La economista Verónica Isabel Sandoval. Foto cortesía de la autora
La pandemia de COVID-19 ha desencadenado grandes cambios en los hábitos y comportamientos. Esto significó, por ejemplo, revisar de forma considerable las prácticas de protección a la salud, lo cual vino no solo reflejado en una mayor atención al simple cuidado personal y colectivo, sino también en el consumo de alimentos saludables y la seguridad alimentaria.
La agricultura, una de las prácticas milenarias común a todas las civilizaciones, fue la actividad que brindó a la humanidad la posibilidad de alimentarse sin tener que trasladarse para satisfacer esa necesidad básica. Por aquel entonces, mientras que algunas civilizaciones hacían un mayor uso del recurso humano y animal en los cultivos, en la antigua China, dada la superficie relativa disponible y apta para la agricultura, empleaban herramientas de hierro y centraban los esfuerzos en el desarrollo de técnicas agrícolas y de riego que mejoraran la eficiencia en el proceso y la maximización del rendimiento de los cultivos.
Luego de varios siglos, la conjunción entre la evolución de las sociedades, el impacto de la Revolución Industrial y el mayor crecimiento de la población generó un aumento en la demanda de alimentos y, por ende, un mayor desarrollo de la agricultura para satisfacerla. Mucho tiempo después, y ya en los albores de la “revolución verde”, las mejoras de productividad asociadas a la utilización de agroquímicos y fertilizantes derivaron en un uso desmedido de estos instrumentos, lo que puso fin al equilibrio natural.
Esto finalmente llevó a que, mediante el conocimiento y la ciencia, se lograse emular el proceso de cultivo del ser humano en sus inicios como agricultor, implementando así su tecnificación e interviniendo en el proceso natural del cultivo, lo que trajo nuevos desafíos. De esta manera, y con el fin de satisfacer la demanda alimentaria mundial, el ser humano apareció modificando y ofreciendo un nuevo esquema de producción agrícola mecanizada que si bien ha permitido incrementar la productividad, afectó negativamente a la naturaleza a través de significativas distorsiones en sus respuestas.
Décadas más tardes, el comercio entre América Latina y China se intensificó en tal grado que esta última se convirtió en el vital socio comercial demandante de alimentos de las principales economías latinoamericanas. Esto tuvo lugar debido no solo a la creciente demanda potencial, sino también al uso intensivo de la dotación relativa de factores y la complementariedad de sus mercados, reflejando el actual patrón de comercio.
Este cambio principalmente se dio en la región de América del Sur, con una participación de más del 80 % del comercio de primarios y procesados sobre el comercio bilateral total. Así fue, pues, que el comercio entre estos dos bloques quedó caracterizado por una oferta de alimentos que incluye procesados y también elaborados para la góndola en menor medida, mientras que China presenta una oferta de productos con contenido tecnológico para la región.
En esta etapa del comercio, el crecimiento de la demanda potencial de China, asociada a la necesidad de una dieta con mayores valores proteicos, permitió a los países latinoamericanos no solo colocar mayores volúmenes de alimentos, sino también –y en parte– acelerar la mecanización de su agricultura y, por ende, su productividad.
Nuevas tendencias en el mercado
La irrupción del nuevo coronavirus distorsionó los flujos de comercio, paralizó la actividad económica, pero también propuso un renovado escenario que depara más desafíos y oportunidades, y hace necesario mirar las tendencias en el mercado de alimentos.
Para el caso de la producción agrícola, el acento está en la sostenibilidad del sistema agroproductivo latinoamericano y las técnicas para mitigar los efectos nocivos en el medioambiente debido a las implicancias relativas a la rotación de cultivos, las emisiones de gases de efecto invernadero y la no mesurada intervención en el ciclo productivo agrícola.
Asimismo, la demanda de consumo de productos saludables hizo entrever los potenciales segmentos alternativos de comercio de alimentos en los países de América del Sur y que ya registran un crecimiento potencial en el mercado doméstico de China. Es así que la agricultura orgánica se viene presentando como alternativa complementaria a la producción convencional que si bien no ofrece una respuesta por productividad, sí lo hace por calidad y rentabilidad debido a su precio y su creciente demanda.
En tal sentido, China registra 3,1 millones de hectáreas implantadas, donde los principales cultivos orgánicos son soja, arroz y trigo. Durante la última década, la presencia de productos orgánicos en su mercado doméstico se duplicó y en términos globales se ubica entre las principales potencias según sus ventas minoristas. En 2019, China lanzó su nuevo estándar de producción de orgánicos y las certificaciones también incluyen a productos provenientes de Alemania, Estados Unidos, Tailandia, Corea del Sur e Indonesia. Mientras tanto, los países latinoamericanos en su conjunto presentan 8 millones de hectáreas destinadas a esta producción, principalmente en Argentina, Uruguay y Brasil.
Sumado a estas tendencias, es de destacar que el precipitado cambio a una mayor interacción virtual que propuso el año 2020 ha prescindido de un mayor uso de plataformas e-commerce que, dados los bajos costos de transacción, servirían aún más para promover el comercio de orgánicos. No es menor tener en cuenta que la tasa de penetración de usuarios de Internet en los países sudamericanos ronda el 70 %, en tanto que en China fue del 64,5 % en el primer trimestre de 2020.
2 de febrero de 2021. Una tierra de cultivo en la aldea de Jiaji, provincia de Hainan. Cnsphoto
En la memoria de las civilizaciones consta que la escasez fue el motor que propició el uso eficiente de los recursos disponibles y, al mismo tiempo, promovió la creatividad y la innovación para la utilización del recurso escaso, a fin de satisfacer necesidades alimentarias. Hoy, y al igual que en el pasado, las civilizaciones enfrentan un mismo desafío, pero, a diferencia de ayer, la mayor integración de los mercados no solo acercan la oferta y la demanda de alimentos entre los países de América del Sur y China, sino que propone una nueva cooperación estratégica que establezca entre sus prioridades la promoción de técnicas de cultivo que aspiren a una agricultura sostenible.
Por un lado, la tecnificación de los procesos agrícolas debe contemplar todos los factores que intervienen, además de los económicos, a fin de lograr una expansión de la oferta de alimentos saludables. Por el otro, la cooperación entre China y los países latinoamericanos en el plano de renovadas prácticas agrícolas puede servir de base. Esto implicaría revisar no solo las prácticas de cultivo para el autoconsumo rural, sino también la antigua agricultura de ambas civilizaciones. Por último, un mayor consenso hacia la implementación de instrumentos para el intercambio comercial en este segmento propondría un gran desafío a los productores de orgánicos frente a nuevas oportunidades de comercio.
Así, los países de América del Sur cuentan con la posibilidad de producir para atender una mayor demanda de alimentos saludables, pero deben contemplar todos los cambios que se manifiestan en la demanda, así como también el costo-beneficio de largo plazo. Al ser los principales mercados proveedores de China, se vuelve necesaria la cooperación entre ambas partes en el plano de la sustentabilidad ambiental, agroproductiva y social, donde la oferta y la demanda de este comercio bilateral nuevamente converjan.
*Verónica Isabel Sandoval es economista. Se desempeñó en el Congreso de la Nación Argentina como asesora técnica-parlamentaria y asesora económica, y también como analista económica en la Auditoría General de la Nación. Actualmente es supervisora sénior de desarrollo sustentable para el proyecto Veladero de Barrick-Shandong Gold.