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Tres historias en los confines del Tíbet

2021-05-07 11:01:00 Source:China Hoy Author:ZHAO SHUBIN y WEN KAI*
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El distrito de Diyag, en la prefectura de Ngari, se encuentra en la parte más occidental de la región autónoma del Tíbet. En este territorio, el río Xiangquan ha creado un cañón y un oasis, para luego continuar su curso hacia la India, a través de la cordillera del Himalaya.

Ngodrup Palden, de 78 años, llevaba de niño una vida errante en el extranjero, pero luego regresó a su tierra natal y se convirtió en la primera persona en plantar un albaricoquero blanco frente a su hogar ancestral en Diyag. Yang Guifang, de 62 años, se mudó en 1996 a Diyag desde la provincia de Jiangsu (en la costa este de China) y lo considera como su segundo hogar. Dekyi Chodron, una estudiante universitaria de tercer año, salió de su hogar en las montañas y atravesó la mitad del país para irse a estudiar a la Universidad de Hainan (en el extremo sur de China) en busca de un mejor porvenir.

Todas estas personas tienen algo en común: el sentimiento de que su hogar es Diyag y de que su patria es China.

 

Viviendas en el distrito de Diyag, prefectura de Ngari, en la región autónoma del Tíbet.

De vuelta a las raíces

“Mi vida fue particularmente dura durante los años en que viví y trabajé en Cachemira, India y Nepal. Era como un mendigo”, dice Ngodrup Palden, quien nació en la aldea de Sibgyi, en las estribaciones de la montaña Lakema, en la frontera entre China y la India. Luego de esto, llevó una vida errante en el extranjero, donde residió durante seis años a partir de 1962. Aún lanza un suspiro al recordar aquellas épocas.

“Mi padre me envió un mensaje diciendo que mis antepasados habían vivido aquí en el Tíbet durante generaciones y que debía regresar pronto, ya que la vida estaba mejorando”, relata Ngodrup Palden. Ahora él y su hijo, Gangzhu Dorje, viven placenteramente en una nueva casa recién construida en una aldea en la frontera. Al pararse junto a la ventana, uno puede ver los altos árboles y las montañas nevadas. En ese momento, el anciano mira a su hijo, reflexiona sobre su pasado y repite inconscientemente la frase que su padre le dijo hace 60 años: “Tus raíces están aquí”.

Vestido de una camisa de manga corta, Gangzhu Dorje, de 42 años, escucha con atención, mientras se apoya en la puerta. La difícil vida que llevó su padre es muy distinta a la de la nueva generación. Desde la aplicación de la política de Reforma y Apertura, y en especial tras el XVIII Congreso Nacional del Partido Comunista de China en 2012, esta aldea fronteriza en el Tíbet ha cambiado enormemente. Los caminos ahora conducen directamente a la aldea, los habitantes gozan de cada vez más subsidios gubernamentales, y la educación y atención médica están garantizadas. De este modo, cuando Ngodrup Palden le confiesa a su hijo que el momento más feliz de su vida es el actual, una sonrisa se dibuja en el rostro de Gangzhu.

Fuera de la casa, en la ladera de la montaña, se encuentra un huerto repleto de albaricoqueros blancos y manzanos que brillan bajo el sol. Los albaricoques blancos dulces y fragantes son una especialidad local. Al señalar el árbol más antiguo, Gangzhu dice con orgullo que fue su padre quien trajo los albaricoqueros blancos al distrito de Diyag.

Yang Guifang (al centro con camiseta gris) charla con un grupo de aldeanos.

 

Diyag tiene una larga tradición en el cultivo de árboles frutales. En 1985, Ngodrup Palden intercambió cinco kilos de ghee (mantequilla de yak) y tres cabras por 200 retoños de albaricoque blanco con un comerciante indio. Repartió algunos de los plantones entre los vecinos, mientras que plantó el resto en un pequeño terreno frente a su hogar ancestral. Hoy en día, las manzanas, los albaricoques y el licor de albaricoque se han convertido en los productos más característicos de Diyag y son una importante fuente de ingresos para sus pobladores.

Mientras nos explica más de su historia familiar, Gangzhu quita la maleza debajo de los árboles. Gracias a su arduo cuidado, los albaricoqueros han seguido dando frutos año tras año. Al mirar la flameante bandera roja con cinco estrellas de China detrás del techo, Gangzhu dice emocionado: “El país está en mi corazón. Con la ayuda del Partido, ahora podemos disfrutar de una vida cómoda que mi abuelo y mi padre nunca habrían imaginado. Proteger el hogar y la frontera es nuestro deber”.

