Economía
Del verde… y más allá
2024-12-26    Fuente: Centro para las Américas    Autor: JUAN ENRIQUE SERRANO-MORENO*

16 de enero de 2024. Con la llegada al puerto chino de Tianjin del gran buque portacontenedores Bach, se inaugura oficialmente la primera ruta rápida y directa de las cerezas chilenas hacia Tianjin.

2 de noviembre de 2023. Una conductora de un autobús de nueva energía de la ruta 520 de Santiago, en Chile, regresa a la terminal tras completar su turno. Los diez autobuses de dos pisos de nueva energía de dicha ruta son de fabricación china. Fotos de Xinhua

¿Qué papel jugarán el comercio y la inversión chinos en los esfuerzos climáticos y de sostenibilidad de América Latina, particularmente en Chile?

Para abordar esta pregunta, exploremos una comparación poco convencional a través de dos películas recientes de ciencia ficción, una de China y otra de Estados Unidos, que ofrecen visiones distintas sobre la relación futura de la humanidad con la naturaleza.

En Avatar II, una corporación multiplanetaria explota un planeta prístino cuyos habitantes, claramente inspirados por los pueblos indígenas de América Latina, se resisten a proteger su forma de vida. Si bien la película concluye con un triunfo de la naturaleza sobre la industria, transmite un mensaje sombrío: el desarrollo industrial y la armonía ambiental se excluyen mutuamente, lo que presenta una “distopía pesimista” en la que el progreso conduce a la destrucción ecológica.

Por el contrario, La Tierra errante II, un éxito de taquilla chino basado en la novela del autor de ciencia ficción Liu Cixin, retrata a la humanidad uniéndose en un proyecto de ingeniería masivo para trasladar el planeta Tierra a un nuevo sistema solar, mientras el Sol se está quemando y está a punto de destruir la Tierra. Aquí, la tecnología, la planificación estatal y la cooperación internacional salvan al mundo, lo que refleja la visión de China de la civilización ecológica: una “distopía optimista” alineada con el espíritu promovido por el Partido Comunista de China (PCCh) desde 2012.

Estas narrativas cinematográficas, aunque ficticias, ofrecen ideas sobre los enfoques contrastantes que pueden dar forma al papel de China en el avance de la sostenibilidad en América Latina, específicamente en Chile.

El paradigma

Durante la última década, China ha sido vista a menudo como un líder mundial en la lucha contra el cambio climático, una reputación que gira en torno a la idea de “civilización ecológica”.

Zhang Yongsheng, investigador de la Academia China de Ciencias Sociales, explica la civilización ecológica como una nueva forma de desarrollo económico que apunta a reconectar a la humanidad con la naturaleza, una relación que se vio interrumpida durante la era industrial. Pero esto no significa renunciar a la tecnología. Por el contrario, la civilización ecológica prospera gracias a las innovaciones que surgen de la “transición verde”.

Los defensores de la civilización ecológica la consideran una alternativa a las teorías occidentales de sostenibilidad, que, según ellos, son intrínsecamente defectuosas porque están arraigadas en teorías económicas neoclásicas. Estas teorías occidentales son a menudo criticadas por estar demasiado centradas en el ser humano, el materialismo, el consumismo y el individualismo.

La civilización ecológica se posiciona como la respuesta de China al individualismo económico de Occidente, que ve la naturaleza como una mercancía y el daño ambiental como una mera externalidad. Este concepto está profundamente arraigado en las antiguas tradiciones filosóficas de China y contrasta marcadamente con las teorías económicas liberales que surgieron en Occidente durante la Revolución Industrial.

Desde su introducción en los Estatutos del PCCh en 2012, y posteriormente en la Constitución de la República Popular China en 2018, la civilización ecológica ha impulsado reformas institucionales y legales.

Estas incluyen el establecimiento de tribunales ambientales, la creación de nuevos delitos ambientales, una mayor responsabilidad de los funcionarios y el desarrollo de un “PIB verde”. La inversión pública en investigación y desarrollo (I+D) para energía verde y sectores estratégicos demuestra una vez más el compromiso de China con esta visión.

Los límites

La civilización ecológica enfrenta desafíos en América Latina, tanto en la teoría como en la práctica.

Una preocupación importante es si realmente representa una nueva forma de pensar. Críticos como el geógrafo británico David Harvey y el antropólogo estadounidense David Graeber sostienen que la civilización ecológica podría ser simplemente otra “solución” para sostener el crecimiento económico.

