Carallo, el artista que pinta el sonido
Carallo pintando en su estudio de Beijing.
DE donde Guillermo Aymerich viene (“de Galicia, no de España”, subraya él), no hay palabra más polisémica y versátil que Carallo, un comodín lingüístico que en su aparente simplicidad encierra el asombroso poder de expresarlo casi todo, desde estados de ánimo hasta los más rudos exabruptos. Y a Guillermo Aymerich (Santiago de Compostela, 1964), que es Doctor en Bellas Artes, y profesor en la Universidad de Valencia y una decena de universidades más distribuidas por medio mundo, y que es escritor y que es, sobre todo, un artista singular y algo estrafalario, todo el mundo lo conoce como Carallo, con mayúscula.
Incluso en China, donde vive desde 2006, se hace llamar así: Oukala. Su sobrenombre, explica, se lo ganó a pulso por el uso recurrente que hace de esa palabra gallega cuando habla, aunque, bien mirado, bien podría proceder de la totalidad de su obra, cuya capacidad expresiva, versatilidad y pretensión de totalidad superan incluso a las de la palabra que tanto usa.
Carallo vive más de la mitad de cada año en Beijing porque le fascina China, un país cuyos velos ha ido retirando pacientemente como capas de cebolla para tratar de alcanzar el corazón de su cultura y, desde ahí, diseñar un proceso creativo tan ambicioso como insólito: crear cuadros sonoros o, lo que es lo mismo, pintar el sonido.
En puridad, este singular artista podría acometer este proceso desde cualquier lugar porque toda su obra, que ha mostrado en cientos de exposiciones individuales y colectivas por medio mundo, está íntimamente vinculada al desplazamiento físico y al estudio del espacio, como una suerte de aproximación topológica y memoria de viaje: desde Borneo a Japón, Nueva York o Baviera, desde los Balcanes bosnios a Brasil, desde la Bretaña francesa a ocho mil lugares más, aunque siempre pasando por el tamiz de su Galicia natal.
De cada uno de esos sitios se trae siempre de vuelta especias que pican, de ahí su otro apodo: el pintor picante. “Ese nombre es por tres motivos”, explica Aymerich. “En primer lugar por mi colección de picantes. La última vez que los conté tenía 150, y ahora más. En segundo lugar, por razones prácticas, es un nombre sencillo pero peculiar, no como mi apellido, que facilita la búsqueda en Internet. Y en tercer lugar porque la propia definición de picante encaja con mi obra”.
Definición de picante en una de sus acepciones: “se aplica a aquello que está dicho con cierta agudeza y pungencia, con lo cual produce gracia y es escuchado con placer”. Pero, ¿por qué se adapta esta definición a la obra de Carallo?
El proyecto de Carallo consiste en crear cuadros sonoros. Fotos cortesía del autor
Una apuesta a la totalidad
El texto literario y la pintura, el arte, llevan siglos rastreándose mutuamente, cortejándose, contraponiéndose. Dicen que Picasso encontró en Frenhofer, el genio incomprendido y adelantado a su tiempo que retrata Honoré de Balzac en La obra maestra desconocida (1831), una identificación lo suficientemente poderosa como para impulsar su obra. Es dudoso que Carallo se considere a sí mismo un genio, incomprendido o no, pero también su obra tiene profundas influencias literarias. Las explica él mismo en su libro Un método para pensar el lugar (2008), donde no oculta las increíbles afinidades como pintor (no intencionadas, sino casualmente convergentes) con el autor francés George Perec, obsesionado con la catalogación, la serialización y el espacio.
“Existen muchísimos escritores buenísimos, pero no muchos pueden presumir de algo que caracteriza a Perec: es un artista puro y duro, que utiliza la literatura para formatear sus obras”, explica Carallo.
Entre otras muchas cosas, Perec, en su libro Especies de espacios (1974), escribió: “Pocos acontecimientos hay que no dejen al menos una huella escrita. Casi todo, en un momento u otro, pasa por una hoja de papel, una página de cuaderno, una hoja de agenda o no importa qué otro soporte de fortuna…”
El estudio de Carallo en Beijing, su atelier, está lleno de cuadernos minuciosamente anotados: ideas, reflexiones, gráficos, escalas musicales y, sobre todo, relaciones. Hebras dispersas tomadas de aquí y de allá para trenzar conexiones aparentemente imposibles que sirvan para “leer” el mundo. Porque, ¿qué es si no el arte?
