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La Cumbre del G20: de Hangzhou a Buenos Aires

Source:China Hoy Author:AUGUSTO SOTO
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  El 30 de noviembre y el 1 de diciembre se celebrará en Buenos Aires una cumbre del G20 que, en principio, se presenta como una divisoria de aguas entre las citas celebradas hasta ahora y las que se celebren en el futuro: el consenso en dos asuntos fundamentales está en peligro. En el comité organizador hay optimismo para alcanzar acuerdo en la gran mayoría de temas a tratarse, lo cual no significa que la minoría, en la que se entrevé desacuerdos, sea insignificante. Este es el corazón de la cuestión.

  Por otro lado, hasta dos semanas antes de la Cumbre no había un borrador definitivo, lo cual, por otro lado nos recuerda que el G20 no elabora documentos obligatorios. Consecuentemente, su impulso depende del compromiso de cada país. Y no es una consecuencia menor para un conjunto de miembros que en conjunto representan el 85 % del producto bruto global, dos tercios de la población mundial y el 75 % del comercio internacional.

  Libre comercio y medio ambiente

  Sobre la cita de 2018 planea el anacrónico desafío comercial de la administración Trump contra China y, en verdad, contra la tendencia prevalente del concepto del libre comercio en las últimas décadas, particularmente tras el fin de la Guerra Fría. Como es bien sabido, en la secuencia histórica el libre comercio permitió primero la prosperidad a un conjunto de países occidentales. Luego se extendió a varios países asiáticos, entre ellos China, y a la mayor parte de las Américas y a otras regiones. A su vez, el libre comercio al que se unió progresivamente China (especialmente tras su ingreso en la Organización Mundial del Comercio, en 2001) ha apuntalado a la economía estadounidense. De no ser por la compra de los bonos del tesoro norteamericano por parte de China, por su contribución estabilizadora en la denominada crisis financiera asiática entre 1997 y 1999, además de por el papel que tuvo durante la crisis gatillada en 2008 en el hemisferio norte, el mundo estaría hoy peor de lo que cabría esperar.

  A su vez, la sinergia entre China y EE. UU. ha sido beneficiosa como marco de referencia para el mundo, y para una amplia variedad de pueblos que han salido de la pobreza en cada continente (aunque sea obviamente insuficiente), así como para una gama de consumidores de una creciente clase media global.

  Que el desarrollo del mundo no sea del agrado de la actual administración de la principal superpotencia no significa que el mundo tenga que cambiar, ni menos que tenga que hacerlo en un corto espacio de tiempo, bien para satisfacer al electorado trumpista, a su partido o a ciertos grupos de presión.

  Convencer a los unilateralistas

  Cabe convencer a los unilateralistas de que están destruyendo unos consensos y unos acuerdos construidos gradualmente. El más evidente y construido trabajosamente fue el Acuerdo de París, logrado dentro del marco de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Deslegitiman las formas inherentes de la diplomacia económica, antesala de la destrucción de otras variantes de la diplomacia, que cuando falla trastoca la misma paz entre las naciones.

  En segundo lugar, los unilateralistas impiden la planificación. Por ejemplo, Beijing y algunas otras capitales (muy pocas) están acostumbradas a planificar a corto, medio y largo plazo. Y esto importa puesto que en algunos de los últimos años China ha sido responsable de casi un 30 % del crecimiento mundial, siendo el primer socio comercial de gran parte del planeta.

  En tercer lugar, las unilateralidades destruyen la racionalidad de las cadenas de suministro global. Precisamente un analista estadounidense como Thomas Friedman ha enunciado clarividentemente que “dos países que forman parte de una gran cadena de suministro global nunca se enfrentarán en una guerra mientras ambos formen parte de la misma cadena de suministro”. Sin embargo, henos aquí frente al desmontaje de toda esta construcción de paz por parte del trumpismo.

  China en gran parte de la agenda

  Los anfitriones han declarado que valdría la pena centrarse en el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo y un porvenir alimentario sostenible. Cuando se habla del futuro del trabajo en estas cumbres del G20 significa que estamos también hablando de los robots como fuerza laboral. Estos ya están entre nosotros y además de plantear una pregunta económica, plantean una moral. Si la tecnología los puede desplegar antes de encontrarse solución para los trabajos tradicionales que queden vacantes, y ofrecen una ventaja económica inmediata, inevitablemente se desplegarán en la realidad, causando perjuicio a decenas y centenares de millones de trabajadores. Es cierto que en principio permitirá concentrarse en las ventajas comparativas que aún pueden ofrecer los seres humanos. También nos permitirá desplegar mejor la creatividad. Pero para ello se precisa coordinar la transición. Se prevé que entre hoy y 2023 irrumpan en un mercado que crece un 25 % anual y concentrado en China, Estados Unidos, Japón, Alemania y Corea del Sur.

  Otro aspecto que destaca es la infraestructura para el desarrollo en que es clave la transformación digital, desde la inteligencia artificial (IA) al big data. La economía digital china suma 3,4 billones de dólares, un tercio de su PIB. Y se apoya en el mayor número de internautas del mundo, casi 800 millones, paralelamente acompañados por una infraestructura de 1390 millones de líneas telefónicas. Son los datos centrales en que se propagará (ya está ocurriendo) el desarrollo de la IA.

  El otro desafío que se han marcado los anfitriones es el futuro alimentario sostenible. El aporte más importante aquí es la revalorización de Argentina en su histórica condición (conocida como uno de los “graneros del mundo”) y la constante constatación de una China que alimenta a su población: casi un 20 % de la humanidad.

  Desde Hangzhou hasta hoy

  En la Cumbre del G20 en Hangzhou, en 2016, China se presentó como responsable de un tercio del crecimiento económico mundial del año anterior. Los observadores constatamos que lo hizo sin pasar por contratiempos ni económicos ni políticos, a diferencia de las potencias y bloques del hemisferio norte, además de decenas de países del hemisferio sur. Hangzhou subrayó entonces la importancia de impulsar las denominadas finanzas “verdes”, la transparencia fiscal, la regulación financiera, la economía digital, entre otras ideas.

  Como resultado, se recalcaba que la superpotencia asiática disponía de indiscutible experiencia y capacidad industrial, además de financiera, en un grado superlativo al servicio de proyectos de recuperación económica o de carácter avanzado, como el concepto de las finanzas “verdes”, que Beijing situó entonces como una de las prioridades de esa Cumbre.

  La comunidad internacional debiera apreciar mejor la fuerza sinérgica china y diferenciarla de una terminología que puede llevar al equívoco. Porque mucho se comenta en estos días sobre la denominada “guerra comercial entre China y EE. UU.”. Descrita así la crisis, se va olvidando quién embistió primero el orden comercial internacional sin siquiera empeñarse en una enérgica negociación. Y sobre todo, sin pensar que la unilateralidad es un bumerán que de no mediar treguas y consensos en Buenos Aires, o poco después, impactará en la próxima cumbre del G20 en 2019.

  *Augusto Soto es director del proyecto de Dialogue with China y representante de China Hoy en España.

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Editor: Wu Wen Da-->

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