Feiyun, una amiga ciclista, al pie de la montaña Kangrinboqe. Zhou Yanqiao
VISITAR el Tíbet es un sueño para todos los viajeros que buscan aventura. Sin embargo, para aquellos, como nosotros, a quienes nos gusta buscar aventuras a pie o en bicicleta, el Tíbet es un sueño verdaderamente audaz.
Caminar o ir en bicicleta por la meseta es increíblemente atrevido o tonto, depende de con quién se hable. Pedalear uno solo en altitudes superiores a los 5.000 metros sobre el nivel del mar puede ser peligroso; acampar a cientos de kilómetros del poblado más cercano y con temperaturas bajo cero puede amenazar la vida.
Con pleno conocimiento de los peligros, decidí ponerme a prueba y pasar montando en bicicleta el techo del mundo en la primavera pasada. Mi viaje incluyó un recorrido de cerca de 3.000 kilómetros desde Lhasa, capital de la región autónoma del Tíbet, hasta Yecheng, en la región autónoma uigur de Xinjiang. En total fueron 39 días de aventura extrema.
El Tíbet no es extraño para mí. Soy un ciclista empedernido y había experimentado previamente las rutas Sichuan-Tíbet y Yunnan-Tíbet. Ambas son duras pruebas, pero palidecen en comparación con la de Tíbet-Xinjiang. También hay un elemento cultural muy atractivo en esta ruta: ofrece la oportunidad de explorar Ngari, una prefectura en el extremo oeste de la meseta, considerada como la cuna de la civilización tibetana.
El aire escaso, el terreno áspero y la distancia intimidatoria constituyen un gran desafío. Pero, además, la ruta Tíbet-Xinjiang cuenta con sus propios retos particulares: largos tramos a 5.100 metros sobre el nivel del mar, las montañas Kunlun obstaculizando la ruta y la pendiente a gran altura de las montañas Gangdise. Por si fuera poco, hay otras dificultades como los encuentros casuales con animales salvajes, algunos de los cuales son peligrosos.
Sin embargo, yo sabía que el viaje valdría la pena. De no haber persistido en la idea, no habría podido estar frente a los paisajes naturales más bellos del planeta.
Lhasa - Gyangze
Me puse en camino desde Lhasa a finales de abril del año pasado, y mis dos compañeras, Zhang Yuyun y Mao Lijuan, partieron desde Yecheng, Xinjiang, en el otro extremo de nuestro curso. Estimamos que nuestros caminos se cruzarían en la ciudad de Shiquanhe, en Ngari, a unos 1.600 kilómetros de Lhasa.
Al igual que mis aventuras anteriores en el Tíbet, me tomé una foto con mi bicicleta en frente del hermoso Palacio Potala antes de ir a mi primera parada, Gyangze.
Primero recorrí 68 km a lo largo de la carretera y encontré mi primer reto el día siguiente: cruzar la montaña Kamba La a 5.000 metros sobre el nivel del mar. Con un equipaje de 22 kg, tuve que subir la cuesta de 35 km de longitud. Cada empuje sobre los pedales era un esfuerzo. Tuve la tentación de detenerme y descansar un poco, pero yo sabía que si me detuviera, sería aún más difícil continuar.
Varios vehículos me pasaban y sus conductores estiraban el cuello por la ventana para ver al loco en la bicicleta. Ellos me mostraban el dedo pulgar para animarme y luego desaparecían en el camino. Después de un tiempo que me pareció una eternidad vi banderas de oración que señalaban que alcancé el punto más alto de la carretera.
Las banderas de oración me orientaron a Yamzhog Yumco, uno de los lagos más sagrados del Tíbet. La nativa religión tibetana, Bon, nació en esta zona y su veneración por los lagos y montañas sagradas se adoptó en el budismo tibetano que ahora domina la meseta.
En la tradición de Bon, Nam Co, en Damxung; Mapham Yutso, en Ngari; y Yamzhog Yumco eran considerados como tres lagos sagrados del Tíbet, y hoy en día todavía son considerados como tales.