“El arte es una forma de conocimiento muy amplia, no se trata de mover la mano y pintar de forma meramente mimética, eso es una ordinariez y un aburrimiento”, explica Carallo, inmerso en un proyecto de una complejidad mayúscula.
“Yo estoy haciendo un micro sistema. Los chinos usan sistemas cosmogónicos. El mío no es cosmo, pero es un microsistema. La obra de arte como microsistema para unir muchas formas de conocimiento dentro de un sistema en el que todo tiene que ver con todo, en el que no hay nada aleatorio y todo está vinculado. Aquí entra la ciencia, la pintura, la música, pero también la alquimia, las matemáticas, la numerología, la cosmología o la robótica”.
Y la literatura y la sinología, claro. Hay que partir de ellas para explicar el proyecto 8 Sonidos de Carallo. Concretamente, hay que partir del Libro de los tres caracteres: “Un clásico chino. Este libro encarna el ideal neoconfucionista y lo utilizaban para enseñar a los niños el complejo idioma chino. Está rimado, siempre los caracteres van de tres en tres y nunca se repiten. Hablan de entorno, moral, buenas maneras…. A medida que se aprende el idioma, se aprenden valores. Todo el mundo en China conoce esto porque para ellos es un libro iniciático”, explica Carallo.
Bien, dicho esto, la cuestión es: ¿cómo conseguir cuadros sonoros y un microsistema partiendo de aquí? Los caracteres del libro dicen: calabaza, barro, piel, madera, piedra, metal, seda y bambú; que crean los ocho sonidos. En la particular cosmogonía china, estos materiales tienen diferentes connotaciones: colores, puntos cardinales, estaciones del año, trigramas taoístas y, sobre todo, timbre, el cual supone una clasificación de instrumentos. “En Occidente, las armonías están basadas en el ritmo y en la melodía, secundarios en China, donde lo más importante es el timbre. De ahí se deduce que los chinos bailen tan mal, porque tradicional y culturalmente el ritmo no lo tienen, mientras que los africanos, telúricamente, sí”, especula Carallo. Así, por ejemplo, seda remite a sur, verano, rojo y un trigrama ba gua, pero también al laúd o la cítara, instrumentos emparentados con la seda.
Lo que Carallo está haciendo es pintar ocho cuadros al óleo sobre cada uno de estos materiales, extraídos de elementos estrechamente vinculados con la cultura china. Así, el metal procede de gongs, la madera es de peral, usada para la xilografía, la piedra de pisapapeles de caligrafía china, etcétera.
Estos ocho cuadros actúan como diferentes instrumentos de percusión al estar colocados sobre cajas de resonancia que albergan varillas retráctiles susceptibles de ser afinadas. Una sucesión numérica divide los cuadros en un total de 204 teselas, implicando escalas musicales; por ejemplo, el cuadro bambú ofrece dos octavas y media. Al percutir sobre cada tesela se obtiene un sonido con timbres diferentes: 204 sonidos brutos que serán combinados por ocho destacados músicos, cuatro chinos y cuatro occidentales, cuya misión es componer una música “desgastada” en consonancia con el desgaste visual de la pintura de los ocho cuadros a medida que se percute sobre ellos.
Por otra parte, mediante un programa informático, ocho mini robots bailan al son de esa música, al tiempo que sus ocho diferentes sistemas de tracción dejan trazos de pintura sobre un nuevo cuadro en blanco que acabará por sustituir al original ya desgastado. Se produce así un ciclo eterno de ejecución-destrucción, un ciclo vital íntimamente vinculado con la cosmogonía china, pero en cierto modo también con la tragedia griega, origen de la cultura occidental.
“Es decir, una extensión artística con varias formas de arte siguiendo el sistema estético propuesto por Wagner, basado en la tragedia griega y en la ópera del siglo XVIII, donde su ideal es unificar todas las formas artísticas, la llamada Obra de Arte Total”, resume Carallo.
Quedan, claro, ochocientos matices por explicar pero, como lleva haciendo durante toda su carrera, Carallo consigue aquí unir lo aparentemente irreconciliable en una unidad con sentido propio que acerca las culturas china y occidental hasta el hermanamiento híbrido. “¿Qué?”, pregunta Carallo cuando finaliza su explicación, “¿te parece que estoy loco?”