neruda? Un día de 1957 se despidieron para siempre en Beijing. ¿Por qué el chileno dice en sus memorias que se fue de China con un gusto amargo en su boca? Algunas viejas fotografías, periódicos chilenos de la época y sobrevivientes tienen mucho que contar.

Todo quedará plasmado en un libro que estamos preparando junto a la traductora argentina Ema Indira Velázquez, para hacer coincidir a dos autores imprescindibles en la literatura. Cronistas de su tiempo, fervientes revolucionarios y autores de poemas de infinita ternura. Hombres capaces de desafiar el tiempo y caminar entre las espigas del nuevo milenio junto a las banderas de la paz.

Neruda es, a mi juicio, el autor que mejor ofrece una visión de lo que es China: “Inmensa pagoda, entran y salen de su antigua estructura los hombres y los mitos, los campesinos y los dioses”. Un recinto donde los niños regalan su sonrisa envueltos en la muchedumbre indetenible. Ellos siguen siendo los más sinceros, los que van dejando a su paso recuerdos imperecederos en la memoria de poetas que, como Pablo Neruda, desandan las calles de la China milenaria.