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El “buen vivir” en América Latina

2022-08-03 15:52:00 Source:China Hoy Author:DIANA CASTRO*
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Diana Castro, directora de investigación de la ONG Latinoamérica Sustentable. Foto cortesía de la autora

El vasto territorio que a inicios de la modernidad fue conocido como el “nuevo mundo” y a través de los procesos de colonización se convirtió en América Latina, ha sido llamado históricamente por los pueblos amerindios como el gran Abya Yala (tierra de sangre, tierra viva, tierra en florecimiento). En él, se estima que viven hoy 58 millones de personas pertenecientes a más de 800 pueblos indígenas, los cuales representan casi el 10 % de la población regional. Estos pueblos están distribuidos desde el norte de México hasta el extremo sur de la Patagonia, pasando por la majestuosa selva amazónica, la cordillera de los Andes, el Caribe continental y Centroamérica.

Aunque diversos en cuanto a sus historias ancestrales, culturas, idiomas y asentamientos territoriales, estos pueblos comparten una cosmovisión (forma de ser y estar el mundo) holística y cíclica, cuya base es el equilibrio entre el cosmos, naturaleza y comunidad, en donde la misión sublime del ser humano es buscar y crear las condiciones para una “vida armoniosa” o una “vida plena”. Esta armonía o plenitud, entendida como el sumak kawsay (en kichwa), suma qamaña (en aimara), ñandereco (en guaraní) o lekil kuxlejal (en tseltal), es el eje central de la filosofía indígena latinoamericana.

El sumak kawsay de los pueblos andino/amazónicos hace referencia a un “vivir pleno” (no a un “vivir bien” o “vivir mejor”). Sumak es “plenitud, lo sublime, excelente, magnífico”, mientras que el kawsay es la vida, “es ser/estando dinámico, cambiante”. Por tanto, el sumak kawsay es concebir y vivir la vida en plenitud; es convivir en una permanente interrelación con la comunidad y la naturaleza que coexisten en un gran ecosistema espiritual (pachakama) y material (pachamama) bajo principios de complementariedad y reciprocidad.

21 de julio de 2018. Emerson Munduruku, artista descendiente indígena de Brasil, promueve la importancia de la protección medioambiental mediante su arte. VCG

“Vida plena”

En la cosmovisión indígena, el concepto de desarrollo, entendido como un proceso lineal a través del cual los pueblos deben transitar de sociedades tradicionales a sociedades modernas, no existe. Para los pueblos indígenas kichwas, la pacha no solo hace alusión a la “madre tierra”, sino a un ser vivo dentro del cual se relacionan todos los niveles del cosmos a partir del principio de complementariedad o “armonización de las fuerzas convergentes”.

En otras palabras, dualidades como noche/día, cielo/tierra, hombre/mujer, espíritu/materia, humano/naturaleza no son vistas como opuestas, sino como complementarias en una relación de equilibrio y paridad (tal vez equiparable al concepto del yin y el yang de la filosofía taoísta china). Así, desde esta concepción las dicotomías que trajeron consigo las teorías clásicas de la modernidad: sociedad/naturaleza, moderno/primitivo, desarrollo/subdesarrollo, centro/periferia, no tienen ningún sentido, pues construyen sujetos o realidades opuestas entre sí, en donde uno es superior o dominante.

Otro principio clave en la filosofía de estos pueblos es la reciprocidad, la cual ha guiado la vida colectiva a través de la concepción de una “justicia cósmica”, donde todo lo que se da, se recibe; y todo lo que se toma, debe ser devuelto por igual. Este principio no se limita a las relaciones humanas, sino también a las relaciones del ser humano con la naturaleza y la comunidad. La reciprocidad es el principio sobre el que se sostiene la solidaridad comunitaria. Se manifiesta en prácticas como la minka (prestación de manos y reciprocidad laboral), la jucha(ofrenda) o el randy-randy (cambio de manos), que constituyen verdaderos sistemas de cooperación y ayuda mutua para desarrollar acciones en beneficio comunitario.

