Aterrizó en Houston, el pasado 26 de enero, como un perfecto desconocido, un púgil sin palmarés, presuntamente privilegiado por la polémica Asociación Mundial de Boxeo (WBA, por sus siglas en inglés) para convertirse en retador de uno de sus tantos campeones del mundo por el mero hecho de ser oriundo de la nación más poblada del planeta.
Pero en el cuadrilátero de la ciudad texana, Xu Can hizo añicos los pronósticos venciendo convincentemente al favorito puertorriqueño Jesús Rojas por holgada votación unánime, silenciando un coliseo Toyota Center atestado de partidarios del boricua y agenciándose el segundo cinturón de mayor relevancia que concede la WBA en la categoría pluma (regular).
Exactamente cuatro meses después, el apodado Monstruo retornó al ring, y en su natal provincia de Jiangxi, en la ciudad que le vio nacer, llevó a la lona al japonés Shu Kubo en el quinto asalto y luego le obligó a claudicar en el sexto, para demostrar que la paliza a Rojas no fue obra de la casualidad.
Xu se reafirmó en Fuzhou como uno de los púgiles reinantes en las 126 libras, un peso en el que, por su misma entidad boxística (dadivosa en exceso en la repartición de premios), el conocido mexicano Leo Santa Cruz ostenta la condición de supercampeón, un escalón superior al del chino; mientras el estadounidense Gary Russell es dueño del cinturón que otorga el Consejo Mundial (WBC); el inglés Josh Warrington, propietario del de la Federación Internacional (IBF), y otro azteca, Óscar Valdez, exhibe el cetro avalado por la Organización Mundial (WBO).
Esta sopa de letras y miríada de monarcas que atenta contra el deseo de la inmensa mayoría de aficionados y entendidos de contar con un solo rey unificado por división, no debe en ninguna medida demeritar la hazaña de Xu y sus evidentes progresos como boxeador.
Las páginas de gloria que ha escrito este almanaque deberían, si de algo, convertirse en el último capítulo de una larga historia de amor y antipatía entre China y el boxeo.
Ali y el retorno del boxeo a China
Muchos reconocen en el legendario Muhammad Ali al hombre que revolucionó el boxeo como espectáculo dentro y fuera de las cuerdas, que traspasó las fronteras del deporte y conquistó con su carisma el corazón de millones, incluso de aquellos que apenas podían diferenciar un recto de un gancho.
Pero muy pocos aficionados y entendidos dan crédito al campeón de los pesados en las décadas del 60 y 70 del pasado siglo por haber rescatado la práctica del pugilismo en China. Y de la historia, tampoco muy divulgada entre los residentes del gigante asiático, existe constancia gráfica y testimonios que la corroboran.
Ali fue artífice de un cambio de mentalidad entre las máximas autoridades chinas del deporte y sin él, difícilmente estaríamos hablando de los triunfos olímpicos de Zou Shiming o de los campeones profesionales en ambos sexos de los tres últimos lustros. Un par de visitas suyas a la parte continental de China, en 1979 y 1985, alteró el curso de los acontecimientos, acelerando un proceso que habría tardado mucho más en madurar.
Para el boxeo occidental –como históricamente han llamado los chinos a este deporte–, el camino en China ha sido más que empedrado. Los primeros indicios de su práctica, con marcadas diferencias con el boxeo moderno, datan de los tiempos de la dinastía Shang, unos 3 700 años atrás. “El arte del combate con las dos manos”, un conocido ejemplar de la literatura china que testimonia el interés por esta disciplina, fue escrito hace 2 000 años.
Sin embargo, no fue hasta los años 20 de la pasada centuria que el pugilismo, con sus reglas modernas (las del marqués de Queensberry), llegó de alguna manera al país, particularmente a la ciudad portuaria de Shanghai, con un libro titulado “Las técnicas del boxeo occidental” que fue traducido al chino. Inicialmente su práctica se limitó a los expatriados, pero no tardó mucho en despertar el interés de los atletas locales.
En los Juegos Olímpicos Berlín 1936, de los 69 deportistas que conformaron la delegación china, 2 fueron boxeadores (eliminados en primera ronda). Y durante los años 40, el deporte de los puños comenzó a ganar notoriedad en importantes urbes como la ya citada Shanghai, Beijing y Tianjin.
La llegada de promotores nacionales y foráneos impulsó este incipiente desarrollo y, según registros de la época, los pugilistas chinos profesionales de mayor nivel comenzaron a cobrar hasta 4000 yuanes (el equivalente entonces a unos 200 dólares) en combates que se pactaban a 4, 6 u 8 rounds, y 10 en el caso de las peleas de campeonato. Pero esta efervescencia boxística, que derivó en la celebración en la capital, en 1958, de un campeonato entre 20 ciudades, con un total de 142 púgiles enrolados, se vería interrumpida un calendario más tarde.
En 1959, el boxeo se hallaba incluido en el organigrama de los Juegos Deportivos Nacionales de la República Popular China, el principal evento atlético del país. Sin embargo, debido a una serie de incidentes poco clarificados y lesiones de los participantes, el comité organizador de la cita decidió dar marcha atrás a la iniciativa y eliminarlo temporalmente de competiciones a gran escala, esgrimiendo como argumento “su naturaleza violenta”.
