Por RAQUEL LEÓN*
El año 2017 plantea para el sistema internacional un gran desafío ante acontecimientos relevantes dentro de la política internacional, pues desde hace un par de años este ha sufrido una serie de cambios que comienzan a reconfigurarlo. Dentro de este panorama existen actores relevantes que coadyuvan a esta reorganización, en donde Estados Unidos y China son protagonistas en distintos ámbitos.
El avance de China dentro de las instituciones internacionales ha llevado a que este actor tenga un nuevo papel dentro de la política internacional. Parte de este nuevo rol está vinculada con la llegada al Gobierno chino de Xi Jinping, quien ha abonado hacia esto y, al mismo tiempo, ha dado continuidad al proceso de internacionalización de China que se inició con Deng Xiaoping.
El “Sueño” y la “Ruta”
Dentro de este contexto, Xi ha lanzado una serie de proyectos que impulsan el posicionamiento chino. Así como sus predecesores son reconocidos por su sello dentro de la manera en cómo China se vinculó con el exterior, en el caso de Xi Jinping se puede identificar un concepto eje dentro de este proceso, que es el “Sueño Chino”.
Hablar del “Sueño Chino” puede ser entendido desde dos perspectivas: una al interior y la otra exterior. La primera se refiere al desafío que ha sido para China compaginar el crecimiento y el desarrollo económico, situación que ha permitido dotar de infraestructura y la mejora continua en el bienestar de la sociedad china. Este proceso ha traído como resultado el crecimiento de la clase media china, el cual no solamente es percibido al interior del país, sino también hacia fuera, y la presencia de chinos con poder adquisitivo alto en distintas partes del mundo. En lo que respecta al exterior, el “Sueño Chino” se perfila como un mecanismo dentro de la política exterior de China, en donde el ejemplo de fortaleza al interior busca impactar dentro de los países en vías de desarrollo; esto como parte del liderazgo chino dentro de lo que Mao llamó el “Tercer Mundo” en la posguerra.
A lo largo del siglo XXI, China ha potencializado su experiencia dentro de la cooperación Sur-Sur, lo que le ha permitido alinear el discurso y la práctica para un mayor impacto de su posicionamiento internacional. Es a través de la cooperación que se promueve el avance chino del siglo XXI y, con ello, la oportunidad que representa la iniciativa de “Una Franja y Una Ruta” para darle continuidad a esto.
Esta propuesta surgió en 2013 en Kazajistán, cuando el presidente Xi se encontraba en la universidad más importante de este país y se refirió al relanzamiento de la Franja Económica de la Ruta de la Seda y la Ruta Marítima de la Seda del Siglo XXI. Desde entonces, esta iniciativa ha crecido en varios sentidos. Por un lado, en el número de países y las regiones que permea y, por otro, en el financiamiento y la infraestructura que ha motivado.
De acuerdo con la clasificación de Mikael Wigell, la iniciativa de “Una Franja y Una Ruta” es una estrategia geoeconómica cooperativa, en donde a través de acuerdos institucionales se plantean ganancias relativas entre cada uno de los actores.
“La iniciativa plantea un escenario que fortalece la política del Going Out y el fortalecimiento de su modelo de crecimiento económico. En este caso, la particularidad de los capitales chinos, algunos privados y en su mayoría paraestatales, permite darle un plus a esta sostenibilidad del modelo de crecimiento en el contexto actual”, expusimos Juan Carlos Tello, Samantha Montiel y quien escribe este artículo en un libro sobre la iniciativa de “Una Franja y Una Ruta”, editado este año por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
A través de este esquema se pueden identificar una serie de elementos clave para que esta iniciativa tenga un impacto a nivel regional. Estos elementos son: el capital que promueve, la interconectividad propuesta vía infraestructura, el impulso a intensificar las relaciones comerciales en un corredor euroasiático y el contacto con otros enclaves comerciales vía marítima –Este del Asia, Sureste de Asia, Asia Central, Sur de Asia, Medio Oriente, Europa y África–. En este panorama, la iniciativa permite que el dinamismo en la parte continental tenga una manera distinta, en donde a través de la institucionalización de la nueva ruta se incremente el grado de interdependencia entre cada uno de los países y las regiones en las que se haga presente.
El espacio geográfico de la iniciativa posee particularidades que, sin duda, pueden generar y detonar un motor económico de impacto global. Estas peculiaridades a través de la interconectividad son: (1) generar una estructura de fortalecimiento de cadenas globales de valor a través de una mejora en el desplazamiento de materiales y productos finales; (2) permear a tres tipos de países: economías avanzadas dentro de la Unión Europea, potencias regionales y países con gran capacidad de extracción de recursos; y (3) promover el desarrollo económico a partir de la dinámica entre estos tres tipos de países, pues el eje de la iniciativa es la infraestructura.
Un nuevo concepto
Más allá de los datos duros de la “nueva ruta”, y la manera en cómo se ha ido consolidando, dentro de la política exterior china se identifica un nuevo discurso que vincula y fortalece la pertinencia de la iniciativa. Desde finales de 2013, el presidente Xi Jinping ha introducido el concepto de “destino común”, como una política de armonía con sus vecinos. No obstante, el contexto de 2013 es muy distinto al que se vive en pleno 2017, pues dentro de la política internacional ha habido una serie de cambios que perfilan y posicionan a actores protagonistas dentro del sistema internacional de otro modo.
De 2013 a 2016, este concepto se había utilizado principalmente en la región del Asia-Pacífico como un elemento estratégico para la definición de la relación de China con este conjunto de países, de manera enfática en el Sureste Asiático. Incluso dentro del Foro de Bo’ao de 2015 el evento llevó por nombre: “El nuevo futuro de Asia: Hacia una comunidad de destino común”.
Hacia finales de 2016, el concepto comenzó a hacerse presente en otro tipo de espacios, como fue el caso de la Reunión de Líderes del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico en Lima y la visita del presidente Xi al Congreso de Perú.
La Declaración de Lima dio pauta para la réplica de este concepto en otros eventos, como lo fue el Foro Económico de Davos, en donde, debido también a la llegada de Donald Trump, la propuesta china se fortaleció con la idea de defensa de la globalización a través de la cooperación, que en otras palabras es la continuidad al concepto de “destino común”.
La iniciativa de “Una Franja y Una Ruta”, como acción, se desprende de este elemento discursivo dentro de la política exterior de China. Por lo tanto, la sinergia que se crea entre las acciones y las palabras permite un avance contundente para China, que se resume en un mayor protagonismo dentro de la política internacional. A su vez, esta dinámica se consolida a través de la institucionalización de estas medidas, como lo es la iniciativa, que, a pesar de no ser una acción global, sino regional, genera un precedente importante en un contexto de incertidumbre. Por lo tanto, esta incertidumbre permite que la “nueva ruta” incremente su potencialidad.
*Raquel León es profesora investigadora especializada en Asia y Estudios de China en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (México).