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La transición a un mundo multipolar | |
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9 de abril de 2025. Los presidentes de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y de Honduras, Xiomara Castro, en la IX Cumbre de la CELAC celebrada en Tegucigalpa, Honduras. 22 de enero de 2025. En el puerto de Yantian en Shenzhen, provincia de Guangdong, un contenedor con jugos frutales congelados de Brasil es conducido al tren que lo llevará rumbo a la ciudad de Ganzhou, provincia de Jiangxi. Fotos de Xinhua EL mundo contemporáneo atraviesa un período de profunda transformación geopolítica y económica, marcado por la transición de un orden unipolar, hegemonizado por Estados Unidos luego de la Guerra Fría, a un escenario multipolar, en el que los países emergentes, en particular el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), desempeñan un papel central. Este proceso, que cobró impulso a finales de la década de 1990, representa no solo un cambio en la distribución del poder económico, sino también una redefinición de los paradigmas que guían la gobernanza mundial en los ámbitos económico, social, cultural, académico y militar. La crisis del consenso neoliberal, simbolizado por el Consenso de Washington –que propugnaba un Estado mínimo, privatizaciones y la destrucción de los derechos sociales–, y el surgimiento de nuevas instituciones financieras, como el Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS, hoy en día liderado por la expresidenta brasileña Dilma Rousseff, ponen de relieve esta reconfiguración. En este contexto, el Sur Global –que comprende América Latina, África, Asia y el Caribe– ha comenzado a articularse de manera más autónoma y a priorizar las relaciones Sur-Sur, así como los proyectos de integración regional que desafían la antigua dependencia del Norte hegemónico. Proyectos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) y la consolidación de bloques como la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) ilustran esta tendencia. Además, este nuevo orden busca conciliar el crecimiento económico con la inclusión social, la sostenibilidad medioambiental y la reducción de las desigualdades, en contraste con el modelo anterior, basado en ajustes estructurales, financierización y una depredación medioambiental sin precedentes. Crisis de la hegemonía occidental La década de 1990 representó la cúspide de la unipolaridad bajo el liderazgo de Estados Unidos, consolidada tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el colapso de la Unión Soviética en 1991. Durante este período, las instituciones de Bretton Woods –el FMI y el Banco Mundial–, aliadas al G7, dictaron las reglas de la economía mundial y promovieron políticas de liberalización, desregulación y privatización como condiciones para el desarrollo. Sin embargo, este modelo mostró sus limitaciones ante las crisis financieras (como la crisis asiática de 1997 y la crisis argentina de 2001) y la creciente desigualdad entre naciones. Las promesas de desarrollo y felicidad bajo la égida del capital financiero no se han materializado. El auge de economías como China e India, unido a la recuperación de la Rusia postsoviética y al protagonismo regional de Brasil y Sudáfrica, han alterado el equilibrio de las potencias occidentales. Como señaló el geógrafo brasileño Milton Santos, la globalización perversa, marcada por la dominación financiera, empieza a ser desafiada por un “nuevo tipo de globalización” basada en proyectos de cooperación horizontal. La creación del BRICS en 2009 simbolizó la institucionalización de este contrapeso. Su Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), fundado en 2014, se diferencia del FMI por priorizar las inversiones en infraestructuras e integración productiva, sin las condicionalidades de “austeridad” (fomento de la destrucción económica y de la miseria a través de las medidas económicas supuestamente austeras del FMI y las instituciones occidentales) tradicionalmente impuestas. En 2023, el NBD ya había superado al FMI en capacidad de financiación, al dirigir recursos hacia las energías renovables, el transporte y la inclusión digital, temas alineados con los Objetivos de Desarrollo Sostenible trazados por la ONU en 2015. Al mismo tiempo, China está promoviendo la Iniciativa de la Franja y la Ruta, una red de corredores logísticos y acuerdos comerciales que conectan Asia, África y Europa. A diferencia del colonialismo económico del pasado, la IFR opera bajo la retórica del beneficio mutuo, y se está convirtiendo en una esperanza de crecimiento integrado y desarrollo social para estas regiones del globo. Integración en el Sur Global En América Latina, la formación de la Unasur (2008) y la creación de la CELAC (2010) reflejan la búsqueda de una autonomía estratégica. Durante los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) y Dilma Rousseff (2011-2016), Brasil desempeñó un papel central en este proceso, mediante la articulación de asociaciones con África (a través de las cumbres ASA) y Asia. El Mercosur amplió su alcance más allá del comercio al incorporar dimensiones sociales, culturales y militares. Estos mecanismos priorizan no solo el crecimiento del PIB, sino la reducción de la pobreza y la universalización de los derechos. El Sistema Único de Salud brasileño, por ejemplo, se ha convertido en un referente de las políticas públicas que Brasil ofrece como modelo de inclusión y desarrollo social amplio, que debe comprender la educación pública desde la guardería hasta la universidad, el acceso a la prosperidad económica, la cultura y la seguridad social. La transición, sin embargo, no es lineal. La guerra comercial que acaba de iniciar Estados Unidos, las sanciones contra Rusia y la resistencia europea a la IFR revelan tensiones. Además, la dependencia de las materias primas y la fragilidad institucional de algunos países del Sur persisten como obstáculos. La agenda socioecológica emerge como eje unificador, por lo que la transición energética –con inversiones en energías solar y eólica e hidrógeno verde– es crucial para conciliar desarrollo y mitigación climática. Por otro lado, estamos viviendo un momento de aceleración histórica en el que la integración del Sur Global es cada vez más importante y estratégica, y que debe, además, contemplar las dimensiones económica, social, cultural, medioambiental, cultural y científica. Esta aceleración histórica está señalando la emergencia de un orden multipolar más diverso, aunque todavía está en disputa. Si, por un lado, el BRICS y la IFR representan alternativas al neoliberalismo, por el otro, requieren una mayor coordinación para evitar nuevas asimetrías. El Sur Global debe fortalecer sus instituciones, profundizar la integración productiva y mantener su enfoque en la justicia social. Como advirtió el economista brasileño Celso Furtado, el desarrollo solo se hace efectivo cuando genera emancipación. En este sentido, construir una globalización solidaria sigue siendo el gran reto del siglo XXI. *Penildon Silva Filho es vicerrector de la Universidad Federal de Bahía. |
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