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Una comunidad de destino para el Sur Global

2022-11-11 10:11:00 Source:China Hoy Author:Karina Batthyány*
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8 de julio de 2021. El consejero de Estado y ministro de Relaciones Exteriores chino, Wang Yi, habla en un evento con motivo del quinto aniversario del Fondo de Asistencia para la Cooperación Sur-Sur y el Instituto para la Cooperación y el Desarrollo Sur-Sur, en Beijing, capital de China. Xinhua

Como latinoamericanos, los números de la transformación china nunca dejarán de asombrarnos. Su vertiginoso y sostenido crecimiento a un ritmo anual promedio de casi el 10 % desde 1980 se nos presenta como el revés de la volatilidad económica que afectó a gran parte de América Latina y el Caribe durante esas mismas cuatro décadas. Las peculiaridades de esa modernización nos ofrecen algunas lecciones para pensar los desafíos del desarrollo en nuestra región.

Diferentes cambios estructurales

Para empezar, el avance económico chino responde a un cambio de su estructura productiva desde una sociedad rural y agrícola a una urbana y eminentemente industrial, orientada a la exportación, un proyecto similar al que América Latina y el Caribe sostuvo durante las décadas de 1960 y 1970.

Pero mientras China apostó por un crecimiento sustentado en el aumento sostenido del valor agregado, la productividad y la transferencia de tecnología, en América Latina y el Caribe el cambio estructural resultó en una industrialización truncada tras sucesivos shocks políticos y económicos (dictaduras, crisis de deuda, hiperinflaciones), lo que resultó en una estructura productiva desequilibrada.

En 1985 las manufacturas industriales chinas eran solo el 26 % del total de sus exportaciones, mientras que en 2020 representaron el 94 % de las ventas al exterior. América Latina y el Caribe, en cambio, se mantiene especializada en minería y petróleo, productos primarios y/o agrícolas. De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en 2020 las manufacturas representaron el 64 % de las exportaciones latinoamericanas y caribeñas, una cifra que incluye a México y, por lo tanto, sobreestima la presencia manufacturera en la región. 

El patrón de especialización de América Latina y el Caribe genera menores efectos positivos sobre la dinámica laboral y social que modelos con mayor valor agregado, expone a nuestras economías a las fluctuaciones de los precios de los productos básicos y nos ata a recurrentes problemas de restricción externa.

Otra notable diferencia entre las experiencias china y latinoamericana-caribeña de los últimos cuarenta años radica en el rol del Estado y el sector público.

Mientras en buena parte de estos años imperó en América Latina y el Caribe una doctrina neoliberal que apuntaba a la privatización, desregulación y descentralización indiscriminada de la economía y el Estado; en China la transformación se llevó a cabo con un Estado asumiendo un rol coordinador y planificador, promoviendo sectores estratégicos bajo una visión de mediano y largo plazo, con aperturas selectivas a la entrada de inversión extranjera directa y, en muchas ocasiones, reteniendo la propiedad pública de las compañías.

Es este cambio estructural, combinando modos de producción y apostando por una constante modernización tecnológica a través de políticas planificadas, lo que llevó a China a recuperar su centralidad histórica y convertirse en la segunda economía mundial, con más del 18 % del PIB mundial, y más importante aún: sacar a más de 800 millones de personas de la pobreza y percibirse como una sociedad modestamente acomodada.

Fortalecimiento de los vínculos

La irrupción de China en la economía global a partir de principios de los años 2000 modificó los términos de intercambio de muchas economías latinoamericanas y caribeñas, lo que promovió un período de crecimiento que coincidió con el ascenso de movimientos sociales y liderazgos políticos críticos a la hegemonía neoliberal de la década de 1990. El alza en el precio de los commodities otorgó espacio fiscal para implementar políticas distributivas por parte de estos gobiernos progresistas, que fueron asumiendo el poder entre la década de los 2000 y la primera mitad de la década de 2010.

Durante ese período se fortaleció el vínculo entre muchos países latinoamericanos y caribeños y China. Mientras en el año 2000 el valor total del comercio bilateral entre China y todos los países de la región alcanzaba poco más de 12.000 millones de dólares, en 2021 la cifra comerciada superó los 450.000 millones de dólares. La presencia de China se volvió central en algunas subregiones como Sudamérica, donde es el principal socio comercial. 