Para un viajero agotado, el agua azul claro de la serena Yumco Yamzhog era una auténtica felicidad. Me había esforzado duro para ver el lago y sentí que había valido la pena cuando pude sentarme en su orilla para reflexionar. Esa es la sencilla recompensa que buscaba cuando emprendí este viaje de larga distancia en bicicleta.
Yamzhog Yumco está rodeado por picos. En primavera y verano, la superficie del agua está apacible y permanece inmutable a pesar del viento. El brillo que destellan las flores doradas en las colinas cercanas parece tan real que uno cree que las puede tocar.
Los peregrinos visitan a menudo la orilla, donde inevitablemente apilan montones de piedras Mani: pequeñas piedras donde están inscritas un mantra de seis sílabas budistas. En ese momento, también piden deseos.
Pasé la noche en Nanggarze, el condado más alto del mundo. Al día siguiente, pasé por el famoso glaciar Karuola, a 5.100 metros sobre el nivel del mar. Cuando atravesaba por el paso de Karuola, la nieve comenzó a caer de repente. El clima es irregular cuando se está a un alto nivel del mar.
Llegué a Gyangze contra el viento. Fue un paso estratégico en el camino a Yadong y un campo de batalla clave en la guerra contra la invasión británica en el Tíbet en 1904.
Elegí el motel más barato para alojarme. Me dirigí de nuevo a dar una vuelta en la localidad y buscar algo para comer. Entré en un restaurante y me senté junto a dos hombres tibetanos que estaban cantando y tocando instrumentos musicales locales. Fue la canción más bonita que había escuchado en mi vida, pues su sencillez y pureza me conmovieron profundamente.
La ruta Tíbet-Xinjiang tiene un elemento cultural atractivo: la oportunidad de explorar Ngari, la cuna de la civilización tibetana.
Gyangze - Antiguo Zhongba - Nuevo Zhongba
El cuarto día me dirigí a Xigaze. Esta ciudad tiene una historia de 500 años. Hoy se parece mucho a cualquier centro urbano en China, aunque, por supuesto, se las ha arreglado para mantener barrios de arquitectura tibetana.
Tashilhungpo es el monasterio más grande de la ciudad y ha sido la sede de Panchen Lama desde la cuarta reencarnación. Su significado religioso está a la par con el del Palacio de Potala, el palacio de invierno de Dalai Lama.
Aunque no es tan grande como el Palacio Potala, el Tashilhungpo, en su mayor parte es blanco y negro, es impresionante en otro sentido. Está rodeado por pagodas blancas y salas dedicadas a varios santos y dioses. Cada una merece ser considerada un tesoro del arte y de la historia.
Es un lugar encantador para relajarse después de una jornada dura y polvorienta. Sin embargo, tenía que irme. Hice el equipaje y me eché al camino de nuevo.
En un día crucé tres colinas de un total de 150 km antes de llegar a Lhaze, un condado donde se separan la carretera Xinjiang-Tíbet y la Carretera de la Amistad China-Nepal. Fue allí donde vi por primera vez un cartel que decía “Shiquanhe”, lo que significaba que ya me acercaba a Ngari.
Durante horas y horas, a 4.900 metros de altura sobre el nivel del mar, yo era la única persona en mi horizonte. Tenía la esperanza de ver el antílope tibetano. Es una especie en peligro de extinción y rara vez vista, incluso por aquellos que saben adónde buscar. Lamentablemente no tuve suerte.
Mi última parada en Xigaze fue Zhongba, una sede que se encuentra en el extremo occidental de la prefectura. La desertificación obligó a la gente de Zhongba a dejar sus casas antiguas y construir otras nuevas a kilómetros de distancia. Los dos sitios ahora se conocen como Antiguo Zhongba y Nuevo Zhongba. El contraste entre ellos es absoluto: lo que era una ciudad de 20.000 personas es ahora un espacio sin vida, con edificios en ruinas y dunas de arena.
Entre el Nuevo y el Antiguo Zhongba se encuentra el templo Tadong. Se trata de un complejo discreto con un rico tesoro de preciosos frescos y manuscritos religiosos. La sala central está dedicada a Padmasambhava, un patriarca del budismo tibetano y una figura central en la mitología budista tibetana. También hay una estatua de la princesa Wencheng, que se casó con el rey de Tubo, Songtsen Gampo, en el siglo VII, como un gesto de buena voluntad entre el Tíbet y la dinastía Tang. La princesa Wencheng sigue siendo una figura popular en el Tíbet hasta nuestros días.
