Por Mauricio Castellanos
Acaban de comenzar en Beijing las reuniones anuales de la Asamblea Popular Nacional (APN), o sea el Parlamento, y la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino (CCPPCh), el máximo órgano asesor del país, en las cuales se fijará el Norte por el que la segunda economía mundial se regirá en los próximos 12 meses.
De hecho, las sesiones de esta ocasión, en particular la de la APN, tendrán la mira puesta más allá, para ser más exactos en 2020, pues en ella se debatirá y someterá a votación el XIII Plan Quinquenal de Desarrollo Económico y Social, el primero de la era del XVIII Comité Central del Partido Comunista de China y de Xi Jinping como su secretario general.
El Plan contempla, entre otras, la monumental tarea de sacar de la pobreza extrema a otros 70 millones de personas y lograr que el país cuente con una sociedad moderadamente próspera para cuando llegue el final de la década. Todo esto cruzado por las metas de seguir reduciendo la brecha de ingresos y duplicar, para ese mismo año, el PIB frente a la cifra de 2010.
Pero, así como la relevancia de China en el escenario internacional no para de crecer, la trascendencia de las dos sesiones ha dejado de ser un asunto doméstico y se ha convertido en un evento de alcance mundial.
Por eso, miles de periodistas de todos los rincones del planeta convergen en Beijing para llevar a su público las incidencias de las reuniones, especialmente en aspectos como economía, diplomacia, lucha anticorrupción y protección ambiental.
A diferencia de otros años, en esta ocasión la meta de crecimiento de la economía nacional (entre 6,5 y 7,0 por ciento) fue revelada con anticipación y no durante las sesiones, como era tradicional. No obstante, las estrategias que aplicará el gobierno en el marco de la “nueva normalidad” para garantizar el cumplimiento de esa meta, serán seguidas de cerca. El mundo espera conocer con más detalle los ajustes ya hechos y por venir al modelo de desarrollo económico de China, a fin de seguir sacando el mayor provecho posible de su relación con una economía que, aunque ya no crece a doble dígito, sigue haciéndolo a un ritmo muy superior al promedio, y, sobre todo, empieza a saborear la realidad de crecer de la mano del consumo y ya no de las exportaciones.
También en el campo económico, aunque con una inevitable vinculación con la diplomacia, los legisladores de la APN y los delegados a la CCPPCh debatirán sobre cómo optimizar el mecanismo de las iniciativas “la Franja y la Ruta” y la “Ruta marítima de la seda del siglo XXI”, que, por su propia naturaleza, enmarcada en el empeño de construir una comunidad de destino compartido, cumplen el papel no sólo de alimentar las economías de los países que cruzan sino también de fortalecer sus relaciones diplomáticas.
Otro aspecto del ejercicio diplomático que de seguro concentrará la atención internacional es la forma en que China demostrará el endurecimiento de su posición ante los desafíos de la República Popular Democrática de Corea a las resoluciones de la ONU en relación con su programa nuclear. En el pasado, numerosos medios y no pocos gobiernos han acusado a China de ser “complaciente” con el gobierno del vecino país, e incluso de apoyar subrepticiamente el desarrollo de sus armas nucleares. El respaldo de China a la nueva resolución del Consejo de Seguridad de la ONU pone de manifiesto una vez más su papel de potencia responsable, al sobreponer el interés general por una región y un mundo seguros y en paz a sus afinidades políticas y sus relaciones comerciales con Pyongyang. Durante las sesiones se debatirá la forma más adecuada de hacer frente al comportamiento errático del gobierno norcoreano, y también se perfeccionará aún más la estrategia para seguir posicionando a China en el lugar que le corresponde como país en desarrollo más poderoso, miembro permanente del Consejo de Seguridad y segunda economía del mundo.
Las responsabilidades de garantizar el bienestar de sus 1.400 millones de personas y seguir sirviendo de locomotora para la economía de todo el mundo, no eximen a China de aportar a los esfuerzos globales por hacer frente a los efectos del cambio climático. Por el contrario, la dolorosa experiencia de haberse visto obligada a declarar dos alertas rojas en su capital en menos de un mes, y de ver varias de sus ciudades y regiones más importantes cubiertas de esmog, la obligan a considerar e implementar cuanta medida sea necesaria. Encontrar el punto de equilibrio entre lo que se debe y lo que se puede hacer para contrarrestar el calentamiento global sin descarrilar la economía nacional, requerirá de toda la sabiduría de legisladores y delegados.
Y, por último, las discusiones sobre cómo hacer más eficiente la lucha contra la corrupción, tal vez el aspecto más reconocido y mejor valorado del nuevo gobierno en el ámbito internacional, sin duda ocuparán buena parte de las sesiones. Olvidando que prácticamente no hay país que escape a este flagelo, en el pasado muchos han señalado al gobierno de China de tolerar e incluso patrocinar la corrupción. Hoy esos dedos acusadores han tenido que esconderse. La implacable lucha que libra el gobierno contra los “tigres” y las “moscas” ha logrado que muchos antiguos críticos ahora reconozcan al país como un ejemplo de cómo enfrentar de forma efectiva un problema que jamás se ha negado a admitir, y cuya erradicación le permitirá cumplir más plena y rápidamente con sus exigentes metas.
Con los numerosos y radicales cambios experimentados por China en los últimos tres años de su proceso de reforma, es apenas normal que el mundo esté tan pendiente de ella. Como plataforma de lanzamiento del XIII Plan Quinquenal, con seguridad las dos sesiones de 2016 pasarán a la historia como el momento en que el gigante asiático tomó el impulso decisivo para enfrentar el último tramo de su exitoso camino hacia el desarrollo.