El año 2021 ha comenzado con el flamante cierre del acuerdo sobre inversiones mutuas entre China y la Unión Europea (UE), protagonizado vía teleconferencia por el presidente chino, Xi Jinping, y las principales autoridades de la Unión Europea (EU). Concluyen así siete años de pacientes y concienzudas negociaciones y se emite un importante mensaje. A saber: que, en la medida de lo posible, dos importantísimas fuerzas, mercados y civilizaciones son capaces de dialogar, negociar y entenderse apuntando hacia un futuro más compartido, más recíprocamente beneficioso y más predecible. Se trata de un caso destacable en unos primeros días de enero que han evidenciado la dramática polarización interna de Estados Unidos, el país que tanto ha influido en el orden político y comercial mundial post Segunda Guerra Mundial y hoy con palpables síntomas de agotamiento. Las caóticas escenas en Washington vistas estos días esconden una fractura más profunda de Norteamérica con unas impredecibles ramificaciones ante las que en el ámbito internacional cabe más independencia política y comercial que nunca.
Aspectos destacables
Concluido telemáticamente por el presidente chino, Xi Jinping, la canciller alemana, Angela Merkel, el presidente francés, Emmanuel Macron, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, el acuerdo de inversiones EU-China contiene varios aspectos destacables que han sido, obviamente, respaldados por los 27 países miembros de la UE.
El fundamental es que proporcionará a ambas partes un mejor acceso a los respectivos mercados comprometiendo la voluntad de aclarar más el entorno empresarial a través de mayores garantías institucionales. En una perspectiva más amplia, el acuerdo demuestra “cómo dos grandes fuerzas, mercados y civilizaciones mundiales, despliegan un sentido de responsabilidad para contribuir al progreso y la paz mundiales”, en palabras del presidente Xi Jinping. En tanto, en una perspectiva también amplia y técnica, Ursula von der Leyen ha resaltado que el acuerdo aportará más transparencia en el otorgamiento de subsidios públicos, más acceso mutuo a los mercados, limitaciones a la transferencia obligatoria de tecnología europea, y evitará prácticas distorsionadoras en el comercio; en tanto que China mejorará su acceso al mercado europeo particularmente en energías renovables. El acuerdo contribuirá a reequilibrar las relaciones comerciales y las inversiones, incluyendo disposiciones más significativas de lo que ha sido hasta ahora en desarrollo sostenible, clima, medioambiente y estándares laborales. Conviene no perder de vista que el acuerdo en la práctica se inscribe en el espíritu del libre comercio y el multilateralismo.
También merece destacarse que, puesto que durante 2021 los países de la UE comenzarán a ver la luz tras la pandemia, aunque con el horizonte de la recesión económica, se prevé que el acuerdo con China coadyuvará en la compleja recuperación. Es la opinión de Merkel, la dirigente europea decana en su interacción con Beijing. Recordemos que la canciller se ha reunido con los máximos líderes chinos en doce visitas oficiales a China en quince años y en otras tantas ocasiones en distintas citas mundiales. Es la dirigente europea que probablemente, en la mayoría de los casos, mejor ha interpretado el interés general del continente en su política exterior en estos años.
En el ámbito más específicamente inversor y comercial, Jörg Wuttke, presidente de la Cámara de Comercio de Europa en China, ha sido igualmente muy favorable al acuerdo. Ha resaltado sus aspectos positivos en seguros, finanzas y manufacturas, y ha recordado lo vital que es para la UE evitar y revertir el desacoplamiento entre países (tanto en el comercio, así como en las cadenas de suministro), promovidos desde Washington en estos cuatro años. En fin, ha recordado que el 30% del crecimiento mundial de la próxima década será aportado por China (como lo ha sido en esta última).
Argumentos ante alguna crítica
El cierre del acuerdo se logró desestimando voces críticas, más notoriamente en EE. UU., encabezadas por Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional del futuro presidente Biden, quien se permitió dar un toque de atención a la UE. “La Administración Biden-Harris agradecería consultas tempranas con nuestros socios europeos sobre nuestras preocupaciones comunes sobre las prácticas económicas de China”, dijo.
Hay una serie de razones para tomar con cuidado estas declaraciones. En los últimos años, como siempre, Washington ha firmado diversos acuerdos comerciales sin consultar con la UE, que ha sido su aliado durante décadas. Por cierto, con Biden está claro que el lema trumpista “América primero” será reemplazado por uno internacionalista. Pero habríamos de ser muy ingenuos si especuláramos con que Washington pensará en otros países primero y no en el propio en primerísimo lugar. Es una cuestión obvia y de pura lógica entre Estados. Más aún, Washington ha estado perdiendo poder relativo en el mundo y más pronto que tarde, probablemente en esta década, será reemplazado por un país bien concreto en todos los indicadores de poderío económico.
De manera que está meridianamente claro que en la decisión de Beijing y Bruselas han pesado tres cosas. Por un lado, el acuerdo UE-China llevaba negociándose casi 8 años: no podía esperar a la opinión de Biden ni tenía por qué. Por otro, si bien éste ha ganado por un claro margen, las pulsiones trumpistas siguen instaladas en gran parte del electorado. Esto inequívocamente significa que Biden (pese a dominar en el Senado y en la Cámara de Representantes) deberá considerar los equilibrios internos a la hora de proyectarse internacionalmente. En tercer lugar, no es descabellado pensar que dentro de cuatro años un presidente norteamericano similar a Trump intente, una vez más, socavar los intereses de China y de la UE, como se vio a lo largo de los últimos cuatro años.
Este es el sentido de la historia inmediata y de más largo plazo que han captado las autoridades del continente en estrecho contacto con sus contrapartes chinas, en unas consultas en las que también ha participado el presidente de España, Pedro Sánchez, quien antes del cierre del acuerdo habló telefónicamente con el primer ministro chino, Li Keqiang.
Y enfocándonos más en la perplejidad y la urgencia que recorre al mundo en estos momentos: ¿qué esperar de Estados Unidos hoy, un país “profundamente dañado”, en el que “las divisiones políticas internas están empeorando”?, como acaba de sintetizar el informadísimo analista norteamericano, Ian Bremmer? Y a la luz de los más recientes acontecimientos del Capitolio, en Washington, ¿qué esperar de un país que ha experimentado un “golpe de locura?”, según Stefan Kornelius, antiguo corresponsal en la capital norteamericana del prestigioso diario alemán Süddeutsche Zeitung? Probablemente las fracturas sociopolíticas, como ya se nota, perdurarán en el tiempo afectando las orientaciones de la política exterior norteamericana.
Europa y China, coherentemente, han optado por adelantarse a los acontecimientos planteando su propio ritmo no excluyente y perseverando en su autonomía estratégica, alejada de las visiones agoreras sobre su acercamiento mutuo. Más aún, han desarrollado unas visiones prácticas apuntando, a la vez, hacia el corto y el largo plazo, insuflando un aire constructivo basado en el diálogo. Motivos más que suficientes para que el acuerdo de inversiones UE-China esté llamado a hacer historia en la práctica. Beijing y Bruselas han demostrado sabiduría en el momento oportuno.
*Augusto Soto es director de Dialogue with China Project.