Buen futuro en la lucha contra la desertificación
Plantar árboles es una importante fuente de ingresos de la familia de Chen Ningbu.
CHEN Ningbu, de 70 años, es un mongol oriundo del poblado de Duguitala, bandera de Hangjin. Robusto y honesto, tiene una voz potente y buen estado de ánimo.
Chen tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres, y dispone de ocho hectáreas de prados y otras 5,33 de tierras de labranza, de las que solo dos son de regadío. Toda su familia vivía de la naturaleza, pero en constante riesgo de vulnerabilidad. Su aldea estaba rodeada por un desierto y frente a su casa había un montón de arena más alto que la propia casa. Cuando vio que unas diez familias decidieron trasladarse a otros lugares, Chen también pensó en mudarse.
Más tarde, el Grupo Elion emprendió una campaña para luchar contra la arena en Kubuqi quitando la gran duna, construyendo carreteras y plantando árboles.
Los esfuerzos de Elion alimentaron las esperanzas de Chen Ningbu y sus vecinos de seguir viviendo en la localidad. La gente de la aldea dejó de salir a trabajar fuera y se sumó con entusiasmo a la plantación de árboles, los cuales ayudan a controlar la desertificación. Tres años después, muchos vecinos edificaron nuevas casas. Chen no fue la excepción y, actualmente, lleva ya diez años dedicado a esta causa ecológica.
La antigua casa de Chen.
Chen, diligente y hábil, ha logrado obtener buenos resultados tanto de la plantación de árboles como del cultivo de la tierra. El pasado año, ambas faenas le rindieron unos ingresos de 70.000 y 40.000 yuanes, respectivamente. Gracias a la lucha contra la desertificación, Chen ha mejorado mucho su vida. Ahora cría más de 300 ovejas y el año pasado vendió 140, a 700 yuanes las grandes y a 400 las pequeñas. Además, gana varios miles de yuanes cada año vendiendo cachemira. Chen tiene buenas perspectivas de vida.
En 2013 alquiló su desierto a Elion, lo que le supuso una renta de 600.000 yuanes, algo con lo que no se hubiese atrevido a soñar en el pasado.
Chen Ningbu y su familia viven actualmente en una casa de 127 m², con tres habitaciones y un salón. La casa es amplia y luminosa, está bien decorada, tiene un gran patio con ovejas y gansos rodeado por una valla y hay árboles plantados delante y detrás. A ojos de Chen, su casa es mejor que las de las ciudades.
Al frente de la casa de Chen hay un camino sin asfaltar de dos kilómetros que llega hasta la carretera, por donde pasan vehículos de vez en cuando.
“En el pasado no veíamos coches, sino conejos corriendo. Si algún vecino de la aldea se enfermaba o una mujer encinta iba a parir, necesitaban seis o siete horas en camello o a caballo para llegar al hospital. Algunos perdieron la vida en el desierto porque no había carretera”, relata Chen.
Con la mejora de las condiciones de vida, los cuatro hijos de Chen lograron graduarse en la universidad y salir del desierto para trabajar en la ciudad.
*Wang Shengyang es periodista de la revista El mundo del desierto.