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La caracola dorada (2.a parte)

Source:China Hoy Author:Jiang Weiyu
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Hailuo le contó llorando: “Yo soy aquel pez dorado que salvaste hace tres años y soy también el hada del mar azul. Me escapé y vine al mundo de los humanos para agradecerte. En el Palacio de Cristal del mar me andan buscando por todas partes. El mundo sufrirá una inundación si me quedo aquí más tiempo”. El joven no quería separarse de ella y le preguntó una y otra vez cómo evitar aquella catástrofe.

 

Hailuo tampoco quería marcharse, entonces le pidió al joven que escondiese la concha en lo profundo de la montaña: “Si la concha de la caracola no está aquí, las aguas del mar no llegarán a la casa. Anda a ver a mi mamá en la isla de coral y suplícale que no nos separe. Pero las penalidades que encontrarás en el camino serán insoportables”.

 

“No temo ningún riesgo y puedo soportar todas las penalidades. No importa si te vas al horizonte del cielo, incluso allá estaré a tu lado”. Esa misma noche el joven escondió la concha en la montaña y tomó un bote penetrando en el mar oscuro.

 

El mar levantó tremendas olas. La tormenta le dijo: “Si continuas tu viaje, ¡te haré trizas!”. Las olas gigantescas le dijeron: “Si no vuelves, ¡estrellaremos tu bote!”. El joven siguió intrépidamente hacia adelante, rompiendo la tormenta, pisando las olas y avanzando a toda velocidad.

 

Del mar oscuro ascendió una nube roja, y por encima de las olas apareció la isla de coral. Los guardianes cocodrilos cogieron los brazos del joven, mientras que la Diosa del Mar, muy enfadada, se puso de pie en la roca: “Tú raptaste a mi Hailuo. ¡Cómo te atreves a venir a mi isla!”.

 

El joven contestó: “La caracola no fue raptada. ¡No nos separe!”. La Diosa del Mar le dijo: “Te daré lo que quieras, pero no ilusiones a Hailuo. ¡Vete de regreso! Si no estás contento, ven a verme dentro de tres días”.

 

El joven regresó, pero su casa había cambiado: ya no era una casa de paja sino una lujosa, en la que todo era de oro y plata.

 

Pero a Hailuo se le borró la sonrisa: “Te felicito por obtener tantas riquezas. De hoy en adelante tendrás mucha suerte. ¡Devuélveme la concha, por favor! Voy a regresar al mar pasado mañana. Te ruego que no cantes más en el mar para que no me ponga triste y llore”. El joven no quiso dejar ir a Hailuo, por lo que la vigiló durante tres días sin separarse de ella ni un instante.

 

En la noche del tercer día, el joven volvió a la isla de coral. Le rogó a la Diosa: “Solo quiero a Hailuo, y no me gustan el oro ni la plata”. La Diosa del Mar le dijo enfadada: “Puedes escoger cualquier belleza, pero no a Hailuo. Si no estás contento, nos veremos dentro de tres días”.

 

El joven regresó a casa y Hailuo había cambiado totalmente: su cabello se volvió gris y blanco, y su cara estaba llena de arrugas. Hailuo le dijo llorando: “¡Déjame ir! La magia me convertirá en una anciana dentro de tres días”.

 

El afligido joven volvió a vigilar a Hailuo por tres días. A la tercera noche, rompió la oscuridad más horrible en el mar, cruzó las olas más grandes y volvió a la isla inmortal.

 

La Diosa del Mar lucía una sonrisa victoriosa: “Hailuo ha envejecido. ¿No temes que se burlen de ti si sigues a su lado? Tengo miles y miles de hermosas hadas que esperan que las elijas”. Ni bien terminó de decirlo, agitó su manga y un grupo de hadas llegó volando.

 

Todas las hadas eran muy bonitas. Pero en el corazón del joven solo estaba Hailuo: “No me gustan el oro, la plata ni las joyas. Nada es mejor que Hailuo. ¡No me importa si es joven o vieja!”.

 

El rostro de la Diosa del Mar se oscureció. A medida que agitaba una manga, se lanzaban olas negras hacia el joven. “¡No pienses que escaparás si no devuelves a Hailuo!”, le dijo la Diosa.

 

Las olas negras golpeaban el cuerpo del joven como látigos de hierro. La tormenta hería su cara como un cuchillo. Erguido e intrépido, el joven dijo: “¡Puedes golpearme o cortarme! ¡No pienso dejar a Hailuo así vuelques todo tu Palacio de Cristal!”.

 

El joven parecía ser de hierro y no se movía para nada. No se inmutaba ante las olas negras ni la tormenta. El rostro de la Diosa del Mar empezó a volverse suave y al final asomó una sonrisa. Les ordenó a los cocodrilos retroceder y calmó a los vientos y las olas.

 

Sonriendo, la Diosa del Mar le dijo: “¡Ganaste! Tu audacia y firmeza, así como la sinceridad que le demuestras a Hailuo te han hecho ganar el amor de mi hija”.

 

La Diosa del Mar le regaló al joven una perla brillante y le ordenó cerrar los ojos. Una ráfaga de viento lo llevó de vuelta a la costa.

 

El joven llegó a casa. Hailuo había vuelto a ser la que era. El joven bajó la cabeza y vio en su mano aquella perla brillante.

 

El inmenso mar azul, el cielo despejado sobre las aguas. Este par de enamorados por fin contrajo matrimonio.

 

La vida siguió en la costa. Todos los días salían a pescar cantando. Un año después, el joven se volvió padre de dos niños. Tres años más tarde, Hailuo era la mamá de cuatro hijos.
 
*Este cuento pertenece a la serie Libros Ilustrados de Historias Chinas, dirigida a los niños hispanohablantes. Los interesados en adquirirla pueden comunicarse con la editorial Blossom Press (Tel.: 0086-10-68996050, 68996618. Fax.: 0086-10-88415258. E-mail: minmin9305@163.com).

 

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Editor: Wu Wen Da-->

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