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Cultura estratégica y competencia global
2025-05-15    Fuente: Centro para las Américas    Autor: Por MARTÍN RAFAEL LÓPEZ*

Ya a inicios del presente siglo, el teórico estadounidense John Mearsheimer analizaba en su conocida obra La tragedia de la política de las grandes potencias (2001) la inevitable rivalidad que se produciría entre Estados Unidos y China por el resguardo de su seguridad nacional. En un contexto distinto al actual, por aquel entonces Estados Unidos era el hegemón indiscutido a nivel global, y China, una potencia en rápido ascenso con el potencial de convertirse en un hegemón regional en Asia.  

Más de una década después, en 2017 –coincidiendo con el inicio del primer mandato del presidente Donald Trump–, el politólogo estadounidense Graham Allison publicaba interesantes reflexiones en su emblemática obra titulada Destinado a la guerra: ¿Pueden América y China escapar de la trampa de Tucídides?  

Coincidiendo con la prognosis del teórico neorrealista Mearsheimer, el prestigioso analista de seguridad nacional Allison advierte que el rápido y exponencial ascenso de China y la consecuente percepción de amenaza a la dominación estadounidense crean una situación de potencial peligrosidad.  

En su análisis de 16 casos históricos de los últimos 500 años, en los cuales una potencia en ascenso desafió significativamente a un hegemón (es decir, un actor con capacidades mayores de poder que le permiten ejercer supremacía), en solo cuatro de ellos se logró evitar la guerra. Por lo tanto, el autor sostiene que la guerra no es inevitable.  

La perspectiva del otro  

Para tomar decisiones sabias y evitar la guerra, en sus reflexiones finales, el otrora alumno de Henry Kissinger sugiere que tanto Estados Unidos como China necesitan comprender la perspectiva del otro, gestionar de forma consciente y responsable su competencia, identificar los posibles puntos críticos de tensión y estar dispuestos a concordar y hacer concesiones difíciles para sortear la situación de conflicto catastrófico. 

Hoy, luego del interludio de la administración demócrata de Biden en el poder, la vuelta de Trump recrudeció sin resquemores las medidas de contención para ralentizar la creciente proyección global del poder chino en los segmentos geopolítico, geoeconómico y geotecnológico. 

Ahora bien, ya expuesta esta perspectiva occidental y como sugiriera Allison, resulta interesante –y pertinente– el desafío de brindar al menos una aproximación a la concepción y posición del “otro” frente a este panorama. 

La cultura estratégica china mantiene siempre un enfoque en su presente y otro en su pasado. Desde antaño, promueve la proyección de su civilización como un polo de gravitación político, social, económico y cultural a nivel regional, que se ha posicionado gradualmente a nivel internacional desde su “apertura al mundo” y su gran crecimiento económico y desarrollo integral. 

La misma busca obtener espacios de ganancia en terrenos que le signifiquen poder blando, mediante el cual la proyección de poder no sea percibida como desafiante o negativa. Al contrario, la construcción de la imagen de un país benévolo y atractivo forma parte de la planificación estratégica desarrollada por la dirigencia china en su posicionamiento como un gran poder en el sistema internacional. 

Con el objetivo de construir una base de poder sustentable y disuasoria a largo plazo, los estrategas chinos entienden que la naturaleza de la “nueva guerra global” (la cual a pesar de su denominación “global”, resulta paradójicamente segmentada en sus campos o escenarios de operativización) posee tanto un sentido amplio como restringido. Entienden que la misma abarca las esferas civil y militar (en tiempos de paz y de posible guerra) e involucra el uso de la información y la tecnología de la información en los ámbitos político, económico, científico-tecnológico, diplomático y cultural. 

Una escalada será difícil 

En este contexto, la reciente pugna respecto a la imposición recíproca de aranceles en el segmento comercial es solo una arista o un nuevo atisbo de recrudecimiento de tensión, pero que difícilmente escalará a un escenario mayor de confrontación. 

En esta ocasión, la respuesta china no ha sido tímida y, sin lugar a dudas, ha sido más asertiva y desafiante, ya que no solo ha incluido contramedidas comerciales, sino también otras medidas de respuesta: nuevas restricciones a la exportación de materiales de tierras raras, la inclusión de empresas de defensa y tecnología estadounidenses en listas de control de exportaciones y entidades no confiables, así como el inicio de investigaciones antidumping y la suspensión de importaciones de ciertos productos agrícolas estadounidenses de exportadores específicos, entre otras cuestiones. 

Si bien la dirigencia asertiva del presidente Xi Jinping hoy se posiciona dispuesta a no retroceder y es consciente de su creciente poderío, no desafía las reglas del orden internacional y, de hecho, como segunda gran potencia del sistema internacional, para China el orden vigente no resulta contradictorio a sus intereses, pero sí requiere alcanzar cierta armonía para la promoción de su liderazgo y el impulso de nuevas relaciones globales. 

Teniendo en cuenta estos breves apuntes, es probable que en la compleja y dinámica confrontación segmentada global, Estados Unidos profundice su demostración de poder de forma directa, mientras que el liderazgo chino continúe promoviendo una estrategia omnidireccional, tradicionalmente indirecta y que históricamente busca conducir a la derrota a sus adversarios sin que estos se den cuenta. 

En suma, si bien el desenlace de la pugna no es certero, dependerá de la efectividad de las estrategias implementadas por los líderes de ambas potencias. ¿Serán efectivas las medidas de contención de Estados Unidos? ¿Qué tan exitosa será la estrategia indirecta china para salvaguardar sus intereses sin generar una confrontación directa? 

*Martín Rafael López es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Católica de La Plata (Argentina). 

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