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China, rumbo al nuevo orden mundial

Por DAVID GUTIÉRREZ VELÁZQUEZ*

21 de abril de 2017. La Escuela Primaria de Wanghu, ciudad de Hefei (Anhui), incentiva a sus alumnos a leer en medio de la naturaleza.

 

Uno de los mayores aciertos del XVIII Congreso del Partido Comunista de China, celebrado en 2012, fue la designación en su dirección del ahora presidente Xi Jinping, pues en un período de cinco años, China se ha posicionado como la segunda economía más importante del mundo y, bajo la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, se ha convertido en una plataforma para el desarrollo y el crecimiento económico global.

China ya no es un modelo de producción masiva de mercancías a precios bajos, que acabó por agotarse con la crisis de 2008, pues este país comenzó a promover el crecimiento basado en la innovación, en la tecnología y en ámbitos como la inteligencia artificial, la atención directa con servicios de calidad y un mercado interno competitivo, con el objetivo de construir una sociedad moderna y desarrollada.

La calidad en la educación y el nivel de estudios de sus habitantes han mejorado, a la par del acceso a las fuentes de trabajo y acordes a su nivel de preparación. El concepto de Internet se ha extendido ampliamente y ha permitido optimizar muchos de sus procesos de intercambio comercial tanto al interior del país, como al exterior.

Se han ampliado las vías de comunicación y los transportes. Hay grandes flotas de aviones de manufactura nacional, los trenes de alta velocidad han facilitado las conexiones con todo el país, y en las grandes zonas urbanas se están reconstruyendo las ciudades y los puertos con una idea muy clara en protección al medio ambiente.

Es grato saber que no solo la idea, sino la voluntad de un pueblo pueden transformar su calidad de vida. En el XIX Congreso del Partido Comunista de China se ha fijado el rumbo de este desarrollo sin precedentes, bajo las premisas de “paz, desarrollo y prosperidad”, con miras a dos grandes acontecimientos para esta nación: el centenario de la fundación del Partido Comunista de China en el año 2021 y el centenario de la proclamación de la República Popular China para el año 2049.

Basado en el repaso sistemático de los logros y experiencias de las reformas en el pasado, este nuevo congreso ha denotado un esfuerzo por resolver los problemas pendientes que han emergido en la práctica y por trazar medidas para una reforma general.

Han avanzado firmemente hacia la meta de perfeccionar y desarrollar el socialismo con peculiaridades chinas, y modernizar el sistema y la capacidad de gobernanza estatal. Todos los éxitos que China ha obtenido en la apertura y el desarrollo desde la puesta en marcha de estos cambios, hace casi cuatro décadas, no habrían sido posibles sin la reforma del sistema político. La resolución de esta reunión frente a sus más de 2300 delegados, nos indica que así seguirá siendo en el futuro.

Niñas de la aldea de la etnia miao de Xijiang, en la provincia de Guizhou, se presentan con sus trajes típicos en la ceremonia de apertura del XIX Congreso Nacional del PCCh.

 

Apertura en una era de cambios

Sin duda, los cinco años de la presidencia de Xi Jinping han transformado la relación de China con los países latinoamericanos. Se sabe que desde el principio fijó en su horizonte no solo el lograr estrechar los lazos comerciales como pares a nivel de economías emergentes, sino de entablar una abierta relación de intercambio social y cultural que fuera creando esa confianza para conocernos y acercarnos no solo como regiones, sino como comunidades globales en una era de grandes cambios.

En el discurso que ofreció el presidente Xi al inaugurar el XIX Congreso del PCCh, reiteró su promesa de apertura al señalar que esta “trae progreso para nosotros mismos porque el aislamiento deja siempre a alguien detrás. China no cerrará sus puertas al mundo, será cada vez más abierta”, aseguró ante miles de delegados comunistas provenientes de todas partes del país, y que aprobaron la renovación de su cúpula y, por ende, de su Gobierno.

Cabe destacar que el presidente Xi ha restablecido y reforzado la base marxista –y maoísta– de su partido. Las iniciativas de cambio incorporadas por el gran reformista Deng Xiaoping –como el liderazgo colectivo, el fin del culto a la personalidad, el fin de las campañas ideológicas, la separación entre el Partido y el Gobierno– han sido desechadas. El presidente ha hecho de la lucha contra la corrupción una de sus políticas fundamentales, en la que buena parte de su esfuerzo se concentra en desarraigar esas prácticas y enfocarse en la política del bien común.

Lo cierto es que la llamada batalla anticorrupción “contra tigres y moscas” –es decir, a todos los niveles– le ha sumado un gran apoyo popular al presidente Xi Jinping y, por lo visto, se espera que continúe por ese camino, pues durante los últimos cinco años, el Comité Central del PCCh ha alertado incansablemente el si feng o “las cuatro formas de decadencia”, que son el formalismo, la excesiva burocracia, el hedonismo y el derroche.

Hasta finales de 2016 se habían investigado 155.300 violaciones del código de frugalidad de ocho puntos, de acuerdo con la Comisión Central de Control Disciplinario del PCCh. A finales de dicho año, esta comisión había investigado a 240 funcionarios de la administración central y castigado a 223 de ellos. Los departamentos de inspección y supervisión disciplinaria de todo el país descubrieron 1,16 millones de casos de corrupción y castigaron a 1,19 millones de personas.

Hasta finales de 2016, un total de 2566 funcionarios que escaparon al extranjero habían sido detenidos, y se habían recuperado 8640 millones de yuanes (unos 1300 millones de dólares). De los 100 fugitivos más buscados con notificación roja de la Interpol, se arrestaron a 43 personas.

Así, mientras en el mundo occidental entendemos las campañas contra la corrupción como una lucha meramente política, en China se ha adoptado un modelo de ética tan preciso que al interior se está logrando erradicar, y la colocan ya como una potencia comercial abierta y confiable.

*David Gutiérrez Velázquez es funcionario de la Secretaría de Gobernación de México.