El vínculo económico de China con la región no se limita al intercambio comercial. En materia de inversiones, América Latina y el Caribe se convirtió en el segundo receptor de inversión extranjera directa (IED) desde China con un 14 %, luego de Asia. De acuerdo con el Monitor de la Infraestructura China en América Latina y el Caribe, de 2005 a 2021 las compañías chinas –en su mayoría de propiedad pública– invirtieron unos 98.000 millones de dólares en 192 grandes proyectos de infraestructura, los que generaron 673.000 de puestos de trabajo.

La historia de las inversiones chinas en la región puede dividirse en tres en función de cómo cambiaron los sectores privilegiados por la inversión: una etapa inicial, donde los recursos se concentraban en proyectos de minería y gas y petróleo; una segunda etapa de ampliación y diversificación de la inversión, donde se suman sectores como telecomunicaciones, ferrocarriles, hidroeléctrica, energía nuclear y renovables; y una tercera etapa –a partir de 2015– donde van cobrando mayor protagonismo los proyectos de transporte: puertos, aeropuertos, proyectos ferroviarios y carreteras, congruente con la experiencia china de la Iniciativa de la Franja y la Ruta lanzada en 2013.

Recientemente, el canal financiero fue tomando mayor protagonismo en las relaciones bilaterales. En la última década, el Banco de Desarrollo de China y el Banco de Exportaciones e Importaciones de China, dos instituciones de banca pública, otorgaron más recursos a países latinoamericanos y caribeños que el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. La mayoría de esos préstamos están vinculados a proyectos de infraestructura.

Cooperación Sur-Sur

En los últimos dos años, en plena crisis global por la pandemia de COVID-19, el vínculo incorporó una nueva dimensión: la sanitaria. De acuerdo con la plataforma de seguimiento de despacho de vacunas de Unicef, las farmacéuticas chinas proveyeron a América Latina y el Caribe casi 400 millones de dosis de vacunas contra el COVID-19, aproximadamente una cuarta parte de las dosis aplicadas en la región. Aún más importante que la cantidad fue el momento: la mayoría de los acuerdos de provisión entre los países de la región y firmas como CanSino, Sinopharm y Sinovac fueron ejecutados en el segundo trimestre de 2021, mientras la mayoría de los países del Norte acaparaban las compras de los laboratorios occidentales. 

Los acuerdos de provisión de vacunas son un ejemplo de cooperación Sur-Sur que se expresa también en los foros e iniciativas multilaterales. La creación del BRICS, como espacio de relacionamiento entre grandes naciones emergentes, o el respaldo otorgado por China a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) son hechos que demuestran que es posible impulsar la estructuración de una comunidad de destino del Sur Global.

Enfrentamos en este momento actual una serie de encrucijadas de compleja solución: la escandalosa desigualdad imperante, el desastre causado por la pandemia de COVID-19, la crisis ambiental y la tensión geopolítica conforman un escenario de conflictos simultáneos y aumentados.

América Latina y el Caribe es la región más desigual del mundo, donde el 20 % más rico de la población representa alrededor del 56 % de los ingresos. Fue la región más afectada por la pandemia: con solo el 9 % de la población, padeció el 33 % de las muertes por COVID-19 a nivel mundial. Y también, como resultado de la pandemia, fue la región con la contracción económica más fuerte: cerca de un 7 % en 2020, por la que 22 millones de personas han caído por debajo de la línea de la pobreza en la región, regresando a los niveles de 2008.

De acuerdo con el último Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la región de América Latina y el Caribe se encuentra atrapada en una doble trampa de desigualdad persistentemente alta y de bajo crecimiento, de la que solo podrá salir a través de un cambio estructural acompañado por la universalización de sus sistemas de protección social. En nuestra región no logramos aún construir sistemas de protección social efectivamente universales, sostenibles e integrales. Si lo miramos desde el punto de vista del mercado de trabajo, la mitad de la población latinoamericana y caribeña aún permanece marginada de la protección social, lo cual es una realidad intolerable para la actualidad.

La experiencia china de modernización socialista aporta elementos para seguir pensando desde América Latina y el Caribe cómo impulsar un cambio estructural dinamizador y de integración al mercado mundial, preservando la soberanía del Estado y el mando político sobre la economía, como así también las oportunidades de la cooperación Sur-Sur en pos de construir un mundo multipolar.

*Karina Batthyány es directora ejecutiva del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

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