El pasado 27 de octubre, en el pebetero del Estadio Zhuankou de Wuhan, se apagó la llama de una séptima edición de los Juegos Militares Mundiales que quedará grabada, como huella indeleble, en la memoria de millones de aficionados a los deportes. Inaugurado 10 días antes en la capital de la central provincia china de Hubei, con una colorida ceremonia que presidió el mandatario chino, Xi Jinping, el certamen pasará a los anales de estas competiciones cuatrienales como el más grande en sus 24 años de historia, con más de 10.000 atletas de 109 países compitiendo en 27 deportes, el mayor número nunca antes convocado.
El éxito de la cita ha marcado –sin ánimo de exagerar y solo ateniéndonos a los hechos– un antes y un después en el curso de estas lides que debutaron en Roma 1995 y que han logrado celebrarse ininterrumpidamente, superando con creces las expectativas de sus fundadores.
Fue hace 24 almanaques cuando el Consejo Internacional de Deportes Militares (CISM, por sus siglas en inglés), en conmemoración del quincuagésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial y de la ratificación del Tratado de las Naciones Unidas, determinó dar alas a esta plausible iniciativa que con el pasar de las ediciones ha ido ganando en calidad organizativa y competitiva.
Comenzaron entonces en aquel otoño romano, en el ecuador de los 90, unos juegos que intentarían en lo adelante desafiar una de las tradiciones más aborrecibles de la humanidad, las guerras cíclicas, con una genuina oda a la paz. En apariencia, toda una paradoja: hacer converger en tiempo y espacio a múltiples instituciones armadas sin que otro conflicto bélico fuera el causante; congregar a miembros de ejércitos, de las fuerzas aéreas y terrestres de decenas de países, en un cónclave diseñado para la confraternización deportiva, sin más banderas que las de la concordia y la camaradería.
Se convirtió entonces Wuhan en escenario de una reunión atlética sin distinción de nacionalidad, raza, ideología o credo religioso. La urbe china siguió así los pasos de las seis anfitrionas precedentes: Roma, Zagreb (Croacia, 1999), Catania (Italia, 2003), Hyderabad-Secunderabad (India, 2007), Río de Janeiro (Brasil, 2011) y Mungyeong (Corea del Sur, 2015).
Deportistas de diferentes países al lado de la mascota de los Juegos Militares Mundiales de Wuhan 2019.
China domina el medallero
Los que siguen con regularidad los certámenes multideportivos, y hasta muchos aficionados casuales, están familiarizados con las pruebas que tradicionalmente han conformado los organigramas de estas grandes citas internacionales del músculo, dígase Juegos Olímpicos, Asiáticos, Panamericanos, Panafricanos, Europeos o del Pacífico.
No dista mucho de ese menú el que presentó Wuhan 2019, pues, a excepción de los conocidos como deportes puramente militares, el paracaidismo, la orientación y los tres pentatlones –militar, aeronáutico y naval–, el resto imita casi como copia fiel a aquellos en los que se concursa en las referidas citas cuatrienales (salvo, entre los deportes acuáticos, el salvamento).
En un total sin precedentes de 27 deportes –3 más que en Mungyeong 2015– se compitió esta vez con el tenis de mesa, el bádminton, el boxeo femenino, la gimnasia y el tenis haciendo su debut (los dos últimos, en calidad de exhibición). También sin parangón fue la cantidad de eventos, 329, y, validando los pronósticos, el cúmulo de medallas cosechadas por una delegación local que honró sus juegos con la presencia de varios deportistas de primerísimo nivel, incluidos campeones mundiales y olímpicos.
La comitiva china participó con un número récord de atletas, 406, y repitió su primer lugar del medallero de Catania 2003. El botín de oros y el total de preseas de los anfitriones fue, dicho sin ninguna rimbombancia, de otra galaxia. Baste recordar que Rusia, en esta oportunidad relegada a una segunda posición (puntera del medallero en cuatro ocasiones: 1995, 1999, 2007 y 2015; Brasil fue primera en casa en 2011), estableció previamente en Roma un máximo de metales dorados de 62 y, en Mungyeong, de 135 en el acumulado. China hizo añicos ambas plusmarcas sumando 133 áureas y 239 podios (133-64-42).
Imposible, para no convertir este artículo de China Hoy en una tediosa enumeración de nombres, mencionar a la friolera de campeones chinos en Wuhan. Sí se impone nombrar a una nadadora de solo 17 primaveras, Yang Junxuan, reina de los juegos al estilo Mark Spitz en Múnich 1972, con 7 oros. Sobresalieron por su descomunal aporte al medallero de la avanzada de casa precisamente la natación, con 27 victorias de 42 posibles (27-14-8); el tiro, con 13 triunfos (13-4-3); los clavados (11-6-0), el paracaidismo (11-5-1) y el salvamento (11-6-0), todos con 11; y la gimnasia artística (8-5-0) y el atletismo (8-5-2), que archivaron 8 oros per cápita.
26 de octubre de 2019. El equipo femenino de China logró el primer lugar en la disciplina de salto en paracaídas en los Juegos Militares de Wuhan 2019. Fotos de VCG
Un legado garantizado
Solo alguien ajeno a este universo o motivado por un odio visceral pondría en duda la capacidad organizativa de China a estas alturas del partido. Con un currículum que exhibe unos memorables Juegos Olímpicos de Verano (Beijing 2008) y otros de Invierno a la vista en 2022 (Beijing-Zhangjiakou); un par de Juegos Asiáticos (Beijing 1990 y Guangzhou 2010) y unos terceros en camino (Hangzhou 2022); además de Mundiales de Atletismo (Beijing 2015), de Natación (Shanghai 2011) y un sinnúmero de torneos y carreras que anualmente se suceden, la nación más poblada del planeta es, desde hace varios lustros, una apuesta segura como organizadora de justas deportivas con carácter global.
Una preocupación de las entidades que otorgan la sede de grandes eventos es el legado que estos puedan dejar para la ciudad y el país, tanto desde el punto de vista espiritual como material. Situaciones lamentables –como la insolvencia que generó la cita bajo los cinco aros de Atenas en 2004, catalizadora de la crisis financiera de Grecia, o el penoso presente de muchos estadios que acogieron el Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010–, intentan evitarse a toda costa.
No será ese el capítulo que siga al pasar la página de Wuhan 2019. El Gobierno chino ya ha demostrado, con el aprovechamiento de las instalaciones de Beijing 2008 y la masificación de la práctica deportiva en la capital del país a raíz de aquellas olimpiadas, que se rige por políticas responsables tras acometer tamañas inversiones.
Sirva entonces ese referente para afirmar que los 1300 km de vías urbanas construidos en los últimos tres años y la extensión de la línea del metro local hasta 330 km que se completó durante ese período, además de las 35 instalaciones deportivas edificadas o renovadas, así como la majestuosa villa de los atletas y hasta los 360.000 árboles plantados tendrán un beneficio directo para la población que habita entre los ríos Yangtsé y Han.
El francés Hervé Piccirillo, presidente del CISM, no habló a la ligera cuando calificó de históricos los séptimos Juegos Militares Mundiales. Los diez días de actividad competitiva dan fe de tal sentencia y, con absoluta certeza, el futuro de estas citas cuatrienales que tributan a la paz también le dará la razón cuando en cada una de ellas se advierta la herencia imperecedera de Wuhan 2019.
*Jorge Ramírez Calzadilla es un periodista cubano que reside en Beijing y ha colaborado con publicaciones y medios audiovisuales nacionales y extranjeros por más de una década.