Un ejemplo concreto en donde se pueden ver estos principios es en los pueblos kichwas amazónicos de Pastaza en Ecuador y su concepción de “pobreza”. Mientras desde el desarrollo capitalista, la pobreza y su opuesto, la riqueza, se determinan por la acumulación o carencia de bienes materiales, estos pueblos utilizan el término mútsui para referirse a un estado más circunstancial y pasajero que supone la carencia de productos primordiales de la biodiversidad agrícola esenciales para la seguridad alimentaria de una comunidad. Para ellos, el mútsui es producto de un desequilibrio bioecológico; de fallas respecto al uso y manejo de la biodiversidad agrícola y a la ausencia de una actitud hacia la prevención de largo plazo (sostenibilidad). El mútsui, entonces, solo puede ser superado cuando se vuelve a la armonía y la reciprocidad del hombre/naturaleza; el primero trabaja y cuida la tierra, y la segunda le devuelve el alimento para su subsistencia.

26 de mayo de 2021. Visitantes en una exposición sobre la civilización andina de Perú, realizada en el Museo de la Capital de Beijing. Xinhua

El “buen vivir” en el siglo XXI

El sumak kawsay ha sido asimilado y conceptualizado de distintas maneras. Su uso en el discurso político puede ser rastreado desde la década de 1990. Sin embargo, fue en los primeros años del siglo XXI cuando el concepto tomó fuerza en el pensamiento de los movimientos indígenas enmarcado en un repertorio de resistencia a la modernidad capitalista y a los proyectos extractivos que amenazan la supervivencia de sus cosmovisiones, pueblos y territorios.

En Ecuador y Bolivia particularmente, este proceso supuso una reinvención intelectual y política que en 2008 y 2009, respectivamente, se concretó en las constituciones nacionales bajo los términos de “buen vivir” o “vivir bien”. A pesar de los avances que esto supuso en cuanto a asuntos de derecho ambiental y transformación ecológica, ha habido mucho debate respecto a la deformación y apropiación que ha sufrido el concepto.

Según diversos grupos indígenas y ecologistas, el sumak kawsay ha sido despojado de sus principios como un paradigma para entender la vida y se lo ha instrumentalizado desde modelos desarrollistas que lo conciben como aumento de bienestar y satisfacción de necesidades, lo que ha llevado a priorizar políticas de explotación y redistribución de recursos dejando a la naturaleza en segundo plano.

En Ecuador, por ejemplo, estas contradicciones permanecen vigentes. Mientras el sumak kawsay alentó el concepto pionero de los “derechos de la naturaleza” y un sinnúmero de políticas ambientales para la protección de los recursos naturales, al mismo tiempo, los planes de desarrollo nacionales han promovido la expansión de prácticas extractivistas en territorios indígenas de incalculable riqueza ecológica, lo que ha amenazado la integridad de diversos pueblos, en particular, comunidades en aislamiento como las de la Reserva de Biosfera Yasuní.

En este contexto, vale la pena resaltar un acontecimiento que recientemente dio la vuelta al mundo y augura la vigencia de los principios sustantivos del sumak kawsay en nuestros pueblos. El 4 de febrero de este año, la Corte Constitucional del Ecuador falló a favor del caso de la comunidad A’i Cofán de Sinangoe, reconociendo su derecho a decidir sobre los proyectos extractivos y sobre su territorio –consentimiento y autodeterminación. Esto sienta un precedente justo en un escenario en el que se han puesto en marcha iniciativas para expandir la producción petrolera y minera en un país donde el 70 % de la Amazonía es territorio indígena. Hoy más que nunca, se vuelve necesario retomar los principios filosóficos del sumak kawsay y construir colectivamente un nuevo paradigma para entender la vida sobre la base de la complementariedad y reciprocidad en la relación hombre/naturaleza. 

*Diana Castro Salgado es candidata doctoral de la Universidad Andina Simón Bolívar en Ecuador y directora de investigación de Latinoamérica Sustentable, organización no gubernamental que trabaja por la protección de la naturaleza y de las comunidades locales en el contexto de las inversiones chinas en América Latina y el Caribe.

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Editor: Wu Wen Da-->

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