Finalmente, en marzo de 1959, el gobierno declaró ilegal la práctica del boxeo, presuntamente por el criterio generalizado entre la población de que se trataba de un deporte brutal. Veinte años después, en medio de la política de acercamiento entre Washington y Beijing, bautizada como la “Diplomacia del ping-pong”, tendría lugar el primer viaje de Muhammad Ali a China.
En diciembre de 1979, Ali aterrizó en Hong Kong, todavía en ese entonces bajo el dominio británico, y de ahí voló hasta Guangzhou, antes de que Deng Xiaoping, el principal líder de la China continental, lo invitara personalmente a que visitara Beijing. La estancia en la nación asiática del tricampeón mundial de los pesados dejaría una impronta inmediata.
Sus fotos estrechando la mano de Deng Xiaoping tuvieron un alcance global (al igual que las de Jimmy Carter, que visitó China en enero de ese mismo año para restablecer los vínculos diplomáticos), llevando consigo un mensaje transparente y directo: China estaba dispuesta a abrirse al mundo.
En mayo de 1985, un Muhammad ya definitivamente retirado (en 1981 colgó los guantes por tercera vez), en el que ya se veía el avance de la enfermedad del mal de Parkinson, regresaría a la parte continental de China para otra estancia, esta vez de 10 días. Una entusiasta multitud de más de 500 estudiantes recibió en la Universidad de Deportes de Beijing a quien los medios de comunicación habían anunciado como el “Rey del boxeo” o la “Leyenda del siglo XX”.
Ali, con su especial sentido del humor, aceptó el reto de un boxeador de 20 años llamado Wang Wei, del peso ligero (135 libras), con el que peleó por unos minutos haciendo alguna que otra payasada antes de supuestamente sufrir un fulminante nocaut. En Shanghai, en el Gimnasio Jingwu, también protagonizó otra sesión de sparring con Xiong Wei, un púgil devenido árbitro que en años recientes se refirió a aquella experiencia como la mejor de su vida.
El medallista de oro de los Juegos Olímpicos Roma 1960 también aprovechó la oportunidad para sumarse a una liturgia de unos 1000 musulmanes chinos en la Gran Mezquita de Xian, en la provincia de Shaanxi.
Según el rotativo estatal “Cotidianidad de la juventud china”, Ali afirmó: “Ahora que ustedes se han abierto al mundo, nunca pierdan su propia tradición cultural, porque otros tratarán de venderles su cultura. Será un gran combate.”
En los meses posteriores a esta última visita de Ali (viajaría a Macao en 1994, cinco años antes de que la administración portuguesa hiciera el traspaso político), se organizaron en varias ciudades numerosos carteles de exhibición y, en marzo de 1986, se reinstauró oficialmente el boxeo como disciplina deportiva en el territorio continental. En abril de ese año, se fundó la Asociación de Boxeo de China, que en junio se convertiría en la miembro número 159 de la Asociación Internacional de Boxeo (AIBA, por sus siglas en francés).
Presente de China: boxeo vs. MMA
Los púgiles chinos han podido calzar los guantes en la arena internacional por más de tres décadas desde que, gracias a Ali, se desempolvaran los cuadriláteros, y aunque nunca han contado con una generación de grandes figuras, sí han alcanzado algunos resultados destacados por mediación de individualidades. El más sobresaliente en esa relación de laureados es el referido Zou Shiming, bicampeón olímpico (Beijing 2008 y Londres 2012; bronce en Atenas 2004) y triple medallista de oro en Mundiales (2005, 2007 y 2011), con un breve reinado en la categoría mosca (2016-2017, legitimado por la WBO) tras dar el paso al profesionalismo.
Xiong Zhaozhong, contendiente en el peso mínimo, aparece en los libros de records como el primer campeón del mundo profesional del país (2012-2014, WBC), una distinción que, entre las damas, recae en la peso pluma Gao Lijun (2006, WBA). A Gao siguieron la supermosca Zhang Xiyan (2007-2009, WBA), la mediano Wang Yanan (2008-2010, WBC) y la minimosca Cai Zongju (2017-2018, IBF), hasta llegar a un Xu Can que cierra momentáneamente la lista.
La popularidad del boxeo en China, a pesar de que estos éxitos aislados no se comparan con los de atletas nacionales de otros muchos deportes, es un hecho constatable, y prueba del interés que despierta son las coberturas que regularmente CCTV-5 (el principal canal deportivo del país) hace de las grandes peleas cada fin de semana.
La mala noticia, sin embargo, es que con el vertiginoso auge de las artes marciales mixtas (MMA, por sus siglas en inglés) en el último cuarto de siglo, muchos de los deportistas con talento innato para los deportes de combate eligen el octágono enrejado antes que el ring ensogado, seducidos por los mejores salarios y la proliferación de organizaciones globales y regionales que promueven eventos, garantizándoles combates lucrativos con frecuencia.
*Jorge Ramírez Calzadilla nació en La Habana, Cuba. Como periodista, ha colaborado con publicaciones y medios audiovisuales nacionales y extranjeros por más de una década. Desde 2007 reside en Beijing.