Mauricio Belmonte se desempeña actualmente como encargado de negocios de la Embajada de Bolivia en China. Magdalena Rojas
En uno de los complejos diplomáticos frente al río Liangma, en Beijing, se encuentra la Embajada de Bolivia, donde me recibe Mauricio Belmonte, con una sonrisa cálida y esa cadencia suave y pausada tan característica del país altiplánico. El diplomático, quien ya está por terminar su segunda misión en China, cuenta que hay planes de trasladar la embajada a un nuevo recinto. De cualquier forma, el espacio es amplio y las diferentes fotografías que cubren sus paredes recuerdan los bellos paisajes, animales y pueblos que habitan esas tierras lejanas, así como la wiphala, la bandera cuadrangular de siete colores adoptada por el expresidente Evo Morales en 2009 en representación de los 36 pueblos que conforman Bolivia.
Desde un principio, Belmonte cuenta que vivir en China no formaba parte de sus planes, pero que el nuevo rumbo que tomó su vida lo tiene plenamente cautivado. “Como muchas personas, había centrado mi interés en visitar otros países, sobre todo en Europa”, confiesa. Un ávido lector, el diplomático tenía el deseo de conocer más a fondo España, y sobre todo Italia, en razón de sus vínculos familiares, ya que sus bisabuelos provenían de la zona del Piamonte. De hecho, escribió un libro titulado Polenta, familias italianas en Bolivia, que relata parte de esta historia de inmigración hacia tierras bolivianas. Sin embargo, la vida le tenía preparado otro camino.
Una oportunidad inesperada
Su padre, quien también formó parte del servicio exterior boliviano, conoció a un funcionario chino quien lo instó a que uno de sus hijos fuera a estudiar a China a través de una beca. “En ese entonces, China era una referencia geográfica muy interesante, más que todo vinculada con su historia”, rememora Belmonte. “Yo la veía con la distancia que nos separa físicamente, y si me hubiese animado a visitar China, habría sido por motivos estrictamente turísticos”, agrega. Sin embargo, en ningún caso se había planteado la posibilidad de vivir, ni mucho menos trabajar o hacer parte de su carrera aquí. La insistencia del diplomático chino, no obstante, hizo su efecto y Mauricio Belmonte finalmente terminó por aceptar la propuesta.
Desde ese lejano 2007, cuando pisó Beijing por vez primera, el periplo en China ha estado marcado por un sinfín de experiencias y aprendizajes. El país se encontraba próximo a celebrar los Juegos Olímpicos, por lo que había un ambiente muy festivo y un deseo por parte de la gente local de aproximarse a los extranjeros. Así, durante ese primer periodo, de 2007 a 2009, Belmonte tuvo la posibilidad de aproximarse al día a día de los chinos, al tiempo que cursaba un programa para aprender mandarín en la universidad. En ese proceso, y pesa a su timidez inicial, se dio cuenta de que la sociedad era bastante amigable, más allá de las dificultades propias de no dominar el idioma ni de comunicarse de manera fluida.
Un nuevo rumbo de vida
La experiencia como estudiante en China sirvió como un impulso para que Belmonte incursionara en el mundo de la diplomacia. El comunicador social, que había trabajado brevemente como periodista en La Paz antes de llegar a Beijing, estaba decidido a dar ese nuevo paso en su vida. De esta forma, hizo una maestría en Ciencias Políticas con mención en Relaciones Internacionales, con el fin de integrarse a las filas del servicio exterior.
En su etapa de formación como niño y adolescente, tuvo la oportunidad de vivir en Chile, Argentina, Colombia y Perú gracias a su padre. Si bien fueron todos destinos en Sudamérica y próximos a Bolivia, Belmonte cuenta que dicho estilo de vida no siempre fue fácil de llevar. “Es difícil llegar a un lugar y después tener que retirarte de todo ese entorno, cuando ya estabas empezando a tener amigos”, admite. “Pero al mismo tiempo te genera esa ansiedad, esa expectativa de querer salir”, agrega, para luego señalar que es en ese instante cuando “te empiezas a aproximar al mundo diplomático, a ver cómo se ve tu país desde el exterior”.
De este modo, y tras la huella indeleble que dejó China en su primer periplo, Belmonte se instaló por segunda vez en Beijing de 2012 a 2013, periodo durante el cual ejerció las labores de cónsul. “Mi experiencia se limitó más que todo a labores consulares, (pero no por ello) menos importantes que las que realiza alguien que está ejecutando trabajos en áreas diplomáticas, comerciales o políticas”, manifiesta. “Puedes ver y conocer China también a través de la experiencia de tus compatriotas”, argumenta.
En la actualidad, el diplomático boliviano es ministro consejero y está cumpliendo su segunda misión en China en calidad de encargado de negocios desde 2017. A propósito, señala que tiene varias tareas a su haber, siendo la principal la de impulsar la agenda comercial y el ingreso de más productos agropecuarios de origen boliviano al mercado chino. Hasta ahora, explica, hay varios productos que han gozado de una gran acogida entre los consumidores locales, como la carne de res, la quinua y el café. Además, ya se están haciendo las gestiones necesarias para introducir la chía, otro grano andino considerado un superalimento.
Afianzar los lazos
Belmonte recuerda que Bolivia se adhirió a la Iniciativa de la Franja y la Ruta a raíz de la visita a China del exmandatario Evo Morales en 2018 y el posterior encuentro con su homólogo, el presidente Xi Jinping. Desde entonces, se ha abierto una nueva ventana de oportunidades para que Bolivia dé a conocer no solo su oferta exportable, sino también para incrementar los lazos en otras áreas. Aun así, hay un largo recorrido por delante. “China es un desafío constante, no solo por las dimensiones geográficas del país y su influencia en el exterior, sino que al ser un mercado tan exigente y tan grande, hay que seguir apostando por incrementar más la relación”, indica.
Por otro lado, el diplomático cree que la zona rural de China también tiene muchas similitudes con el altiplano boliviano, por lo que se pueden explorar nuevos puntos de cooperación en términos culturales y turísticos. “Cuando veo un telar aymara, o un aguayo, como le decimos nosotros, me viene a la memoria alguna producción similar que se desarrolla, por ejemplo, en el Tíbet”, señala. De forma paralela, menciona el Salar de Uyuni, que en chino es conocido como el “Espejo del Cielo”, como otro elemento que se podría potenciar más en su calidad de atractivo turístico.
Los tres periodos –el primero como estudiante y los dos últimos como diplomático– que Mauricio Belmonte ha pasado en China suman casi diez años, pero más allá del tiempo que se mide en segundos, minutos y horas, son las experiencias vividas las que para él han constituido una fuente invaluable de aprendizaje. Una de estas lecciones tiene que ver con la idea de “trabajar no solo con disciplina, sino con convicción”, según dice. “Los chinos tienen eso de sentirse comprometidos con lo que hacen y de quererse a sí mismos porque son conscientes de su pueblo, de lo que tienen y de lo que pueden hacer”, profundiza.
Y aunque todavía no tiene certeza respecto a cuántos segundos, minutos y horas le restan en China –una nueva designación es inminente, pero depende de las altas autoridades–, sus vivencias quedarán plasmadas como otro capítulo más del intercambio exitoso entre personas. “Lo hablo con los amigos que tengo: todos los que hemos vivido acá en China durante esta etapa tenemos la obligación de dejar algo escrito de todo lo que se ha vivido y todo lo que hemos podido conocer”, concluye.