Cada habitante tiene una historia propia, pero hay un sentimiento que se repite en todos ellos: la felicidad, toda vez que el profundo amor que sienten por su pueblo natal se ha vuelto cada vez más tangible en sus relatos.

Gangzhu Dorje relata la historia de su padre, Ngodrup Palden, en el huerto.

 

El nuevo hogar

Yang Guifang viste una camiseta y tiene el cabello gris y esponjado. Posee el acento característico de su ciudad natal, Xuzhou, en la provincia de Jiangsu. Junto con su esposa, Tseji Drolma, y nieto secan los albaricoques recién cosechados en el patio.

Yang era contador de una empresa de construcción en Xuzhou. En 1996 llegó por primera vez a Diyag con un equipo de construcción que reparó las instalaciones defensivas en la frontera. Pese a ser un hombre de nobles sentimientos, la mala fortuna golpeó a su puerta. Cuando aún vivía en Xuzhou y con apenas 19 años, perdió a su amor debido a la leucemia. Devastado por aquella muerte, Yang decidió permanecer soltero el resto de su vida. Sin embargo, el destino tenía preparado otros planes para él. Mientras trabajaba en Diyag, conoció a una mujer llamada Tseji Drolma, quien también había enviudado y tenía dos hijos. Yang y Tseji entendían la pena por la que había pasado el otro, además de los altibajos emocionales, y finalmente se enamoraron.

En 1997, Yang y Tseji fueron a Xuzhou a casarse. Sin embargo, a Tseji le resultó difícil acostumbrarse a la vida allá. Así que, con el fin de proporcionarles un entorno de vida cómodo a su esposa e hijos, Yang se despidió de sus padres y parientes para mudarse de vuelta con su esposa e hijos adoptivos a Diyag. Su vida dio un vuelco completo, pues pasó de ser un contador a un granjero tibetano.

Yang y su familia vivían de media hectárea de tierra y algunas cabezas de vacuno y cordero. Empezó a vivir como lo hacían los locales, llevando a sus animales a pastar, inspeccionando la frontera y aprendiendo a segar con la hoz tibetana, que le dejó una cicatriz en la mano. Asimismo, Yang colaboró en la construcción de los caminos, junto con el resto de los hombres de la localidad. Debido a la lejanía, no se enteró sino hasta tiempo después que sus padres habían fallecido. En su memoria, encendió una lámpara de mantequilla a cientos de kilómetros de distancia. “No regresé porque mi casa está aquí”, dice. En los 24 años que ha pasado en Diyag, Yang se ha mudado de vivienda varias veces: de una choza pasó a una construcción de piedra, de ahí a una casa nueva construida con subsidio gubernamental y, finalmente, a su actual casa cómodamente equipada.

A su nieto, Palbar Chogyal, con quien tiene una especial relación, le dio un nombre en mandarín: Yang Changmin, con la esperanza de que las personas que viven en las fronteras de China tengan una vida próspera y feliz.

Vista del distrito de Diyag.

 

De la montaña a la costa

Dekyi Chodron, una veinteañera tibetana de Diyag, ahora estudia en la Universidad de Hainan, ubicada en la provincia homónima (en el sur de China). La distancia entre su universidad y su pueblo natal es de más de 5000 km. “El país se está desarrollando con cada día que pasa. Crecemos felices abrazando a nuestra patria y sentimos un profundo orgullo como estudiantes venidos de la región fronteriza”, manifiesta. La distancia que ha recorrido en tren es tan larga que los antepasados de Dekyi Chodron jamás habrían llegado.

La visita a su hogar comienza con una bebida ligera y un poco lechosa. El licor de albaricoque, elaborado en casa, es ofrecido en señal de hospitalidad por la gente de Diyag. Mientras anima a su abuela Punji Drolma a cantar una canción popular como bienvenida a los invitados, la alegre y extrovertida Dekyi no para de llenar las copas con licor de albaricoque para animar así el ambiente.

El distrito de Diyag se esconde en las profundidades de las montañas. En el pasado, se encontraba aislado por las fuertes nevadas que caían todos los inviernos, hasta que finalmente llegaba la primavera al año siguiente. Parecía imposible salir y viajar más allá de las montañas, o incluso ir al distrito de Zanda, a apenas 200 km de distancia. Hoy en día, en cambio, hay carreteras asfaltadas que conectan Diyag con el resto del mundo.

La historia de Diyag, uno de los distritos montañosos más remotos del Tíbet, es un claro ejemplo de que independientemente de cuán lejos se encuentre un lugar, este siempre estará en el corazón de los chinos y será un hogar para el pueblo.

 
 

*Zhao Shubin y Wen Kai son reporteros del Diario del Tíbet.

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Editor: Wu Wen Da-->

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