No es nada menos que un milagro de ver un templo bien conservado en un lugar tan desolado. Rendí mis respetos a ambas figuras y oré por la seguridad del resto de mi viaje.
Nueva Zhongba - Kangrinboqe - Shiquanhe
Después de subir hasta los 5,230 metros de la montaña Mayum La, me dejé caer en un valle que parecía que no terminaría nunca. No hubo otros sonidos en absoluto, excepto el aullido del viento y el chapoteo de la nieve derretida.
De repente, un gran lago de agua brillante me llamó la atención en el otro extremo del valle. Se trataba del Mapham Yutso, uno de los tres lagos sagrados del Tíbet.
Detrás del lago se alza el monte Naimona’nyi, de 7.700 metros sobre el nivel del mar. A la derecha, está la montaña sagrada Kangrinboqe, considerada por los budistas tibetanos, hindúes y seguidores de Bon como el centro del mundo. Los peregrinos de la India, Pakistán y el Tíbet acuden a la montaña durante todo el año para caminar rodeando la montaña.
Para ellos, el rodeo es una actividad religiosa, con la que se puede borrar sus pecados. La circunferencia es de 56 kilómetros y completar el circuito a pie toma dos días como mínimo.
Reunión en Shiquanhe
Entré en Shiquanhe a los 19 días de mi viaje. Es una cuenca rodeada de montañas ondulantes. En la ciudad se ven flujos constantes de turistas que se detienen allí para reponer sus provisiones antes de continuar con sus viajes. Todas las comodidades y servicios modernos se pueden encontrar en la ciudad. Incluso se puede disfrutar de un baño, un verdadero lujo para los viajeros como yo, que entran en la ciudad a pie o en bicicleta.
Mis compañeras Zhang Yuyun y Mao Lijuan ya estaban en la ciudad. De hecho son de las pocas mujeres ciclistas que han terminado la ruta Xinjiang-Tíbet. Ellas recientemente habían soportado tormentas de polvo, granizo y la hinchazón causada por la falta de oxígeno. Pero el viaje, dijeron, también había estado lleno de momentos de alegría y jolgorio.
Nos despedimos y reanudamos nuestros viajes en direcciones opuestas. Después de 26 km por un camino montañoso, me volví a mirar la ciudad, bañada por el sol de la mañana y no tuve idea de cuándo volvería otra vez.
Un lama lleva el agua en el monasterio Tashilhungpo. CFP
El lago Yamzhog Yumco. Yu Xiangjun
El autor en el camino a Shiquanhe.
Doima - Valle de Muerte - Yecheng
Me encontré con algunos otros ciclistas en mi camino a Yecheng, pero la mayor parte del tiempo estaba solo. La mala suerte siempre viene en pareja: además de lo desagradable del camino accidentado, fui seguido durante algún tiempo por un lobo salvaje. Con el tiempo, el lobo se fue, tal vez sintió lástima por aquel hombre necio tratando de mantenerse en pie en su bicicleta en medio de la meseta.
Esa noche me alojé con una familia local tibetana - la única familia que encontré durante todo un día. Hubo poca comunicación verbal entre la familia y yo, lo único que sabía decir en tibetano era “hola”.
Al día siguiente entré en el famoso Valle de la Muerte. No soy supersticioso y decidí pasar la noche allí. Mi dispositivo GPS mostró una altitud de 5.190 metros. Me desperté a la mañana siguiente, sintiéndome muy vivo.
La sección ascendente de escarpadas formaciones rocosas de granito que conducía al paso Qitaidaban hizo completamente imposible montar en bicicleta. Incluso empujar la bicicleta se convirtió en una difícil misión debido a la altitud de 5.200 metros sobre el nivel del mar. Tuve que descansar casi cada 10 pasos. Lo recuerdo vívidamente hasta hoy.
Cuando me faltaban solo dos km al paso, supe que ahora nada podría detenerme. “¡Allá voy, Yecheng, mi destino!”