Análisis |
Un nuevo mundo está naciendo | |
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9 de mayo de 2024. Estudiantes de distintos países de la Universidad de Harvard visitan la Universidad Tsinghua en Beijing. Wei Yao AUN siendo contemporáneos de la principal transición y transformación civilizatoria de la historia –que está en curso–, lo cual nos impide tener una mayor lucidez y objetividad sobre la profundidad de los fenómenos en desarrollo, sus consecuencias y derivaciones, podemos brindar algunas opiniones y asomarnos al nuevo mundo que está naciendo. No estamos en un cruce de coordenadas intrascendente, sino en uno de carácter refundacional, de una nueva era que augura un nuevo tipo de convivencia humana. Los creadores de la globalización financiera y productiva, diseñadores de la deslocalización de empresas y de las cadenas globales de valor en busca de la máxima ganancia, hoy reniegan de ella y proponen un desacople por impotencia, tratando de imponer un nuevo orden internacional basado en “reglas” antojadizas sin ningún consenso. Detrás de la crisis actual La política de financierización de la economía iniciada a fines de la década de 1960, el paulatino abandono de la primacía en la producción de bienes materiales, la creciente acumulación por desposesión, el despilfarro del consumismo, la corrupción desenfrenada de sociedades en manos de la voracidad de los mercados, el agobiante gasto en presupuestos de defensa, la pérdida del liderazgo en algunas áreas de la ciencia y la tecnología, el crecimiento de los déficits fiscales y de los saldos negativos de la balanza comercial, la pérdida de poder e influencia del dólar como moneda de cambio y reserva, el volumen alcanzado por las deudas externas respecto de los PIB, la multiplicación geométrica de los capitales ficticios de los derivados financieros con sus burbujas de créditos incobrables y, por supuesto, las contradicciones intrínsecas del sistema capitalista han llevado a gran parte de la humanidad a la crisis actual. Hace 150 años lo anticiparon Marx y Engels. Cuando se desacelera la circulación del capital, ante la profundidad de la crisis, hay dos salidas posibles: se cambian las relaciones de producción o se destruyen fuerzas productivas. Las guerras y las “sanciones económicas” son el salvavidas de plomo del sistema que se hunde, así lo demuestra la historia. Desde el conflicto en Siria –punto de inflexión del unipolarismo al policentrismo– hasta la crisis de Ucrania, pasando por la pandemia de COVID-19, estamos ante procesos que operaron como catalizadores y aceleradores de las contradicciones en pleno desarrollo. Al mismo tiempo, crece y se fortalece la influencia de los países emergentes de todos los continentes de la mano de la República Popular China. Los centros de poder occidental subestimaron a China. En 2001, con su ingreso a la Organización Mundial del Comercio, el “país del centro” entró en los radares de Occidente, se encendieron las primeras luces amarillas en Washington y en Londres, y a partir de 2013, con el inicio de la presidencia del país de Xi Jinping y el lanzamiento de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, China no solo se había puesto de pie, sino que se preparaba para maratones internacionales y comenzaba a mostrar que, además de transformarse a sí misma, aspiraba a modificar, junto con los pueblos del mundo y los gobiernos populares, la sociedad global en un futuro de destino compartido. China operó con inteligencia, desarrolló sus fuerzas productivas, educó a su población, mejoró los niveles de salud, pero no renegó ni se opuso a la arquitectura institucional creada por Occidente, sino que desde dentro de ella está cambiando la relación de fuerzas y modificando sus contenidos. Nadie pensó en Occidente que esto podría ocurrir. China defiende las instituciones del sistema, pero comienza a cambiar sus prioridades, debates y objetivos. La influencia de China China superó a Occidente en su propio terreno de juego, compitiendo de visitante y con el reglamento del opositor. Parece milagroso, pero no lo es. El pueblo chino, su cultura y el Partido Comunista de China (PCCh), con el aporte del marxismo-leninismo, lo lograron. Por supuesto que el ascenso tuvo su costo, y es justo rendir homenaje a las decenas de millones de chinas y chinos que se sacrificaron para lograr el bienestar actual. Es verdad que la disputa está abierta, pero también que la tendencia es favorable a los pueblos del mundo, como ha quedado demostrado con la creciente presencia de China en la diplomacia mundial y su influencia en recientes acontecimientos en Medio Oriente, África y América Latina. La propia Argentina acaba de dar un paso muy importante al ejecutar parte de los swaps acordados, y comenzará a importar productos de China que serán pagados en yuanes. Por lo tanto, no solo estamos en presencia del surgimiento de un nuevo liderazgo dentro del mismo sistema institucional, sino ante el nacimiento de un nuevo modo de producción y distribución de bienes, lo que conduce a nueva sociedad global. El desafío es enorme y el PCCh ha demostrado en otras instancias estar a la altura de los retos de la época. Logró superar una pandemia atroz preservando la vida, terminar con la pobreza extrema antes de 2021, China se ha convertido en la primera economía mundial por paridad de poder de compra a partir de 2014 y la segunda por PIB nominal, y es un importante socio comercial de 140 países. China le presenta a la sociedad global un plan de integración mundial basado en obras de infraestructura e interconexión que abarca múltiples áreas de la actividad humana, como es la Iniciativa de la Franja y la Ruta, entre otros logros. Hoy, sin la presencia y el desarrollo de China, sería muy duro imaginar la vida de los pueblos con un imperialismo desenfrenado en busca de la máxima ganancia, sin reparar en daños en aras de reinventarse. Aplaudimos los logros de China. Hoy, los pueblos del mundo miran cada vez con mayor atención los movimientos de China. Todavía hay desconfianza hacia ella por la propaganda imperialista, pero las masas trabajadoras y sufrientes del planeta no son ingenuas y han comenzado a verificar quién está por la guerra, el caos, la destrucción y la reconstrucción, y la acumulación desenfrenada, y quiénes por el desarrollo de los pueblos, la ayuda mutua, la ganancia compartida y la paz. Hoy, el sueño chino es el sueño de la humanidad. Es la revitalización de la nación china, pero, para lograrlo, es condición necesaria el progreso armónico de la humanidad. El PCCh y el Estado chino no conciben lo primero sin lo segundo. Saben que sin cooperación, sin ayuda mutua, sin hermandad, sin beneficio compartido, sin que cada pueblo pueda elegir libremente su camino al progreso, tampoco habrá sueño chino en plenitud. El concepto de tianxia (“todo bajo el cielo”) contiene a China y a la comunidad internacional. No es concebible respetar el tianxia excluyendo una parte del mundo. Debemos ser conscientes de que si no estimulamos nexos interculturales, si no logramos creatividad en generar intercambios generosos, si no somos capaces de conocernos y entendernos entre los pueblos, si no logramos un ámbito propicio para el diálogo intercultural y si no logramos acuerdos con beneficios mutuos, no habrá armonía y reinará el caos, la guerra, la desigualdad y las penurias que hacen sufrir a millones de personas. Sin desarrollo, sin una nueva arquitectura financiera y sin respeto a la seguridad colectiva no habrá paz. El futuro ya está entre nosotros y se está construyendo, aunque nos cueste percibirlo. La presencia de China y del BRICS nos permite una alternativa favorable en ese proceso, como nunca antes habíamos tenido. *Rubén Darío Guzzetti es especialista en estudios en China Contemporánea en la Universidad Nacional de Lanús (UNLA) e integrante del Área de Estudios sobre China del Centro de Estudios y Formación Marxista (CEFMA). |
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