Desde esta perspectiva, la civilización ecológica de China apunta a impulsar el crecimiento económico a través de tecnologías verdes como paneles solares y vehículos eléctricos, tanto a nivel nacional como a través de exportaciones. En este sentido, la crisis ambiental se convierte en una oportunidad.

Se espera que la transición verde genere riqueza al aprovechar recursos como los minerales críticos: litio, cobre y níquel. Esta explotación necesita una red de infraestructura sólida. Sin embargo, si países como Chile no mejoran sus capacidades industriales, podrían terminar atrapados en una posición semiperiférica en la economía global, meramente exportando materias primas sin agregar valor, algo que habría argumentado el sociólogo e historiador económico estadounidense Immanuel Wallerstein.

Además, el término “civilización” sugiere que China está yendo más allá del modelo de Estado-nación, que algunos consideran obsoleto para abordar la crisis ambiental. Esta idea contrasta con la visión del filósofo francés Bruno Latour de la civilización como un “modo de existencia”, que requiere redefinir nuestra relación con la naturaleza reconociendo sus derechos y agencia.

Al igual que otras políticas públicas chinas, la historia de la civilización ecológica avanza desde el nivel provincial al nacional y finalmente al internacional. Pero con la civilización ecológica, el paso hacia la política exterior aún está por verse.

La demanda global de minerales críticos como el litio, el cobre y el níquel está aumentando, impulsada por las políticas de transición energética y electromovilidad de las principales centrales eléctricas encaminadas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Con el enfoque correcto, un país como Chile podría beneficiarse de la competencia entre estas potencias para navegar en el cambiante panorama geopolítico, donde las decisiones comerciales y de inversión están cada vez más influenciadas por factores políticos y no solo económicos.

En este contexto, los esfuerzos hacia una civilización ecológica parecen prometedores. ¿Pero qué pasó con América Latina? ¿Podemos imaginar una civilización ecológica con características propias latinoamericanas?

¿Características únicas?

Los estudios sobre inversión extranjera y medio ambiente a menudo resaltan un problema común: el verdadero desafío no radica solo en la teoría, sino más bien en abordar las limitaciones de la capacidad institucional.

Este problema está ligado a aspectos tradicionales del derecho administrativo económico que se centran en los Estados individuales en lugar de en la comunidad global. Las áreas clave afectadas incluyen la planificación urbana, la planificación del uso del suelo, la regulación administrativa y la competencia leal en la contratación pública. Estas son áreas que el actual modelo económico de Chile a menudo ha pasado por alto, a veces incluso más que la política industrial.

Los informes de la Universidad de Chile ilustran bien esta cuestión. Por ejemplo, la Central Hidroeléctrica Rucalhue, un proyecto de China Three Gorges Corporation, un actor importante en la infraestructura energética del país asiático; la compra de la empresa chilena de distribución de electricidad Compañía General de Electricidad por parte del operador estatal chino de redes de transmisión de energía State Grid Corporation of China; y la inversión extranjera directa en las industrias del salmón y la cereza de Chile apuntan a un problema común. Los daños ambientales y los conflictos sociales en estos casos a menudo se deben a la incapacidad del Estado chileno para gestionar estos desafíos de manera efectiva, más que a las acciones de los inversionistas.

En resumen, no hay necesidad de “reinventar la rueda”. La inversión extranjera china puede beneficiar al medio ambiente si va acompañada de una administración capaz que fomente las capacidades productivas y facilite las transferencias de tecnología. Chile puede aprender del paradigma de la civilización ecológica para trazar su rumbo hacia el reequilibrio de la relación entre la humanidad y la naturaleza.

En la práctica, el tratado de libre comercio entre Chile y China podría actualizarse para exigir a los productores locales de minerales y productos agrícolas que eleven los estándares ambientales de producción. Esto podría incentivar a las empresas locales a exportar productos de alto valor, como frutas, pescado, carne o frutos secos certificados como sostenibles.

Por último, pero no menos importante, en Chile y en toda la región, el reconocimiento de los derechos humanos colectivos e individuales de los pueblos indígenas ha llevado a victorias legales que ayudan a preservar sus formas de vida ancestrales. Sin embargo, se debe hacer más para integrar plenamente las cosmovisiones indígenas en nuestro marco legal. Al combinar esta integración con una política exterior e industrial ambiciosa, se podría allanar el camino para una civilización ecológica con características latinoamericanas.  

*Juan Enrique Serrano-Moreno es profesor asistente de Estudios Internacionales del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.

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